Lean esto que dice Emmanuel Carrere: “Ni los escritores ni los periodistas estamos aquí para ayudar a nadie escribiendo su historia. Si pensamos eso, vamos a terminar escribiendo nada más que cosas sin sentido. Pero, si aceptamos que no escribimos para ayudar a nadie, sino para contar una historia, una situación o para mostrar unos personajes, admitiendo que estamos transmitiendo nuestro punto de vista, entonces tenemos la posibilidad de ser honestos. Querer intentar ayudar a la gente es la mejor manera de hundirlos”. La periodista que lo entrevista repregunta: ¿El periodismo no tiene que intentar ayudar a la gente?. Y Carrere vuelve a la carga: “No debe ser su intención, el periodismo tiene que contar”.
Imaginen una cuerda. Imaginen que esa cuerda une la terraza de un edificio con otra, y que entre la cuerda y el asfalto hay unos... 200 metros de distancia. Imaginen a un periodista intentando llegar a la terraza de enfrente. Un movimiento de más podría desestabilizarlo y destinarlo primero al vacío y después al suelo. Bueno, en la era del periodismo-selfie el periodismo que a mí me interesa es la cuerda. La cuerda: el hilo invisible que zurce una cosa con otra.
Equilibristas
Hay un frase que perdió el sentido original: “El periodismo está para darle voz a quienes no tienen voz”. El periodista se erige entonces como personal más que esencial: pasa a ser fundamental, “actor en el debate público”. Es mediador, es intermediario. Nunca se hace cargo de que, en realidad, sino guiona, interfiere. Y suele hacerse el distraído cuando alguien le recuerda que está ubicado mitad para atrás en la fila de obreros.
Para los agoreros del fin del periodismo, estos ejemplos. Gisele Sousa Días logró reunir a una madre con su hija después de contar una historia de abusos y mentiras. 68 años pasaron entre que las separaron y se reencontraron. Fero Soriano dió con Sebastián Galleguillo, un nadador olímpico sordo que en plena pandemia se quedó sin lugar para entrenar y su familia le armó un andarivel con chapas, ramas y plásticos. Por la publicación de la nota una empresa le donó una pileta. “Esa nota me cambió la vida”, dijo el futbolista Juan Cruz Komar cuando le preguntaron por el reportaje que le hizo Roberto Parrotino. Y eso que el título le valió un escándalo.
No hay periodismo de la caridad en ninguno de los tres ejemplos. Son textos, son cuerdas.
El desorden de mi nombre
1. Así empieza Mi madre andaba en la luz, un cuento de Haroldo Conti: “Delante de mi casa, en un patio de tierra raída, gastada como el género de mi camisa Grafa, en un cantero cercado por ladrillos musgosos, hay una planta de azalea que plantó mi madre hace unos doce años. Sus flores de piel violeta tiemblan delicadamente con este ansioso viento de septiembre que levanta, en esta mañana, un fresco olor a terrones, a humo agrio, a pan casero, a húmedas maderas. A partir de esa plantita que ahora flamea en la clara mañana y que mi madre riega todas las tardes, apenas se pone el sol, yo reconstruyo, acaso invento, mi casa”.
Anoté en lápiz, al costado del párrafo: una planta que da una flor por el riego sostenido en el tiempo, así también se escribe un texto; madre es nombre propio.
2. Tu piel blanca, como de talco. Chico de plata. El sol en los brazos y el viento en la cara. La L que separa tu barrio del mío. La música con la que engañábamos al algoritmo y Trigal, por la coincidencia. El cable azul para la arteria, el rojo para la aorta; la ingeniería de ese símbolo radical. Nuestro verano fugaz. La mejor ducha de Buenos Aires. Nunca me llamaste de una manera. Mi atrevimiento respecto de tu arte al que una tarde llamé “decoración”. La silla arrimada a la puerta del baño. Las fotos robadas y las otras. Las promesas y el desconcierto. Esta frase: ‘Somos los únicos porque somos los primeros’.
Yo hago listas, pero para olvidar.
3. Hace unos días quise explicar un meme y me di cuenta de que un meme es un meme justamente porque explicarlo es imposible. Vamos, Vicky.
4. Me leyeron un poema hermoso que decía que Dios sabía el nombre de cada hormiga que camina el mundo. Me pareció una definición precisa sobre lo que para mí significa la divinidad y la fe. Fe es creer sin haber visto. Fe es andar por la vida con la certeza de que alguien sabe tu nombre.
5. En breve termina mi primera experiencia como docente en una universidad privada. Me asignaron la materia Redacción 1, el principio de todo. Como doy mucho, pido bastante: que no falten, que sean puntuales, que lean, que se comprometan y que, por favor, no me digan “profe”. Vamos un cuatrimestre completo de clases presenciales y estoy por lograr que en vez de profe me llamen Victoria.
Son muchos. Parte de mi trabajo fue linkear nombres con caras y ubicación preferida en el aula. A veces me confundo, pero sé quién es quién. Nombrar: llamar a las personas por su nombre. Nombrar es reconocer.
Ellos no saben, pero yo llevo un excel con sus nombres y apellidos. Cada uno tiene un casillero. Los lunes después de la clase anoto qué contenido aún le falta ajustar a tal y en qué avanzó cuál. Ellos tampoco saben que el aplauso que nos damos cuando armamos entre todos una cabeza informativa y queda linda, me hace muy feliz. Me resisto a olvidar cómo se llama cada uno, cada una. Voy a extrañarlos.
VDM
Lean esto que dice Emmanuel Carrere: “Ni los escritores ni los periodistas estamos aquí para ayudar a nadie escribiendo su historia. Si pensamos eso, vamos a terminar escribiendo nada más que cosas sin sentido. Pero, si aceptamos que no escribimos para ayudar a nadie, sino para contar una historia, una situación o para mostrar unos personajes, admitiendo que estamos transmitiendo nuestro punto de vista, entonces tenemos la posibilidad de ser honestos. Querer intentar ayudar a la gente es la mejor manera de hundirlos”. La periodista que lo entrevista repregunta: ¿El periodismo no tiene que intentar ayudar a la gente?. Y Carrere vuelve a la carga: “No debe ser su intención, el periodismo tiene que contar”.
Imaginen una cuerda. Imaginen que esa cuerda une la terraza de un edificio con otra, y que entre la cuerda y el asfalto hay unos... 200 metros de distancia. Imaginen a un periodista intentando llegar a la terraza de enfrente. Un movimiento de más podría desestabilizarlo y destinarlo primero al vacío y después al suelo. Bueno, en la era del periodismo-selfie el periodismo que a mí me interesa es la cuerda. La cuerda: el hilo invisible que zurce una cosa con otra.