Es lunes, es de noche y una fuente con la que vengo intercambiando información sobre un tema en particular me envía un link a Youtube. Al streamer lo conozco y los títulos catástrofe con los que promociona sus videos ya no surten ningún efecto en mí. Pero el link viene con una advertencia. Parece que el youtuber en cuestión amenaza a periodistas y avisa que hará juicios contra ciertos medios. Mi fuente me indica que preste atención a un tramo en particular, que está entre tal hora y tales minutos. Agradezco el envío y me olvido del tema. No es una pose, es que no me genera curiosidad que alguien con público y micrófono avise -pantalla mediante- que iniciará acciones legales.
Internet nos hace creer que las cosas están sobre uno, como un toldo o una sombrilla. Funciona como los espejos laterales de los autos que aclaran que los objetos están más cerca de lo que parecen. Internet es anticipatoria de algo que no tiene más fuerza que una sombra, pero la potencia suficiente del suceso. Al video del youtuber no lo vi, pero estoy segura de que en la columna de al lado sobraban las muestras de afecto y aliento. Me refiero al chat donde usuarios, muchos con nombres de fantasía, arengan un asunto que no serían capaces de resistir física ni emocionalmente en la vida real.
De haber dado play al video habría visto a una persona dando un mensaje sin ningún tipo de interpelación ni cruce ni intervención de un Otro, alguien que le pregunte qué, quién, cuándo, cómo, dónde y, sobre todo, por qué... Hubiese asistido a un discurso unidireccional: un mensaje en un solo sentido pero para todos. La ilusión de totalidad que ofrece Internet -“ahí están todos”- es una trampa para quien consume, pero también para quien produce contenido. En Internet no están todos. Y mucho menos “está todo”.
¿Dónde están los lectores?
No: dónde están las audiencias. Audiencia es la palabra que usamos para referirnos al conjunto de lectores, espectadores, oyentes, consumidores de información en redes sociales, viewers... Ya que estamos: ahora que la radio se transmite por streaming, ¿las y los trabajadores de esos programas deberían estar afiliados al Sindicato de Televisión? Ahora que la radio se ve por tevé y se comenta en simultáneo, ¿qué pasó con todo ese código de señas, guiños y muecas que también hacían a un programa de radio? El panóptico reloaded: mirar y viralizar. No vi ni una emisión de Gran Hermano 2022 pero sé perfectamente quién es Alfa. No vi Argentina, 1985 y sin embargo ya sé qué opino. Si no podemos escapar del mundo en el que vivimos acordemos que ya no hay espacio-tiempo para la experiencia.
Hace dos o tres años escuchaba un programa de radio que ya no existe. Me gustaba el ritmo de la mesa y estallaba de risa con una sección que ya era un clásico. Pero sobre todo me convocaba el proyecto: los oyentes aportábamos un dinero al mes para sostener la programación. La autogestión me parece valiosísima, porque la autogestión es una cuestión de fe total, es tomar la comunión, es abrazarte con tus compañeros aunque no sean tus amigos porque lo que importa es la misión que te reúne con ellos. La autogestión es agotadora, es una prueba de resistencia, eso también hay que reconocerlo. Igual, aquel programa y la emisora que lo contenía tenía eso de hacerte sentir parte.
Pero había algo que me molestaba bastante: que el conductor se quejara al aire cuando leía las noticias porque “le saltaba publicidad” o porque justo “se actualizaba la página”. El conductor, que es un gran profesional, no era consciente de que estaba llenando minutos de aire con las noticias que habíamos producido nosotros, en las redacciones. ¿Cómo podés resoplar al micrófono porque te salta un banner de publicidad? ¿No te das cuenta de que ese banner le paga los sueldos a los periodistas que redactaron la nota con la que vos tirás un rato? Siempre hay alguien del otro lado. Los que consumimos, incluso, podemos ser los mismos que generamos el contenido.
Yo aprendí a hacer periodismo haciendo fanzines. Despegando estampillas con vapor para reutilizarlas. Las estampillas valían centavos, pero para nosotros era una forma de hackear al sistema. Lo creíamos, obvio. Organicé ferias de fanzines en plazas, en recitales; intercambié mi fanzine por otros. Los fanzines juntaban gente y la dividían. Gloria y loor a Homoxidal 500. Recuerdo eterno para Marzo del 76. Para Remolino de lirios. Para todos esos que tengo guardados en una caja y resistieron cada mudanza. A los fanzines no les interesaba organizar el sentido común de nadie: lo que quería era abrir sentidos.
El Medio Mundo no va más
Desde la conexión ADSL no paramos de escribir. No paramos de producir texto. No paramos de tener ganas de comunicarnos, de que nos lean, de que nos vean, de que nos escuchen: ¿dónde están los lectores? elDiarioAR es un proyecto ambicioso. Queremos construir nuestra propia comunidad. La idea de comunidad me hace acordar a los fanzines: los punks tenían el suyo, igual que los jarcores; las tortas, el propio y así… Eso de tirar el medio mundo y que toda la pesca sirva no tiene sentido.
Nuestra idea, retomo, es dar con una audiencia propia y que esa audiencia pague por la información que recibe, aunque elDiarioAR sea para siempre un sitio de noticias de acceso libre y gratuito. Porque la audiencia que creemos tener sabe que hay que pagar para acceder a información de calidad, pero sobre todo información libre de condicionamientos. Que una marca no condicione el contenido, que un funcionario público o un partido o una organización con intereses particulares tampoco condicionen el contenido. Es ambicioso, sobre todo, porque implica un cambio cultural: ninguno de nosotros está acostumbrado para pagar por información. Nos enteramos por Twitter o entramos de incógnito, incluso hay un link medio pirata. Sin embargo, nosotros creemos que nuestro objetivo es posible. El 10 de diciembre cumpliremos dos años.
Desde que trabajo en medios de comunicación masivos -elDiarioAR lo es aunque no tenga el alcance o volumen de los productos tradicionales o históricos- me imagino un lector antes de empezar a escribir. Quiero decir: “armo un lector” en mi cabeza. Y pienso el texto en función de ese lector. A veces es un lector enterado, a veces es un lector que no sabe nada. A veces es un lector desinteresado. Mi misión es lograr un texto que a ese lector le produzca un efecto, un sentido. Cierta sensación, no importa cuál.
O que el lector me cruce públicamente porque sabe más que yo sobre el tema o el personaje sobre el que me tocó escribir. Que me discuta, me corrija, me interpele. Trabajamos para un lector preparadísimo: tenemos que subir la vara. Pero nunca, nunca, escribo para los lectores. El plural me genera este conflicto: no sé quién está del otro lado. El plural me genera este otro conflicto: no me interesa la masividad. Los lectores se ganan de a uno.
VDM