A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.
Por qué no metimos a Esmeralda Mitre en el jacuzzi
¿Cuándo empieza una entrevista?
Diego Armando Maradona lleva dos días muerto cuando Esmeralda Mitre abre la puerta de su departamento, dos pisos al frente, luminoso hasta la ceguera. Está descalza y pega saltitos: es una libélula sobre la orilla del mar. No lleva maquillaje y el postizo rubio quedó tirado, como un gatito muerto, sobre la mesa.
“Hoooola, gracias, gracias por entenderme, por esperarme”, saluda Esmeralda. La televisión, se sabe, es una puesta en escena. Pero lo que ese recibimiento deja en evidencia, además, es el engaño que nos ofrece la pantalla y que nosotros, domesticados, aceptamos. Esmeralda no es imponente. Es, más bien, una miniatura de eso que proyecta el televisor. Si querés leer la entrevista que publicamos, podés hacer click aquí.
Una pregunta recurrente: ¿Cuándo empieza una entrevista? ¿En qué momento arranca el reportaje? Hay quienes dicen que la nota empieza una vez que apretamos rec y avisamos al entrevistado que “estamos grabando”. Algunos prefieren tomar su anotador y garabatear palabras que luego, con pericia y oído, se convertirán en declaraciones.
Otros, entre los que me incluyo, creen que una nota arranca mucho antes y termina mucho después del encuentro o los encuentros con esa persona que nos interesa. Yo, además, estoy convencida de que el final de un reportaje trasciende el día y el medio que lo publica.
No hay una única fórmula para montar una entrevista. Cada periodista construye su manual de instrucciones. Incluso toda esa cantidad de veces que nos vamos de la casa del entrevistado con sabor a poco: sin un título “fuerte”, sin haber asomado, siquiera, al agujero negro o al agujero blanco de todo ser humano. Pero, tranquilos: María Moreno asegura que no hay entrevista que falle. Y si no, escuchen esta versión radioteatrera del reportaje que hicieron la Negra Vernaci y Humberto Tortonese, en la Pop:
La cuestión es que, aquel mediodía de noviembre, Esmeralda Mitre se echó en un sillón. El televisor, encendido en un canal de noticias, mostraba a la multitud agolpándose en Plaza de Mayo para despedir a Maradona. Esas imágenes, sin embargo, no alteraron el clima que la dueña de casa había recreado para la entrevista. Adrián, su estilista personal, le estiraba el cabello con un cepillo redondo. Anabella, quien maneja sus redes sociales, la filmaba con el teléfono. Una de las mujeres más mediáticas del país con los ojos entrecerrados era, literalmente, tomada por Shakespeare. Esa segunda escena también marcaba un inicio.
¿Por qué a elDiarioAR le interesaba darle voz a Esmeralda Mitre? Hay razones que exceden toda la espectacularidad del personaje: un apellido patricio, la heredera de una fortuna difícil de calcular (por vasta y porque hay muchas manos en el plato); porque llama a funcionarios públicos por su nombre de pila y porque si quisiera ocuparía una silla en el directorio de La Nación, uno de los medios tradicionales con más incidencia en la Argentina.
No era el show lo que importaba, en este caso, sino hacer el intento de despojar al personaje de la máscara que ha construido. Quien abrió la puerta era la artista y era, al mismo tiempo, el Poder. Entonces, ¿Cuándo empieza una entrevista? Cuando lo decide el o, en este caso, la periodista. Lo de la libélula quedaba lindo, pero quedaba corto. A veces, para ganar, hay que perder algo. O perder mucho.
Tampoco era suficiente aquella foto que pidió sacarse frente al espejo, con el vestido de novia con el que se casó, firmado por Christian Dior. Una vez tramitado el divorcio, ese vestido terminó cortado al medio con un golpe de tijera y teñido de negro en una tintorería de barrio. Tenía sentido, sí, fotografiarla con el busto de Bartolomé Mitre cerca, pero no era prioritario. También descartamos las tomas en el baño, porque… Esmeralda Mitre tampoco es ese cuerpo sin marcas que se ofrece en un jacuzzi del montón.
Terminamos tarde, cerca de las siete. El departamento seguía bañado de luz. Esmeralda mantuvo el tono confesional hasta que cerró la puerta tijera del ascensor. Había llorado bastante durante la entrevista. Piso seis, piso cinco, tres… dos: aunque te lleves un título, aunque consigas la historia, es imposible dejar al descubierto a la persona que te convoca. Y está bien que así sea.
Es agotador tratar de ser alguien continuamente.
Diego Armando Maradona lleva dos días muerto cuando Esmeralda Mitre abre la puerta de su departamento, dos pisos al frente, luminoso hasta la ceguera. Está descalza y pega saltitos: es una libélula sobre la orilla del mar. No lleva maquillaje y el postizo rubio quedó tirado, como un gatito muerto, sobre la mesa.
“Hoooola, gracias, gracias por entenderme, por esperarme”, saluda Esmeralda. La televisión, se sabe, es una puesta en escena. Pero lo que ese recibimiento deja en evidencia, además, es el engaño que nos ofrece la pantalla y que nosotros, domesticados, aceptamos. Esmeralda no es imponente. Es, más bien, una miniatura de eso que proyecta el televisor. Si querés leer la entrevista que publicamos, podés hacer click aquí.