El autor de ficción es dueño de la casa en la que vive: puede, si quiere, tirar abajo una pared, rellenar con cemento la piscina, levantar un quincho en la terraza. El autor de no ficción, en cambio, alquila el lugar que habita. Y en su condición de inquilino puede mover, sacar o meter muebles, pero tiene que entregar la casa en las mismas condiciones en que la recibió. La diferencia entre un dueño y un inquilino es lo que distingue al novelista del periodista. Esta comparación no es mía sino de Janet Malcolm, a quien citaré cada vez que pueda.
Malcolm fija una posición respecto del oficio periodístico y la plantea en El periodista y el asesino. Comparto aquí los apuntes que alguna vez tomé sobre ese pasaje de su libro, que me inquieta siempre: ser propietario y ser locatario en términos de escritura. El novelista construye un mundo imaginario para montar historia. Claro que toma elementos de la realidad, pero puede acomodar piezas si le conviene, es decir, si opera a favor del texto. El campo de trabajo del periodista es, en cambio, más acotado: sólo puede contar cosas que pasaron con personas que existen; cada elemento debe estar documentado y también expuesto a la verificación que puedan hacer otros. El escritor que imagina puede ser best seller. El periodista que imagina, miente.
Dos veces María Marta
Ojo que viene una oración larga. María Marta García Belsunce fue asesinada de seis tiros en la cabeza la tarde lluviosa del 27 de octubre de 2002 en el baño de la casa que compartía con su esposo, Carlos Carrascosa, dentro del barrio cerrado Carmel. Ufff, respiren. A veinte años del crimen, la Justicia no ha determinado quién la asesinó ni por qué la mataron. Para saber más del caso hay tres opciones. La primera es googlear o acercarse a una Hemeroteca. Las otras dos son de sillón: mirar el documental (no-ficción) o mirar la serie (ficción).
El documental se llama Carmel. ¿Quién mató a María Marta? Se estrenó hace dos años. Tiene todos los elementos que componen un documental. Hablan el viudo, los hermanos, las amigas de la víctima. Habla el fiscal del caso, cuestionado por la familia, Diego Molina Pico. Tiene material de Archivo, las voces de tres periodistas (uno que adhiere a la tesis del fiscal - “la mató la familia”- y el otro no - “la familia es tan víctima como la víctima”-), pruebas, hipótesis varias y cruces de declaraciones. Muy pocas escenas están representadas con actores. Casi todo es testimonio, hechos y línea de tiempo.
Hace diez días estrenaron María Marta, el crimen del country, que es el caso Belsunce hecho ficción. Como el documental, lo vi dos veces. (Abro paréntesis en este paréntesis: no, no es que no los haya entendido y por eso tuve que repetir. Tampoco me sobra el tiempo. Es que no termino de entender por qué ficcionaron un caso real que ya había sido documentado). Resulta que la ficción -María Marta, el crimen del country- es una calco de la no ficción -Carmel. ¿Quién mató a María Marta?-. Con algunas licencias, es como ver la misma película dos veces.
A cuenta de este newsletter que se escribe en estado de pregunta, quiero resaltar que el documental logró algo que la ficción no puede hacer: generar un efecto, una reacción. John Hurtig, hermano de María Marta, fue acusado por encubrimiento en 2011. Estuvo preso hasta que pagó una fianza y lo liberaron. Terminó sobreseído, igual que el viudo. Vive en Córdoba. No es que se mudó: se fue de Buenos Aires. Prestó testimonio en el documental, como el resto de la familia. Unos días después del estreno, en 2020, John concedió una entrevista al programa de radio Sexy Pipol. “La verdad es que el documental fue una gran decepción”, arrancó Hurtig y no paró.
Desconozco los entretelones del documental. Si los productores convencieron a la familia de María Marta para que preste testimonio y locaciones bajo el argumento de que sería una “miniserie a su favor”, entonces los traicionaron. Tomo una frase de Malcolm escrita en su libro, El periodista y el asesino: “Hay un elemento surrealista anidando en el corazón del periodismo. La gente nos cuenta sus historias sin contextualizar, sin preocuparse por lo que pensará el periodista”. Sobre todo los entrevistados no entrenados mediáticamente piensan que uno está ahí para ser su vocero. Y… no.
La ficción de María Marta es estéril. El documental no. Al documental no le interesa saber “la verdad” porque deambula en la duda. Ese es su mejor efecto, porque duda no es lo mismo que misterio. Si te sentás a verlo, te tira pistas y te pone a trabajar. En el episodio dos, decís “la mató tal”. En el tres te cambió el móvil y por ende, los asesinos. Y el último capítulo, el cuarto, tiene un remate excepcional que circunda la idea de que todo puede ser una puesta en escena. O una cuestión de interpretación, de puntos de vista. De equivocaciones, de circunstancias. De “cosas que pasan”. A veces, incluso, de mala suerte. A veces, también, de un cambio repentino de planes.
Mil veces Evita
1963. David Viñas escribe 'La señora muerta'.
1965. Rodolfo Walsh escribe 'Esa mujer'.
1995. Tomás Eloy Martínez escribe 'Santa Evita'.
“…soy un gorrión en una inmensa bandada de gorriones…”
Armá tu propia Eva Perón.
Mi Evita es el imán que está pegado en la heladera.
Una vez Cielo Latini
Polémica de ultra nicho. Unos días atrás, la escritora Cielo Latini tuiteó: “Hace cuatro años dejé las harinas al 100%, me hice vegana (soy 'veggie' desde los 20), dejé de contactarme con gente que me vibra mal, no veo noticieros o portales, (hago) yoga todos los días de mi vida llueva o truene, medito y practico la gratitud. Jamás fui tan feliz”. El primer libro de Latini se publicó en 2006 y se llamó Abzurdah. Fue un boom editorial en tiempos en que ser best seller era vender una gran cantidad de libros. Después, en 2015, hicieron la película. La vio medio millón de personas en quince días.
Pero aunque eso haya pasado hace un montón de tiempo, a Latini, en Twitter, le echaron en cara su adolescencia de anoréxica y bulímica y, ya que estábamos, de cheta. Lo cierto es que Abzurdah fue más que un éxito literario para adolescentes. Abzurdah es un librazo. Es el testimonio de una chica que en 2003, cuando la Argentina surfeaba índices altos de pobreza, se privaba del alimento. Y sí comía, lo vomitaba. Su enfermedad era el rechazo a algo, vital, que en ese momento faltaba. Pero además, Latini introduce en ese libro pubertario la noción de “responsabilidad afectiva” o “irresponsabilidad afectiva” o “amor romántico” o: cuando te rompen el corazón y no te olvidás más. Y la idea de blog, de diario íntimo con acceso público y sección de comentarios.
Hubo quien señaló a Planeta, la editorial que publicó y reeditó el libro de Latini, por no haber pensado (o, al revés, haber pensado) que no era una ficción sino “un manual de trastornos alimenticios”. Un disparate. Me sorprende que las mejores mentes de mi generación crean que una corporación que se dedica a vender libros opere con la lógica de Eloísa Cartonera. Lo otro que me sorprende es que todavía haya convencidos de que la literatura está para cuidarle la salud a la gente. No hay reglas en la ficción. No hay leyes, no hay moral. No hay decálogos ni guías de buenas prácticas de nada. Mejor así: menos mal.
VDM