Si empezáramos todas las tradiciones desde cero, no sé si yo elegiría dar regalos en Navidad, a todos al mismo tiempo. Podríamos por lo menos darnos regalos en una época más fresca, donde estar en tiendas llenas a reventar no signifique además derretirte en el camino. Pero acá estamos, en la cuenta regresiva para tenerlos todos listos. Y en ese proceso, hay algunas cosas que nos pueden ayudar a que el regalo sea lo mejor posible, que del otro lado, quien lo recibe lo disfrute.
Uno de los grandes problemas con los regalos suele ser la distancia entre la felicidad que creemos que vamos a generar y la que efectivamente generamos. Si, pensaste que ese saquito jugado en el que te gastaste la mitad del sueldo era el regalo ideal para tu vieja, lo que ella no se compraría nunca pero estaría feliz de usar. Y su cara en el momento fue espectacular. Pero nunca se lo viste puesto.
Y esto pasa mucho: cuando pensamos en qué regalar, tendemos a enfocarnos en el momento en que la persona va a recibir el regalo, cuando lo abra, su cara de sorpresa, la sonrisa y alegría de ese momento. Y nos olvidamos de que en realidad, la idea es disfrutarlo el resto del tiempo. Las personas suelen agradecer mucho más un regalo que pueden disfrutar en la práctica, que un regalo que sorprende o que se ve espectacular.
Es un malentendido fundamental, entre lo que esperamos cuando regalamos y lo que queremos, que ha sido investigado. En estos estudios, le preguntaron directamente a las personas qué les gustaría recibir, un regalo más sofisticado o uno más práctico. Por ejemplo, si preferían que les regalen una súper cafetera con 58 funciones que es complicada y hay que limpiar todo el tiempo o una cafetera básica que anda siempre. Quienes se ponen en la situación de recibir un regalo prefieren lo práctico, algo que vayan a poder disfrutar. Pero cuando les piden que piensen en que preferirían regalar, optan por la versión más sofisticada. Pensamos que así estamos dando un mejor regalo cuando en realidad, generamos menos satisfacción del otro lado.
Pero hay una forma de mitigar este problema: ponernos en el lugar de quien va a recibirlo. Fue lo que mostraron en este estudio cuando les pidieron a las personas que, antes de definir qué opción regalar, pensaran en qué preferirían ellos, la versión práctica o la sofisticada. Cuando tenían que pensar en esto, las respuestas entre los que regalaban y recibían estaban mucho más alineadas. No se trata de regalar solo lo que nos gustaría a nosotros, sino de no enfocarnos tanto en la reacción y pensar más en cómo se va a usar o disfrutar después.
También vale preguntarle a la persona qué es lo que quiere. Tendemos a pensar que la sorpresa es una parte fundamental de los regalos, pero cuando efectivamente les preguntan a las personas qué prefieren, se aprecian más los regalos que se pidieron explícitamente. Eso se vio con una investigación en la que se les preguntaba directamente a los participantes qué les gustaría más, que su pareja les regale algo que les pidieron o algo que no le habían pedido. Y aunque quienes iban a regalar pensaban que dar algo diferente mostraba más atención, del otro lado quienes lo recibían preferían lo que pidieron. Y es lógico: es muy difícil que otra persona sepa mejor que vos qué es lo querés. Así que podemos ir perdiendo ese pudor de no preguntar qué quiere el otro y animarnos a dar lo que el otro sabe que quiere.
Otro mito a desterrar es la relación entre el precio del regalo y cuán apreciado será. A veces pensamos que si damos algo demasiado barato, el otro puede interpretar que no nos importa, que no estamos dispuestos a gastar en él. Pero los estudios muestran que el precio del regalo tiene poca relación con cuán apreciado es. Probablemente sí hay que alcanzar un cierto básico, si es algo demasiado barato puede molestar. Pero una vez que se supera esa barrera, cuánto más caro sea no tiene demasiada importancia para quien lo recibe. De hecho, cuando le pidieron a un grupo de personas que recordaran algún regalo que habían recibido, estimaran su precio y dijeran cuánto les gustó, no hubo relación entre precio y valoración.
Tampoco pareciera que valoramos mucho el esfuerzo que el otro le puso al regalo, salvo que no nos haya gustado mucho. Si esos pantalones horribles que te regaló tu abuela son de la tienda que tiene al frente de su casa, valen un poco menos que los mismos pantalones horribles para los que atravesó la ciudad. La intención es lo que importa, sobre todo cuando no nos gustó el regalo.
Pero un muy mal regalo puede dañar una relación. Especialmente en relaciones que empiezan, como amistades o parejas. Si alguien con el que estás saliendo hace 6 meses te regala una cosa espantosa, puede que te haga algún ruido y empieces a tomar distancia. Eso identificaron un grupo de investigadores que lo analizaron. Encontraron que el efecto está presente sobre todo en los hombres: si una mujer les regalaba algo que no querían, empezaban a verla con más distancia.
En un regalo se pueden expresar muchas cosas de una relación: cuánto conocemos a la persona, cuánto nos importa o qué imagen tenemos de ella. Y pifiarle, a veces, puede alejarnos.
Así que para guiarnos en las próximas compras, puede servir pensar: ¿Cuál fue el mejor regalo que recibiste?, ¿Fue algo que te sorprendió?, ¿Algo que seguís usando hasta ahora?, ¿Algo que pediste explícitamente? Si logramos pensar más en el uso que se le va a dar el regalo en vez de la reacción del otro en el momento de recibirlo, quizás logremos mejores resultados. Si no, también vale animamos a preguntar directamente.
OS