Entrevista

Cristina Mucci: “En la Argentina cuesta mucho separar las instituciones de los gobiernos”

Un libro de vaivenes, de tensiones, de tironeos. Los del protagonista central de la historia y también los de los otros, esos que ayudan a la autora a pensar un vínculo siempre sinuoso. En el flamante Lugones. Los intelectuales y el poder en la Argentina (Sudamericana, 2024), Cristina Mucci ofrece un retrato del poeta, donde no faltan escenas y lecturas alrededor de sus orígenes, de sus contradicciones, de sus giros ideológicos. De manera cronológica, concisa y con una gran cantidad de citas a otros autores que también intentaron reflexionar alrededor de una figura tan potente, toda esa información se va intercalando con episodios destacados de la historia argentina que tienen como eje a pensadores, escritores y nombres salientes de la cultura y su vínculo con los distintos gobiernos.

El libro se publica justo cuando se cumplen 150 años del nacimiento de Lugones, un escritor que tuvo un rol muy activo en los inicios del socialismo argentino, fue un vanguardista que con el tiempo terminó vinculado con el gobierno de facto de José Félix Uriburu y se plantó con firmeza detrás de ideas políticas autoritarias y elitistas mientras que al mismo tiempo defendió el rol de los intelectuales y fundó la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) para preservar los derechos de quienes se dedican a la palabra escrita. 

Mientras terminaba de darle forma a esta publicación, que es una nueva versión de un libro anterior, Mucci fue noticia cuando se conoció que su histórico programa cultural Los siete locos sería levantado de la Televisión Pública con la llegada de Javier Milei a la presidencia. A la vez, las discusiones alrededor del rol del Estado como promotor de la cultura, del financiamiento público del arte en todas sus formas y del rol de escritores e intelectuales se multiplicaban y rodeaban a la autora, que fue justamente víctima de un despido escandaloso de la señal de bandera.

El libro, entonces, tomaba una nueva dimensión, que puede percibirse en un epílogo en el que Mucci, luego de repasar especialmente hechos que conoció de primera mano por su trabajo como periodista cultural en las últimas cuatro décadas, analiza los primeros pasos del fenómeno libertario.

Sonriente porque ya empezó a grabar una nueva temporada del programa, que saldrá a finales de junio por el Canal de la Ciudad y también se verá en YouTube, la periodista y escritora recibe a elDiarioAR en su departamento del centro porteño.

– Antes de ponerte a escribir este libro, ¿cuál era tu vínculo con la figura de Leopoldo Lugones?

– Supongo que el que tiene todo el mundo. Yo creo que debo haber leído en el colegio poemas de Lugones. Supongo, ya ni me acuerdo. Pero a priori no era un autor que a mí me atrajera especialmente ni mucho menos. Me refiero a su literatura. Hasta que llegué a la figura de Lugones por medio de Marta Lynch y una cosa me llevó a la otra. Porque es el mismo recorrido, salvando todas las distancias, pero es igual, a mí me impresionó. Yo trabajé sobre Marta Lynch mucho y me conmueve mucho esta historia porque de alguna manera los dos hacen el mismo recorrido. Con un contexto muy distinto, con personajes muy distintos y épocas muy distintas, pero desde ahí. Cuando encontré ese paralelismo dije “acá qué pasó, cómo fue” y me puse a investigar. A mí Lugones me atrae más como personaje para trabajar que su literatura sin dudas. De hecho, no sé hoy si se lee a Lugones. Es ampuloso. Pertenece a otra época. Al mismo tiempo, después de Borges las cosas cambiaron mucho, ¿no? Pero Lugones me atraía porque siguiendo su huella era una manera de recorrer la historia, recorrer el vínculo entre los intelectuales y el poder. Lugones es el prototipo del intelectual que se mete en política, que opina sobre distintos temas políticos y sociales. Una figura que medio se perdió o tal vez ahora se recupere, no lo sé, pero tuvo sus idas y vueltas. Y a mí eso me atrae y bueno, desde ahí me puse a trabajar. Hay tantos libros sobre Lugones, leí tanto.

– De eso da cuenta tu libro porque hay una gran cantidad de citas a otros libros y autores. Al mismo tiempo no te quedaste solamente con él, ¿por qué pensaste en sumar otras figuras y otros tiempos históricos?

– Este libro yo lo publiqué originalmente en 2009 y cuando me propusieron ahora esto dije “hay que actualizarlo porque pasó de todo desde ese momento”. Justamente 2009 fue cuando empieza Carta Abierta y por esa época también se da lo que se conoció como el conflicto con el campo durante el kirchnerismo. Así que tuve que agregar ese capítulo y también un epílogo que deja un final abierto porque hoy no sabemos nada de lo que puede llegar a pasar con este gobierno o lo que sabemos es inquietante. Cuando escribía pasaban cosas todos los días y siguen pasando.

– Uno de los ejes del libro tiene que ver con la idea de Lugones como gran poeta nacional, algo que va en paralelo a la construcción de la patria. ¿Para él levantar un edificio y escribir un poema eran figuras análogas?

– Para él sí, él lo consideraba igual, exactamente igual. Y lo dice varias veces y en varios lugares. O en proyectos que presenta. Es construir un país desde los edificios y desde las palabras. Todo en él es enorme y ampuloso, es su estilo. Así que él escribe pensando en estas cosas. La guerra gaucha es de alguna manera para exaltar. Y tantos otros libros. Entonces es toda una construcción que tiene que ver la literatura con la actuación política. Es la figura del intelectual. Si vos lo ves después, en los años ‘60 por ejemplo, Carlos Fuentes era un poco esa figura. Sin esas ideas, obviamente, pero ese tipo de figura que hoy ya no se encuentra mucho. El modelo era (Jean-Paul) Sartre para tantos intelectuales. Los del boom, (Mario) Vargas Llosa en su momento, (Gabriel) García Márquez también. Pero antes de ellos, el afán de Lugones de participar en la formación del país te impresiona. Por ejemplo, cuando él presenta proyectos educativos al gobierno de (Julio Argentino) Roca. Pero no le alcanza con proyectos educativos, así que termina diciendo hasta dónde hay que poner los pupitres, se involucra de una manera impresionante. Viaja a la selva. Lo contratan también en la época de Roca para estudiar las misiones jesuíticas. Ahí lo lleva, por ejemplo, a (Horacio) Quiroga, que va de fotógrafo.

– Otra cosa que aparece en varios momentos del libro tiene que ver con algo que el propio Lugones menciona, con la Argentina como un país un poco ingrato con los escritores o los intelectuales en general. ¿Coincidís con esa mirada?

– Sí, él se quejaba, decía algo así como “¿cómo quieren que viva con 500 pesos mensuales?”. También protestaba porque no le alcanzaba. Decía “me levanto a las cinco de la mañana para escribir artículos, después voy, doy clases”. Hacía de todo. Y siempre tenía algún puesto estatal por el que lo criticaban. Él retrucaba “¿y de qué voy a vivir, de qué puede vivir un escritor que no tiene fortuna ni una profesión independiente?”

– Es la época de escritores médicos, abogados, militares.

– Claro. Y él no. Él no había podido estudiar. No tenía plata para estudiar. Eso también es un dato, no pudo ir a la universidad. Y entonces se preguntaba todo el tiempo de qué iba a vivir. Además nunca fue un bestseller, ni quería serlo. Él se ponía en una altura. En el libro cuento una especie de polémica que tuvo con Ricardo Rojas porque de Ricardo Rojas se vendían los libros, era de alguna manera el bestseller de la época. 

– Es impactante pensar que de aquellos años hasta ahora, siempre está volviendo la pregunta sobre de qué viven los escritores. Y, por añadidura, por qué no pueden vivir solamente de escribir.

– Es un poco el huevo y la gallina. Porque por un lado puede que se lea menos o que haya libros que no venden. Y es muy difícil encontrarle solución a eso. Hubo una época en la Argentina en que los libros de autores argentinos eran parte del debate público y estaban en todos lados. Eran bestsellers además. Sobre héroes y tumbas fue un bestseller o, qué sé yo, Boquitas pintadas. También los de Beatriz Guido, ni hablemos Marta Lynch o Silvina Bullrich. Cuando yo era joven me acuerdo de que esos nombres y esos títulos estaban en todos lados. La literatura argentina se consumía. Los argentinos leíamos libros de autores argentinos. Y mucho más que ahora, algo incomparable porque también las tiradas eran otras. El libro en general vendía mucho más. Y circulaba más, se discutía más, aparecía en los medios más. Todo eso lo fuimos perdiendo también. Yo creo que para mal, pero bueno.

– Hacia el final del libro, pintás esa foto un poco gris de este momento. ¿Por qué?

– Sí. Porque no nos fue bien, entonces me parece que sería bueno revisar algunas cosas. Por ejemplo esto de lo que hablamos, del pensamiento, las ideas. Vos prendés la tele a la noche y todos gritan, no se entiende nada, es agresión pura. Yo no te digo que antes era maravilloso, pero había un espacio más para la discusión, para la discusión de las ideas. Todo eso se está perdiendo. El nivel del debate era más alto antes. En las discusiones usaban bien el lenguaje. No decían barbaridades. No se insultaban gratuitamente de esa manera. Me parece, no sé. Igual pasó de todo, tampoco idealicemos. Pero quiero decir que era más alto el nivel, eso sin dudas.

– Otra tensión si se quiere, que también atraviesa todo el libro y llega hasta hoy tiene que ver con dónde pone el dinero el Estado, si los intelectuales, sobre todo los escritores, reciben o no fondos para becas, viajes, investigaciones o directamente puestos estatales. 

– Claro, a Lugones, por ejemplo, lo criticaban por eso. Es entendible porque siempre está en cuestión la cercanía al poder. Es un delicado equilibrio, es complicado. Si vos sos funcionario de un gobierno estás condicionado para decir algunas cosas. Perdés un poco de autonomía, eso es innegable. Hay que ver el punto justo y también cada persona sabrá cuál es su límite. No es tan sencillo. Así que la de los intelectuales y el poder es una relación que es conflictiva desde el vamos. Porque se supone que un intelectual es crítico. Si te convertís en funcionario ya no podés ser tan crítico, me parece, no vas a estar hablando criticando medidas de un presidente o un ministro. Entonces la cosa cambia ahí. Y bueno, hubo de todo, hemos visto casos muy distintos. Buenos y malos.

– ¿Y qué pensás de los viajes sostenidos desde el Estado a ferias internacionales, por ejemplo, que en otros tiempos provocaron algunos debates?

– Eso es muy interesante porque en todos los años del kirchnerismo, recuerdo, hubo como nunca viajes y presencia de libros y escritores argentinos afuera. Y yo eso lo valoro y me parece muy bien. Después se podrá discutir a quién invitaban, cómo, cuándo. Pero yo viví todo eso, fui a muchos de esos viajes y vi cómo influye salir a mostrarse afuera por el interés que se despierta afuera. Hay gente que, sin embargo, criticó gastar la plata de esa manera. De todas maneras los escritores en general reciben muy poco en la Argentina. Vos ves que en México hay mucho dinero para el movimiento cultural y las universidades. Acá se recibe poco. Que los escritores vayan a Frankfurt a mí la verdad que no me parece mal. Al contrario, lamento que esas cosas hoy no las tengamos. El éxito en el exterior de muchas escritoras argentinas a las que en este momento les va tan bien afuera empezó ahí. Y con el Programa Sur de traducciones y con estos viajes. A mí me parece bien que todo eso exista. Después habrá detalles que revisar, me parece. Siempre es complicado y yo haría una cosa plural, más allá del gobierno y que los que viajan simpaticen o no con el gobierno obviamente. En la Argentina cuesta mucho separar las instituciones de los gobiernos. No tenemos una institucionalidad tan desarrollada, lamentablemente. Yo creo que ese es un problema grave que tiene la Argentina en muchos terrenos, no solamente en el cultural. 

– Atravesamos días de recortes, de discusiones alrededor del posible cierre de instituciones culturales. Vos misma fuiste víctima de esto con tu programa cultural Los siete locos, que fue levantado de la Televisión Pública. ¿Cómo ves vos este panorama?

– El panorama es muy incierto. Yo realmente me pregunto en qué cambian los números del presupuesto nacional cerrando el Fondo de las Artes o el Programa Sur, no sé. Es muy preocupante. Vamos a ver cómo termina todo eso. Pero es así, yo creo que mucho pasa por eso, porque hay que diferenciar gobierno de Estado. En el caso de las instituciones culturales, yo creo que hay que salvaguardarlas porque hay momentos mejores y peores, ahora, si las cerrás es muy difícil que se vuelvan a abrir. Si vos cerrás la Televisión Pública es muy difícil abrir otra. O el Instituto del Cine. Son instituciones donde, desde mi punto de vista, hay muchísimo para ver y modificar. Pero cerrar es un error porque todos los países evolucionados, las democracias evolucionadas, las tienen. Si uno las sostiene, después se puede fortificar más adelante. El otro día murió Tito Cossa y yo me acordé de lo que costó que se sancionara la Ley de Teatro de donde surge el Instituto Nacional del Teatro. ¡Lo que costó eso! Me acuerdo perfecto. Fue en la época de (Carlos) Menem, con Pacho O’Donnell que apoyó la iniciativa. E iba toda la gente de teatro, los actores, los directores, los dramaturgos, iban todos al Congreso, se movilizaban. Lo que costó que eso saliera y lo que significó porque ahora tenemos teatros chiquitos, grandes, subvencionados, por todos lados gracias a que existió ese movimiento. 

– ¿Cómo te anunciaron el levantamiento de Los siete locos de la Televisión Pública?

– ¡Por los diarios me enteré!  Yo había terminado de grabar a fin de año, como termino siempre. Cuando hay cambio de gobierno, y esto lo viví varias veces porque el programa tiene más de 30 años, en general tardás más en empezar de nuevo hasta que todo se acomoda. Es muy grande un cambio de gobierno nacional para la TV Pública. Yo me acuerdo cuando asumió (Mauricio) Macri también empezamos más tarde. Después cuando asumió Alberto Fernández otra vez empezamos más tarde. En este caso, en el verano vi que siguieron repitiendo programas viejos. Yo veía por los diarios que todavía no había autoridades. Después nombraban a uno y renunciaba, nombraban a otro. Pasó de todo. Y así llega marzo y seguimos en la misma forma. A mí no me llamaron nunca. Llega la Feria del Libro y seguimos sin saber qué iba a pasar. Y el programa siempre siguió siendo repetido, no en el horario habitual pero un poco más temprano pero los sábados a la mañana lo repiten en un horario fijo. Hasta que me entero leyendo los diarios que por el momento no iba a haber grabaciones y que iban a seguir repitiendo. Así que nunca tuve comunicación con nadie. Nunca me llamaron. Yo tampoco iba a estar rogando. No me corresponde a mí. Así que, nada, me parece un final espantoso después de tantos años de estar ahí. ¡Pasamos tantas cosas!

– Después del apoyo y expresiones de cariño de muchos colegas, de escritores, de la Feria del Libro de Buenos Aires donde hubo un acto de desagravio, anunciaste que a finales de junio el programa vuelve. ¿Cómo ocurrió?

– Me ofrecieron hacerlo en el Canal de la Ciudad. Me gusta porque también es un canal público. Yo estoy muy contenta, la verdad, creo que este programa tiene algo especial porque siempre sigue. Siempre, sigue y sigue. Más allá del rating, digo, porque yo he hecho otros programas que se terminaron. Los siete locos siempre sigue y la gente lo apoya mucho. Vamos a estar los sábados y domingos a las 12.30. Ya hablé con Rep, vamos a tener los murales que tenemos hace tantos años. Yo creo eso, que hay que tratar de sostener las cosas. Porque todo pasa. Y discutir ahora todo lo que se pueda, en el Congreso o donde sea. La mirada debería ser esa: intentar que la mayor cantidad de las cosas no se caigan. Tratar de cuidar que no se cierren. Y esperar. Vendrán tiempos mejores, en algún momento vendrán supongo, espero. Rescatar lo que este país tiene todavía. Yo veo que el libro todavía tiene una especie de respeto. Todavía tenemos eso. Hay que tratar, cada uno desde su lugar, de que no perdamos eso porque si no, ¿cuál es el modelo de sociedad que nos espera? Un empobrecimiento espantoso.

AL/MG