“Todavía nos cuesta pensar que la soltería no es un estado de ansiedad, un estado de carencia afectiva del que hay que salir lo antes posible. Se puede disfrutar un rato, pero es siempre tiempo de descuento, y más a medida que pasan los años y la idea de ser 'una vieja patética' se vuelve más tangible”. Esta es solo una de las lúcidas, incisivas y realistas reflexiones que Tamara Tenenbaum volcó en 2021 en El fin del amor. querer y coger en el siglo XXI (Editorial Ariel, Planeta). Un libro en el que partió de su propia vida creciendo en el seno de una comunidad judía ortodoxa en Buenos Aires; para analizar, teniendo en cuenta todas las aristas posibles, qué ocurre cuando el matrimonio deja de ser un objetivo vital, como sí lo fue para las generaciones anteriores.
El valor de la amistad, condenar la concepción de las rupturas como fracasos, los corsés (literales y metafóricos) impuestos desde el patriarcado y el capitalismo; y la cultura del consentimiento están entre los temas que vertebran su texto que este viernes 4 de noviembre llega a Amazon Prime Video en forma de serie. La escritora, periodista y columnista de elDiarioAR ha estado involucrada en el proyecto como productora ejecutiva junto a Erika Halvorsen, Leticia Dolera -que dirige los dos primeros episodios- y Lali Espósito, protagonista de la ficción. Un título que arranca mordaz, provocativo y divertido, en gran parte, por el arrollador carisma de la actriz que encarna al personaje principal; y por el ingenio e inteligencia que empapan sus guiones.
“Más que una opción, la soltería es una circunstancia de vida”, sostiene la autora, “lo más probable es que en tu vida vayas a tener pareja un rato y luego vayas a estar sola. Más te vale que sepas vivir con eso te guste más o menos”. La serie arranca inmersa en este punto, al presentar a Tamara, su protagonista, una filósofa de la cultura pop que decide dejar a su novio -con el que aparentemente mantiene una relación idílica- para rebelarse contra el concepto tradicional de romance, como ya lo hizo antes con su vida religiosa. Dolera, por su parte, asegura a este periódico en España -y durante una proyección para la prensa- que el motivo por el que aceptó el proyecto fue la forma en que esta mujer “se enfrenta a su propia contradicción interna con miedo, vértigo y valentía. Porque enfrentarse a las sombras de cada una es de valientes”.
“Tamara es una filósofa feminista que escribe artículos, trabaja en la radio y da clase, que habla de la libertad de las mujeres. Pero que luego en su vida no se siente libre no sabe muy bien por qué. En su búsqueda de esta libertad es donde va a madurar”, avanza la creadora de Vida perfecta. Tenenbaum señala “las responsabilidades” que implica este proceso. “Si quiero un mundo más justo, no solo va a depender de que me den más libertades, sino de hacerme cargo de ellas. No echarle la culpa a nadie si las uso de mala manera”, defiende, “espero que la gente vea que son juegos y preocupaciones, y no intentos de darle a nadie lecciones de moral”.
La libertad de hablar de lugares habitados
Dentro de la gestación de la serie, la escritora ha contado con una clara ventaja: “Al ser mi historia, podía hacer más o menos lo que quisiera con ella”. De ahí a que para ella la libertad que ha sentido durante el proceso de creación del título ha radicado en “trabajar un mundo que conozco, que entiendo bien, en el que habité y del que sé que tengo rincones que otra gente no. Una persona no puede aprender en dos semanas lo que yo llevo en 12 años de mi vida”.
Esta circunstancia ha sido clave a la hora de abordar uno de los grandes temas de la ficción: la religión judía ortodoxa. La primera entrega de la serie muestra a una Tamara dudosa de si aceptar o no la invitación a su boda de una antigua compañera de colegio, por todo lo que ello implica: reencontrarse con un grupo de gente al que hace tiempo que no ve con una forma de vivir con la que decidió romper hace tiempo. El título utiliza este contraste para generar momentos de humor que logran no caer en la literatura.
Dolera explica que el trabajo del tono fue sencillo para ella por contar con personas judías dentro del equipo, tanto en la gestación del guion como en el propio rodaje, donde en las escenas rodadas en la iglesia había un rabino: “Siendo crítica con la religión, la serie es respetuosa, y también consigo misma. Está narrada desde una perspectiva feminista, pero no por ser respetuosa con la religión deja de serlo con su propia ideología”.
Otro de los grandes diferencias con las que Tenenbaum se topó al salir de la comunidad en la que nació fue el reparo que existe a hablar de dinero. Coyuntura que han aprovechado en la traslación de su libro a la pequeña pantalla con una punzante escena en la que la protagonista, en pleno directo de radio, le pregunta directamente a su compañero cuánto dinero cobra. La respuesta es rubor y risas nerviosas. Ella insiste porque no concibe el rechazo que genera dialogar sobre el nivel de ingresos, siendo algo que condiciona tanto el día a día. “Vengo de un barrio de comerciantes en el que a gente habla de plata de una forma que fuera de ahí no existe. La gente tiene vergüenza de hablar sobre ello, y no solamente de cuánto ganan, sino también de lo que cuestan las cosas”, comparte la argentina.
Una reticencia que considera más sangrante al ahondar en cómo funciona el mundo de la cultura. “Es todavía peor. Vivir del arte es imposible, solo puede hacerlo la alta la burguesía o alguien que tiene mucha suerte”, lamenta.
La receta para la infelicidad
En su búsqueda de nuevo departamento, una particular agente inmobiliaria le reprocha a Tamara que “la historia de las mujeres es conformarse”. La joven reacciona argumentando que si se ve obligada a decir que no a un buen apartamento no es porque piense que merece vivir en una casa peor, si no porque no puede permitírselo. “El cruce generacional es interesante”, reivindica la escritora describiendo al grupo de amigas de la protagonista como “una generación de chicas que no se conforman con nada. ¿Es una receta para la infelicidad? Tal vez. Buscan todo el rato una felicidad que cada vez es más exigente, pero ya no hay vuelta atrás”.
Al mismo tiempo, tiene mucho que ver con el título del libro y la serie: El fin del amor. “Lo que termina es la idea de que el sentido de la vida de una mujer es buscar una pareja y que todo lo demás sea subsidiario a ello. Y que, si no la encuentra en los términos en los que se supone que hay que encontrarla, está condenada a la infelicidad”, argumenta Tenenbaum, “el amor ya no es el sentido único, ni tampoco una obligación”. “Hay que negociar nuevas condiciones”, comenta sobre un proceso en el que advierte que aún quedan pasos por dar. “Los grupos de chicas todavía pasamos mucho más tiempo hablando del chico con el que salimos que el tiempo que pasan ellos haciendo lo contrario”, indica.
La escritora expone que esta evolución está en parte relacionada con la edad. “Por suerte, los 30 son más generosos que los 20 en este sentido”, afirma sobre la apertura de miras que si sus amigas son “chicas talentosas, inteligentes, maravillosas y con intereses. ¿Por qué vamos a estar entonces todo el día hablando de tipos?”. El tono combativo y deslenguado con el que la autora responde en voz alta es idéntico al que emplea en el libro para arrojar luz sobre el universo de los afectos y proponer que de las cenizas del amor romántico salga uno mejor, que haga más libres a hombres y mujeres.
Dolera incide en la importancia de que todo esto sea contado. “Vemos películas y leemos libros no solo para entretenernos, sino para encontrarnos a nosotros mismos o encontrar respuestas y caminos”, subraya, “por eso es importante que el relato sea diverso, ya que te va a acabar construyendo lo quieras o no”.
Protagonistas sin patrones
“Hay algo del caos que me gusta”, reconoce Tamara en un momento determinado del inicio de la serie. Una reflexión que brota de su entraña mientras mira a cámara, y que se agradece por la sinceridad con la que lo transmite. Esto es algo que ya abordó en el texto, tomando como referencia una serie de fotos de adolescentes de la neoyorkina Justine Karland. Dos amigas en un callejón detrás de una juguetería enorme con una botella dentro de una bolsa de papel y tres jóvenes conversando en lo que parece el baño de un colegio mientras una fuma son de los instantes que recogían las imágenes.
“Todo en la energía de esas chicas intrépidas pertenecía al mismo feminismo que el de las que hoy se sacan fotos en tetas en Instagram y se tapan los pezones para que no se las bajen de la aplicación”, comenta la periodista. Las protagonistas aparecían en situaciones que Tenenbaum explica que habitualmente pertenecían a los hombres. “En rutas, en montañas, tratando de hacer pis en medio del monte”, por citar solo algunos ejemplos. “La mujer que se descontrola es para el sentido común, una reventada”, escribe la periodista, “y la reventada, a diferencia del reventado, no es objeto de deseo: es un objeto de lástima”.
La Tamara de la serie encajaría en este -no- patrón de “reventada”. No tiene claro qué quiere, no despierta seguridad ni la busca, encuentra su sitio en el caos, no quiere complacer y se divierte. Dentro la esta poderosa, a ratos incómoda y enriquecedora contradicción que experimenta, El fin del amor propone “reírnos de todo, pero no desde una posición de superioridad”. Al contrario, el punto fuerte del título es que aborda las dudas, los errores, los aciertos y los grises con respeto.
Genera un ambiente que permite entender que se pueden generar nuevos contextos. Tenenbaum sostiene que “todo está por escribirse” y, por ello, esa escritura del devenir pasa por asumir la libertad con responsabilidad abrazando “el deseo y los lazos de cuidado”. Su propuesta es intentarlo invitando a sacar partido a todos los colores de la gama cromática. “En ese aprender a mirar y amar la diversidad sin reducirla a la mismidad que nunca termina está la clave de todo”, concluye.
LGH