“El 3 noviembre de 1995 estalló la Fábrica Militar de Río Tercero, Córdoba. Miles de proyectiles se dispararon contra el pueblo que los producía. Con 12 años, mientras intentaba escapar de las explosiones, registré la destrucción con una cámara de video. Veinte años después me encuentro con esos archivos. La explosión escondió el mayor tráfico de armas en el que se vio involucrado el gobierno argentino. La ciudad continuó creciendo pese a la tragedia, pero la amenaza del polo industrial y militar aún persiste”.
Con esa sobriedad, que acompaña todo el relato del documental Esquirlas, la cineasta cordobesa Natalia Garayalde describe una herida doble. Por un lado, está la tragedia colectiva, en pleno gobierno de Carlos Menem, con un estallido que dejó siete muertos y una marca indeleble en la memoria, en los cuerpos: un montón de esquirlas que persisten hasta la actualidad.
El largometraje, por otro lado, repasa también los días de la familia de Natalia, que en ese momento quedaron registrados por una cámara casera que ella y su hermano usaban como un pasatiempo. Hay risas, hay actos escolares, hay consumos de una época que parecía brillante, con electrodomésticos, televisión por cable, ropa de marca. Hasta que en medio del fulgor, el pueblo en el que vivían y jugaban se convierte en un campo minado. Nada volvería a ser igual para ellos después de esos días de estruendo.
Con esas grabaciones familiares que encontró casi dos décadas después de las explosiones, con imágenes de los archivos televisivos, con testimonios de los protagonistas y los familiares de las víctimas, la documentalista logró un armado sutil y muy particular en Esquirlas, que luego de circular por varios festivales de cine en el país y en el mundo (de Suiza a Corea, de Reino Unido a España), tiene por estas horas su estreno local.
Desde Córdoba, a poco de la llegada de la película a las salas de cine y de un evento muy particular donde se exhibirá su trabajo en Río Tercero, la directora responde por teléfono algunas preguntas para elDiarioAR.
Una esquirla es una especie de resto, una espina, algo puntiagudo que queda, que no deja de irritar. ¿Cuándo te diste cuenta de eso, de que aquella explosión representó para vos esta cosa que pincha, que queda ahí dando vueltas?
En verdad fue un tema que nunca me soltó. Desde esa mañana, siempre estuve muy pegada. No he podido olvidarme, aunque por momentos lo intenté. Estuve siempre muy afectada por lo que había sucedido en Río Tercero. En el secundario me junté con amigas y amigos para realizar marchas. Ahí conocí a la única querellante de la causa, Ana Gritti, al operario Omar Gaviglio, que al principio había sido señalado como supuesto culpable del accidente. Y después fue el que se convirtió en un testigo clave de la causa Armas y de las explosiones. Conocí también a muchas personas que estaban movilizadas para exigir justicia. Entonces recopilé mucha información, desde testimonios hasta fotos, videos, planos y demás. Fue un tema que estuvo constantemente en mi vida, como una banda sonora. O sea que no es que tuve que volver al tema para la película. Sí me encontré, cuando se cumplían los 20 años, con un montón de cajones llenos de cosas que tenían que ver con las explosiones y con la necesidad de armar un relato a partir de todos esos fragmentos. Ahí decidí empezar a trabajar en un documental.
En este sentido, la película tiene varias zonas: están los testimonios, las voces de los involucrados como Omar y los otros, el recuerdo en sí. Pero también está la memoria familiar. ¿Cómo fue que llegaste a ese tono, a cruzar estos dos universos?
Eso en realidad apareció una vez iniciado el proceso de realización. Yo primero empecé a hacer un documental más clásico, con referencias más periodísticas. Porque yo además estudié Comunicación Social. En ese momento tenía como protagonista a Omar Gaviglio, el operario que había sido usado como un chivo expiatorio. Y cuando él enferma de cáncer y yo tengo que hacer una pausa en el rodaje toda la situación me empuja a la vez a conectarme con un duelo familiar que yo estaba atravesando por mi papá y mi hermana. Yo estaba en Río Tercero ahí, trabajando en la película, y empiezo a ver fotos familiares. Así encuentro algunos cassettes. Pero fue más buscando imágenes y recuerdos de la familia que extrañaba. Ahí es cuando asombrosamente me encuentro con todo esto, que yo apenas recordaba. Cuando logro digitalizarlo y verlo, mi primera reacción fue decir: “No, esto no lo voy a usar”. Temía hacer un documental autorreferencial que se circunscribiera a mi historia personal, cuando quería contar un hecho que había afectado a toda la población. Pero cuando les mostraba el material a otras personas me decían que en verdad lo que mostraban esas imágenes era que mi pequeño universo había estallado. Que estaba difuso el límite entre lo privado y lo público, entre el adentro y el afuera. Mi historia había sido atravesada por un hecho que había marcado a toda la ciudad. Entonces me animé a contar mi propia historia. Primero lo hablé con mi familia y, con su consentimiento, avancé con esos materiales y empecé a trabajarlos en el montaje. Yo ya tenía un corte casi terminado y lo di vuelta.
¿Ahí fue que decidiste fusionar el material de los noticieros locales con el material de tu familia?
Sí, un poco el desafío, como eran diferentes formatos que venían de lo público y lo privado, era que en el tratamiento final se borraran un poco esos límites. Por eso, de los archivos de los medios que se ven en Esquirlas, principalmente de canales de televisión de Río Tercero y de Córdoba, usamos el material que por ahí está descartado porque tiene errores y que estéticamente se parecía más a un video familiar, que suele tener movimientos de cámara o algo que se cruza en el medio del encuadre, que molesta en lo que se veía pero que tenía mucha más similitud con los videos caseros.
Hoy con los celulares que tenemos por ahí es más fácil. Pero es notable ver que en ese momento la reacción tuya siendo una niña fue la de agarrar una cámara. ¿Cómo fue verte en ese rol, haciendo ahora una película grande, en el papel de una mini-presentadora de noticias? Porque jugaban a eso con tu hermano.
Cuando me encontré los cassettes me llamó la atención ver cómo la camarita era tanto para mí como para mi hermano una especie de prótesis. Estábamos todo el tiempo con la cámara en la mano. Y primero fue experimentar con las posibilidades de la cámara, jugábamos, hacíamos planos aberrantes, la dábamos vuelta, dábamos vuelta el mundo, creábamos espacios. Con el tiempo pude ver cómo se fue transformando la mirada de estos niños. Porque después de las explosiones es como que hay una modificación en el juego o en el acto de mirar el mundo: ahí empezamos a imitar un poco el lenguaje periodístico. Río Tercero en ese momento se llenó de periodistas y esa situación lo convirtió en algo muy extraordinario. Hasta ese momento era una ciudad que no tenía una gran repercusión mediática: nadie hablaba de Río Tercero. De golpe ver a todos esos periodistas también fue algo novedoso para nosotres. Y creo que empezamos a imitar eso que veíamos, me parece, también buscando una respuesta del mundo adulto acerca de lo que había pasado. Y después yo también veo otra transformación en mi mirada cuando son las segundas explosiones, que ocurren tres semanas después. Ahí yo veo un corte: yo dejo de filmar. No tengo más registros míos. Sí del resto de mi familia, pero no hechos por mí. Noté un desencanto ahí. Si en las primeras explosiones aparecía una especie de entusiasmo por el hecho espectacular en nuestras vidas, aunque también dramático, en las segundas explosiones fue todo una marca que señalaba que la amenaza continuaba. Y de hecho continúa hasta la actualidad. Tal vez con otro tenor, porque tiene que ver hoy con la producción química y no con la situación de un atentado o una cosa vista como crimen de Estado. Pero sí había una situación de amenaza con la que convive la población. Eso me parece que es lo que estaba un poco en ese registro.
El juego de estos niños entonces se corta.
Sí, yo creo que un poco la película habla de eso: de cómo se modifica la mirada a partir de un hecho trágico.
A la vez es una película de duelo familiar y social y también está esto: a vos te agarran las explosiones en ese tránsito de “hacerse grande”, de terminar la primaria. ¿Quisiste dejar esa dimensión también en los registros que elegiste?
Sí. Alguien de hecho definió a la película como una de coming of age, de hacerse grande. Porque justo es la edad de transición, de cambios muy fuertes en la vida.
La película se vio en festivales de acá, pero también circuló afuera. ¿Qué ven en esos lugares o qué llama más la atención de una historia como esta, entre gente que no conoce el trasfondo?
En América Latina, sobre todo, el conocimiento del hecho está, el recuerdo del gobierno de (Carlos) Menem. Y, sobre todo, las preguntas o el análisis viene por el lado de la década de los ‘90 en la región y particularmente en la Argentina. Ahí empiezan a verse las explosiones como un hecho más dentro de los estallidos sociales que se estaban viviendo en ese momento, con despidos y ajuste. Esto no fue algo aislado. En un momento se ve que el operario tenía que maquillar armas para traficarlas, porque si no también lo despedían. Afuera de la región, creo que las preguntas vienen más por el lado de cómo afecta un hecho social la vida de una persona o una familia.
Es notable que en la película aparezca por un lado el hecho social en sí y, por otro, una imagen muy nítida de una época. Las marcas de ropa, los consumos de los ‘90, los electrodomésticos, tener cámaras.
Sí, por eso yo también incluí desde el inicio el retrato de una familia de clase media, argentina que progresa, que ve la tele, que se entretiene con los chismes y la farándula y la política. Por eso también el momento en que aparecen las explosiones viene muy ligado al momento de un festejo del Año Nuevo. También marcando ese contraste, que es el contraste de los ‘90 donde había dos caras. Por un lado un brillo y por otro lado estaba todo mal.
¿Cómo repercutió en Río Tercero? ¿Cuál fue la reacción de la comunidad?
Muchos vecinos y vecinas la pudieron ver cuando se pasó en el Festival de Mar del Plata, que por la pandemia fue a través de una plataforma digital. Eso generó que no hiciera viajar para asistir al festival. Ahí recibí muchos mensajes muy amorosos de vecinas y vecinos. Y también agradeciendo que se hablara de nuevo el tema. Porque, si bien en Río Tercero hay monumentos, hay actos para recordar en los aniversarios y un movimiento de memoria, por fuera de la ciudad ya es un hecho olvidado. Como tuvo tanta repercusión, me agradecían haber difundido el tema.
Esquirlas, de Natalia Garayalde, se puede ver todos los viernes a las 21, en el auditorio del Malba, Buenos Aires. Más información, aquí.
En Córdoba se podrá ver a partir de las siguientes fechas:
Jueves 9 de septiembre - Cineclub Municipal Hugo del Carril (Córdoba)
Viernes 10 de septiembre - Cinema Strike (Río Tercero)
Jueves 16 de septiembre - Centro Cultural Leonardo Favio (Río Cuarto)
Domingo 26 de septiembre - Espacio INCAA (Villa María)
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