Oíd el ruido

L-Gante, la banda sonora de la fractura social insoportable

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Hablemos primero de plata y cómo a veces suena. Además de ser una medida de valor y esconder relaciones sociales asimétricas, el dinero tiene los atributos de una máquina simbólica. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, los efectos de la imagen en bucle del recuento de billetes en una cueva de Puerto Madero, en vísperas de las elecciones de 2015? Los ostentosos raperos estadounidenses Lil Wayne, Daniel Hernández, 6ix9ine, dejaron que parte de su excedente se convierta en regalos aleatorios. Otro, Blueface, arrojó billetes desde el toldo de su todoterreno a medida que pasaba por barrio un barrio de Los Ángeles. L-Gante acaba de incorporarse a ese ritual del derroche festivo. El pasado 6 de marzo, y después de finalizar su presentación en Añatuya, uno de los puntos más lacerantes del mapa de la desigualdad en Argentina, encabezó una caravana junto con sus seguidores. El inventor de la cumbia 420 (“para los negros”, como suele rematar) se asomó a una ventana del micro y comenzó entregar papeles de 500 pesos. Algunos de los fans descendieron de los autos para hacerse de la dádiva. Los motoqueros estiraron sus manos. Uno de ellos perdió el control y se cayó en la ruta. L-Gante registró toda la situación con su teléfono. “DESCONTROL 420 AÑATUYA. EL MOVIMIENTO”. La escena se replicó exponencialmente en las redes sociales. Llovieron los likes. Si Javier Milei sortea su salario, Elian Valenzuela se ha inclinado, a los 21 años, por la distribución azarosa, justo cuando el FMI impone un control brutal de la emisión monetaria. 

La figura de L-Gante es objeto de disputas, enconos y malentendidos. ¿Desde dónde hablamos cuando hablamos sobre él? El “nosotros” provoca un ruido extraño. ¿El enunciador es por estos días un integrante de la ciudad letrada que intenta capturar la esencia de lo popular desde una pantalla? No. L-Gante no es estigmatizado por el discurso “culto” sino por la rama del espectáculo procaz: Baby Echecopar, Viviana Canosa, Eduardo Feinmann (no los une el amor a los cuartetos de Brahms o los solos extremos de John Coltrane, sino el espanto a un otro inescrutable). El pibe es astuto y hasta autoparodia su condición de buen salvaje. “¿Con qué cubiertos arranco?”, quiso saber la noche que se sentó alrededor de la mesa de Juana Viale.

En su propio nombre se anidó una promesa de salvación individual. A fines de 1999, Claudia Valenzuela transitaba el final de su cuarto embarazo. Por esos días la capturó una historia que proliferaba en la tele, la de un niño que había sido rescatado a pocas millas marítimas de Fort Lauderdale, en Miami, aferrado a la recámara de un neumático, semiconsciente y deshidratado. Elián González Brotons había abandonado Cuba a bordo de un botecito que no pudo atravesar la corriente del Golfo. Al hundirse, murieron la mayoría de las personas, entre ellas la madre. Elián se convertiría en el objeto de una intensa disputa judicial entre la isla y un tribunal de La Florida. El litigio fue seguido con la intensidad de una telenovela. El “balserito” finalmente retornó a Cuba, donde encontró la protección personal de Fidel Castro. Valenzuela estaba a punto de parir al momento del desenlace. Su Elian sería el “balserito” del partido de General Rodríguez, mientras se hundía la convertibilidad. Abandonó la secundaria en el tercer año, como miles de bonaerenses. Hizo changas y se internó en el mundo del trap. La tierra firme de las repeticiones y los algoritmos le ofrecería algo más que una posibilidad de flotación: un estrellato que perturba. 

“Yo tampoco sé cantar, le meto onda”, dice, como pidiendo disculpas. No asusta ni desagrada la desafinación del exitoso Vicentico, pero sí, claro, la suya, acaso portadora de un peligro adicional. Lo que llama la atención de entrada es su manera de sacar el sonido de la garganta. Una voz “bien colocada”, según la jerga de los cantantes, busca extraer lo mejor de sus cuerdas vocales, la caja torácica, los pulmones y los órganos resonadores. Pero lo “colocado”, en L-Gante, parece remitir miméticamente a un habla que acusa el recibo de alguna sustancia. Avisa no obstante que ya no ingiere alcohol. Lo que queda es un estilo. Elian es hijo musical de la portabilidad. La compu y el teléfono. El cortar y pegar al servicio del autodidacta. Bit y beat machacón (beastly). Las herramientas facilitan adoptar convenciones (el trap y su progenie) que son parte de un nuevo esperanto reproducido tanto en Buenos Aires como Pekín, Cali, La Habana o la invadida Kiev. Las bases rítmicas y los giros melódicos funcionan como membresía común. Pero lo global se somete al aditamento local y es la llave de acceso a la red donde termina de explotar. La cumbia 420 no solo nos informa en sus letras de una inequidad social y una violencia circundante sino de un muy acotado acceso a bienes simbólicos. Tópico y topografía se funden sobre la base de un deseo de posesión inmediata.

“La cuentan”, supera los tres millones de visitas:

En la' esquina' má' oscura' paramo' con to' los turro'/ Los compa', los que tienen la nota/ Los que siempre van con dos guacha' en la butaca de la chata/ Pa' que pique la roca, pa' que no' enrole la mota/ Y cuando llegue pa' mi bloque la pongo a contar billete'/ Hasta que se quite el escote.

“Pinta”, en cambio, ya salta a los seis millones, aunque su letra sea una paráfrasis de la anterior y de todas las que ha escrito:

Acá donde vivimos los pibitos somos vagos/ La humildad es en la calle/ Y la calle sabe cómo hago/ Pa que arranquen y dejarlos bien callados/ Siempre con los ojos tumbados/ Y un vinito en una botella cortada/ Que si pinta de noche me identifica/ Vamo tirando humo por el aire con la clicka.

Con “Rin tin tin” escala a los casi 10 millones de curiosos:

Ella me pregunta que por qué soy bandolero/ Y me dice que quiere amor, pero yo solo amo al dinero… No sé por qué me persigue el patrullero/ Siempre nos quiere corta' el mambo a los villero'…

La lengua se rompe. Las palabras se astillan. Las imágenes compensan ese déficit y es, entre una indumentaria común al trap, el funk carioca y el hip hop, recurrente el gesto del revolver en las manos que conocemos ya (espantados) por Jair Bolsonaro. No se puede negar la funcionalidad de ciertos lugares comunes a los discursos más punitivistas. L-Gante los alimenta también cuando se toma una fotografía en Rosario con Ariel Máximo Cantero, alias el Viejo, fundador de la banda delictiva Los Monos. Sobre su figura se aplica el doble rasero. La selfie compartida hizo sonar alarmas que callan cuando políticos, empresarios y guardianes del orden se entreveran con algún capomafia. L-Gante se ofrece como la parte de un todo imaginario (y clasista) que junta en una misma bolsa a la pobreza estructural, los planes sociales y el narcomenudeo. 

Treinta millones de veces se ha visto “Visionario”, que proclama lo siguiente, a tono con la escena de Santiago del Estero:

Vamos a hacerno' millonario', eh/ Porque la rama la movemo'/ Matándola como un sicario, eh 

Por su parte, “Malianteo”, junto con DT.Bilardo concitó la atención 48 millones de veces:

Fumo, me sube la nota y vuelo como un parapеnte/ Cuando vamo' encapsulado' el humo me empaña lo' lente'/ Y el que me quiera tirar lo quiebro ante' que lo intente/ Con la cara to'a tatuada dicen que parezco un mara.

Es el imperio del quantum en el alza permanente. YouTube y las plataformas digitales muestran algo más que el resultado de un algoritmo: un mapa de los nuevos gustos, usos y usuarios, pero también del orden que los constituye. ¿Qué pueden hacer los consumidores con esos objetos y sus incitaciones? ¿Qué experiencias arrojan? ¿Qué negociación de significados y producciones de sentido surgen de condiciones materiales y sociales tan concretas como las de la exclusión? 

“Tinty nasty” eleva los cliqueos a 80 millones, aunque siempre se relate lo mismo: 

Salimo' en caravana pa' tumbar la carretera/ Los fierro' de los pana' los pasan en la cartera…Fumando un riquitillo por los pasillo'

L-Gante participó con la teen Tini en “Bar”. Los vieron 139 millones de internautas. Las contradicciones sociales se resuelven en el meneo. La canción comienza en una residencia ricachona, con pileta iluminada. El champagne se derrama como si fuera un servicio público. Él tiene, como ella, una cuatro por cuatro. Tú ya no busque' má' excusa'/ Si еse bobo a ti te usa, le dice y la escena cambia: el canto prosigue en una villa. Vamo' a beber, vamo' a fumar/ Y olvidar lo que hace mal. El humo del charuto busca suturar lo imposible, como reconoce la chica que, a pesar de haber cambiado a la mansión por la calle de tierra al momento del baile, le avisa al pretendiente que no quiere volverlo a encontrar.

El Music Sessions de L-Gante con Bizarrap  superó los 250 millones de clics. Se lo ve ahí al principio fumando un porro. Sobre el final, toma vino de un tetra:

Los ruchi los pincho/ Tres damajuana' en la Pelopincho/ Una parrilla y chinchu en el quincho/ Los rocho' joseamo' hasta hacerno' millo' por los pasillo'

Cristina Fernández de Kirchner había llamado a ser “abiertos” a fenómenos como el del cumbiero 420 y su “forma de comunicarse”, estrictamente generacional. La vicepresidenta creyó que Elian era un fruto del programa Conectar Igualdad, aunque su computadora la había adquirido en un mercadito de las usadas. En octubre pasado, el mismo mes de la selfie de L-Gante con el mono Cantero, Alberto Fernández se hizo un lugar en su agenda para recibir a tan prolífico autor. En ese encuentro cerró una controversia que lo había involucrado en abril 2004, cuando, en su condición de jefe de Gabinete y promotor de recitales de rock en la Casa Rosada, dijo: “Hace diez años no existían programas de televisión de cinco horas donde se difundía un tipo de música en la que en gran medida y por muchos momentos se termina elogiando la acción delictiva, como lo hace la cumbia villera”. Para qué. El ministro del Interior Aníbal Fernández convocó al conductor de Pasión de sábados, la Tota Santillán a la sede de Gobierno. Allí fue recibido por Néstor Kirchner. “Yo banco a la cumbia villera”, le dijo el presidente, siempre según el mismo Santillán. Y ese respaldo obedeció a que su hijo Máximo había salido en defensa de la cumbia. 

Diecisiete años después, Fernández se sentó frente a L-Gante. “Contame cómo empezaste, quiero conocer cómo haces tu música”, quiso saber. Elian le dijo que, a pesar de tener conciencia de su falta de calidad, su popularidad subía como la espuma. “Explotó, mal, estamos haciendo un género nuevo, cumbia 420, vendría a ser la cumbia moderna”. L-Gante le reconoce que también despierta enconos. “En toda época, no sé si usted me lo puede confirmar, el rock, el tango, tuvieron sus críticas”. Y Fernández asiente, lo han llevado a su terreno, porque, suele subrayarlo, es un roquero de cepa, un fan, no, mejor dicho, un connoisseur, al punto de que acaba de regalarle a Gabriel Boric Artaud, de Luis Alberto Spinetta, durante la reciente ceremonia de asunción, en Valparaíso (lástima que el argentino no pueda suscribir lo de “mañana es mejor”). Y desde esa posición, que ya no es la del estadista, Fernández se sorprende por la cantidad de clics que acumula L-Gante.  Hasta el jefe de Estado se permite cantar, si vale el verbo en este caso, “Abecedario”, el tema que Elian grabó desde un hotel de México para los chicos, y que incluye apenas las 27 letras que deben memorizar en la escuela. “Más vale que lo aprendas, pórtate bien, cumbia 420 pa los nenes”. El “Abecedario” de L-Gante se conoció casi en paralelo a la prueba comparativa de la Uneco en la región en la que los chicos argentinos mostraron peores resultados que sus pares latinoamericanos en matemática, lengua y ciencias naturales.

“A L-Gante lo quisieron ver como si fuera el hijo pródigo del plan Conectar Igualdad o, de forma opuesta, como si fuese el fruto podrido de un supuesto plan consistente en regalar computadoras para ganar votos y aún como si fuese el opuesto punto por punto del Dipy. Ninguna de esas alternativas es válida porque la relación fundamental de L-Gante con esas expresiones de la política ha sido desnudarlas en su miopía”, dice el antropólogo Pablo Semán. Aun así, fue invitado a Tecnópolis. El ministro de Cultura, Tristán Bauer, no dudó en subirse al escenario junto al nuevo astro del pobrerío. El convite es síntoma no solo de la escasa negatividad presente del rock, devenido bien público de corto alcance, sino también del declive del elitismo cultural. Hablamos incluso de esferas que reclamaban el patrimonio de la distinción (el anuncio de La Berisso en el Teatro Colón es el equivalente populista y conservador de L-Gante en Tecnópolis). 

Más allá de los rechazos epidérmicos en nombre del buen gusto y la originalidad, ¿qué nos informa su música? ¿Es mala? Ahora bien, qué quiere decir eso. No está de más recordar que “malo” es una categoría subjetiva. Tanto es así que alguien puede aborrecer todavía La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky. Lo “malo” está marcado por disputas culturales e históricas sobre lo que se considera bueno en una variedad de contextos diferentes. De hecho, “mala” es, como recuerda el sociólogo de la música Simon Frith, una palabra que sugiere que los juicios estéticos y éticos pueden estar completamente unidos en la música. 

De lo que creo estar seguro es que no hay indicios de plebeyismo en L-Gante. Su cumbia 420 forma parte de la banda sonora de la fractura social (“el canto general del precariado”, me dice Semán, al otro lado del teléfono). Más que indignarse, deberíamos escucharla como el documento de un naufragio para el que, por estos días, no alcanza ninguna balsa. 

AG