A los tres días de publicado mi artículo sobre el hallazgo de una misteriosa lápida, oculta en Mar del Sud, donde figuraba el nombre de un cuadro dirigente del partido nazi argentino, una partida de agentes federales de la PFA, de la delegación Mar del Plata, mandados por la justicia argentina, se apersonó en la casita de los alemanes de El Remanso. A pedido del propietario, como yo todavía estaba en el pueblo, me tocó estar presente en el allanamiento que se realizó al calor de un incipiente verano. Corrían los primeros días de diciembre de 2020, El Remanso estaba tapizado de margaritas silvestres y el campo estaba tan tranquilo como cuando arribaron los alemanes hace más de setenta años. La presencia de los pesquisantes en el lugar del hallazgo daba cuenta de que el Estado nacional, a través de sus instituciones, quería asegurarse que la lápida con el nombre de la persona que manejaba las finanzas del Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán en la Argentina no ingresara en el mercado negro de memorabilia nazi, que intercionalmente es muy nutrido y poderoso. Para eso, le asignaron al propietario la custodia oficial de la lápida, algo que ya detentaba de hecho. Después, la justicia citó al investigador Julio B. Mutti, primero, y a Laureano Clavero, después, las dos fuentes más calificadas de la historia, para que brindasen una declaración sobre todo cuanto supieran. Por mi parte, mientras me encontraba en Mar del Sud recibí la visita de algunos funcionarios policiales bonaerenses, más interesados en el tema de la lápida nazi que en el robo que había sufrido en mis terrenos a pocos metros de allí. A ellos no les pude proporcionar mayor información que la que había publicado.
Como anticipé en las primeras páginas de este libro, dos meses antes del allanamiento de los agentes federales comenzaron a pasarme cosas muy extrañas. Mientras ensayaba las primeras líneas del artículo sobre el misterioso hallazgo de la lápida nazi, el mismo día que murió el investigador Grigera, sufrí el robo de las tranqueras colocadas en mis terrenos. Nunca sabré si por estar situados a algunas pocas cuadras de la casita de los alemanes donde ocurrió el hallazgo o por alguna otra razón, como la de extorsionarme para que vendiera a precio vil los lotes de mi propiedad en la manzana 247. Amparados por el decreto presidencial de la cuarentena por coronavirus, cuando ningún propietario no residente podía ingresar al municipio de General Alvarado, los delincuentes bloquearon el ingreso a mis lotes con una cimbra y destruyeron además el alambrado de campo de seis hilos que había puesto allí con el fino y artesanal trabajo de un viejo alambrador como Antonio Benitez. El resto le otorga todavía más condimento al episodio policial. La revelación de que la casita de los alemanes donde apareció la lápida de Richard Schmidt era en realidad una estación radiotelegráfica del espionaje nazi, y un aguantadero de los alemanes recién arribados al país tras el final de la guerra cobró todavía más fuerza cuando constatamos que el apellido de uno de los propietarios del inmueble coincidía con el nombre de la persona que se jactaba de haber traído al país a más de mil nazis mediante la “ruta escandinava”: Carlos Werner Schulz, delegado del presidente Juan Perón y hombre de confianza del gobernador Domingo Mercante. La historia de Schulz es cinematográfica, figura en numerosos documentos de la inteligencia estadounidense y está contada con exquisita lucidez en el clásico libro de Uki Goñi: La auténtica Odessa. Fuga nazi a la Argentina.
Y dice así: que el propietario de la poderosa empresa textil Sedalana, Friedrich Schlottmann, fue el financista de la ruta de escape de los nazis desde Escandinavia, un andarivel más de la caracterizada “ruta de las ratas”; en el caso nórdico, Schulz fue el principal responsable del escape hacia Sudamérica. El objetivo era salvar a los integrantes SS de la justicia de la posguerra y para eso Schulz, germano argentino, llevó consigo a Europa un millar de permisos de desembarco en blanco, expedidos por la Dirección de Migraciones de la República Argentina.
“A su regreso a Buenos Aires, Schulz fue recibido como un héroe y nombrado ayudante de campo de un íntimo amigo de Perón, el coronel Domingo Mercante, gobernador de la provincia de Buenos Aires”, cuenta Goñi y añade que luego este misterioso hombre que promediaba los veinte años trabajó en la empresa capri, fundada por el militar y espía argentino alemán Carlos Fuldner para darles trabajo a criminales nazis de alto calibre como Adolf Eichmann.
“Un participante activo en tal red fue Carlos Werner Schulz, un argentino de ascendencia alemana y ex oficial de las SS, de quien se decía que poseía una embarcación para la navegación costera. Por espacio de meses, se dice que este barco fue empleado en la migración ilegal de técnicos alemanes a la Argentina vía Suecia”, consignó el investigador Ignacio Klich de la Universidad de Westminster, Inglaterra, en un trabajo sobre la contratación de nazis en la Fuerza Aérea Argentina de mediados del siglo XX.
Quienes seguimos la pista nazi de la casa de El Remanso en Mar del Sud donde se halló la lápida oculta de Richard Schmidt no hemos podido confirmar hasta ahora que el solitario inmueble emplazado en el medio del campo y muy cerca del mar haya pertenecido a Carlos Werner Schulz, el hombre que trajo a mil nazis a la Argentina con una de sus embarcaciones, aún cuando en la documentación realizada en los años cincuenta figuren como propietarios nombres como los de Werner Carlos Máximo Schulz, entre otros Schulz. Sí en cambio ha quedado confirmado que esa misma casa del lejano Sudeste bonaerense cuyo sótano es una réplica del sótano de la estación radiotelegráfica secreta de General Madariaga ha sido frecuentada por nazis con papeles, como Erdmann y varios integrantes de la familia que fundó el nazismo en Sudamérica: Karl y Max Ratzlaff.
En ese pequeño sótano de la casa de El Remanso al que se accede por una escotilla, entre botellas de vidrio verde claro llenas de agua y novelas literarias publicadas en Berlín en 1935, también apareció una vieja postal, fechada el 26 de julio de 1984 en Camboriú, Santa Catarina, sur de Brasil.
En el reverso de esa postal hay unas líneas escritas en alemán, con letra cursiva y tinta azul. Los destinatarios son cuatro personas sin apellido, y quien escribe la carta, después de manifestarse alegre por “volver a mi casita de Eldorado”, en la provincia de Misiones, se despide así:
«Estamos ligados a Mar del Sud,
bendito Mar del Sud».