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AMIA
30 años

Una potencia atómica llamada Argentina

El periodista Javier Sinay acaba de publicar el libro "Después de las 09:53", a 30 años del atentado a la AMIA.

Javier Sinay

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El 19 de enero de 2015 el fiscal Nisman iba a presentar ante el Congreso una denuncia grave. Estaba en guerra contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner —su antigua aliada—, contra la izquierda y contra Irán. Se había metido en una batalla titánica.

Sin embargo, ese verano su plan era un viaje por Europa con su hija, que cumplía 15 años, y de hecho voló con ella. Pero la cita en el Congreso se impuso repentinamente y Nisman tuvo que regresar antes.

Entonces escribió en un mensaje de WhatsApp a un grupo de amigos:

Debí suspender intempestivamente mi viaje con mi hija y volverme. Imaginarán lo q eso significa. Pero a veces en la vida los momentos no se eligen. Simplemente, las cosas suceden y esto es x algo. Esto q voy a hacer ahora igual iba a ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo q me vengo preparando para esto, pero no lo imaginaba tan pronto. Sería largo de explicar ahora, como Uds. ya saben, las cosas suceden y punto. Así es la vida. Lo demás es alegórico. Algunos sabrán ya de q estoy hablando, otros algo imaginarán y otros no tendrán ni idea. Hasta dentro de un rato. Me juego mucho en esto. Todo, diría. Pero siempre tomé decisiones y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido. Sé q no va a ser fácil. Todo lo contrario. Pero más temprano que tarde la verdad triunfa y me tengo mucha confianza. Haré todo lo q esté a mi alcance, y más también, sin importar a quien tenga enfrente. Gracias a todos. Será justicia!! Ah. Y aclaro q no enloquecí ni nada parecido. Pese a todo, estoy mejor q nunca. Ja ja ja ja ja ja.

El fiscal Nisman pasó de inaugurar la UFI AMIA en 2004 con el apoyo de Néstor Kirchner a acusar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en 2015. Si, como escribió en su mensaje de WhatsApp, no había enloquecido ni nada parecido y pese a todo estaba mejor que nunca, entonces hay algo en el medio, algo por entender. Eso que hay por entender se desarrolló entre 2007 y 2015.

Las relaciones entre la Argentina e Irán estaban estropeadas desde 1994, aunque no había habido una ruptura. De pronto, lo inesperado: las relaciones se renovaron y cobraron impulso basadas de nuevo en un asunto de tecnología nuclear. Hubo quizás un intermediario: Hugo Chávez, el presidente de Venezuela.

Luego de ganar las elecciones presidenciales de 2011, Cristina Fernández de Kirchner —ahora viuda, Néstor Kirchner acababa de morir— se apoyó más que nunca en sus aliados regionales, Lula y Hugo Chávez. Chávez era un buen amigo de Irán. ¿Fue Chávez quien le pidió a la presidenta argentina que dejara en paz a los iraníes?

El fiscal Nisman pasó de inaugurar la UFI AMIA en 2004 con el apoyo de Néstor Kirchner a acusar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en 2015. Si, como escribió en su mensaje de WhatsApp, no había enloquecido ni nada parecido y pese a todo estaba mejor que nunca, entonces hay algo en el medio, algo por entender. Eso que hay por entender se desarrolló entre 2007 y 2015.

Tres altos funcionarios venezolanos exiliados en los Estados Unidos se lo contaron a la revista Veja. En todo caso, para dejarlos en paz había que recibir algo a cambio, y en 2007 Irán estaba dispuesto —según Veja— a comprar conocimiento y herramientas para el desarrollo nuclear. Chávez negó públicamente semejante acuerdo nuclear. A veces las cosas se amalgaman y en 2009 Cristina Fernández de Kirchner le exigió a Irán en las Naciones Unidas que colaborara y que entregara a los acusados. Ya iban quince años de impunidad.

En 2013 la presidenta hizo un giro y le ofreció un trato a Irán: olvidémonos de Interpol, hagamos un juicio juntos en un territorio neutral, dejemos la persecución de lado. Y, muy importante, volvamos a comerciar. Seamos pragmáticos. El trato no fue presentado así, pero así se leía entre líneas. Quizás también estuviera incluido el acuerdo nuclear en un anexo secreto. O quizás no, porque Irán no terminó de convencerse. Todo esto fue volcado en el “Memorándum de Entendimiento entre el Gobierno de la República Argentina y el Gobierno de la República Islámica de Irán sobre los temas vinculados al ataque terrorista a la sede de la AMIA en Buenos Aires el 18 de julio de 1994”. Los diplomáticos lo firmaron en Addis Abeba y el Congreso argentino lo ratificó luego de un debate espinoso. La justificación oficial fue que el caso estaba paralizado.

De repente, ya no tenían sentido las alertas rojas o incluso la investigación del atentado. Para Nisman y Stiuso, esto era jaque mate.

Un año después del Memorándum, decenas de pedidos de amparo, formuladas por las entidades judías y los partidos de oposición, buscaban detener el acuerdo. Era 2014: dos décadas sin justicia.

Luego, en 2015, Nisman lanzó su acusación fulminante: dijo que el Memorándum era un encubrimiento de la presidenta. Y que para negociar con Irán se había montado una diplomacia paralela integrada por diputados, gente de la comunidad islámica argentina, funcionarios iraníes y activistas sociales radicalizados. Nisman acusó a todo el mundo y subió la temperatura, pero lo más impactante era la inclusión de Cristina Fernández de Kirchner en la trama.

Así fue, entonces, como el fiscal tuvo que cancelar el viaje por Europa con su hija.

¿Así fue?

¿Así fue realmente?

“Hay que cortar relaciones diplomáticas con Irán”, había dicho Menem en 1994. Pero eso no era algo que pudiera hacerse de la noche a la mañana.

Las relaciones entre la Argentina e Irán eran fluidas y desde 1987 existía un acuerdo nuclear confidencial, aprobado por la Organización Internacional de Energía Atómica, que decía que la Argentina le vendería tecnología a Irán para modificar un reactor, y que este no se utilizaría con fines militares. Era el acuerdo PT 963, por 5,5 millones de dólares. Salió a la luz cuando la investigación del atentado a la AMIA comenzó a revelar cuánto había tenido que ver la cuestión nuclear con el ataque.

En 1988 se firmaron dos acuerdos más: PT 716, por casi 10 millones de dólares, para enviar elementos para una planta de conversión y purificación de óxido de uranio; y PT 717, por casi quince millones, para la exportación de una planta para fabricación de elementos con uranio en el Centro de Tecnología Nuclear de Isfahan.

—La Argentina era y es una pequeña potencia en materia nuclear —me dice Fernando Petrella, el vicecanciller de Guido Di Tella—. Le hemos vendido reactores a Perú, a Argelia y a Australia. Había una idea de que la Argentina era un país colateral, medio marginal. No era así. Era un país con capacidad nuclear, premios Nobel, sin discriminaciones, el octavo país del mundo en superficie…

Pero la Argentina no podía hacer lo que quisiera. Convencido —presionado— por el presidente estadounidense George Bush, en diciembre de 1991 Menem anuló los contratos con Irán y el 2 de marzo de 1992 canceló el envío de equipos y materiales. Los iraníes, en su carrera de desarrollo atómico, se sintieron traicionados. Eso es una suposición y también una posible razón para el atentado ampliamente comentada en el expediente, aunque el exvicecanciller Petrella no le encuentra sentido:

—A los iraníes no les gustó, pero entendieron el nuevo clima post Guerra Fría y la necesidad argentina de cooperación con otros países. Irán sabía que la Argentina ratificaba el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares.

(Quince días después de aquella cancelación, ocurrió el ataque contra la Embajada de Israel en Buenos Aires, por el que la Corte Suprema de Justicia de la Nación culpó a la Jihad Islámica, un grupo afiliado a Hezbollah, y por lo tanto bajo la órbita concreta o simbólica de Irán).

Luego del atentado a la AMIA, las relaciones con Teherán se hicieron difíciles durante mucho tiempo. Hasta que llegó Chávez, acaso. Un Chávez burlón que negaba estas triangulaciones al tiempo que a una bicicleta que su gobierno fabricaba en alianza con una empresa iraní le ponía de nombre “Atómica”.

“Mi querido amigo Presidente de los Estados Unidos, te ofrezco esta bicicleta”, se rio una vez en su programa Aló, Presidente.

“¡Vean la bomba, ahí está, véanla!”.

JS/JJD

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