I
Está científicamente demostrado que es más fácil ganar cuan do uno hace trampa. Cuando tiene la posibilidad de salir de los laberintos por arriba. También es claro que las probabilidades de éxito aumentan cuando en la selva nos ponemos del lado de los leones. Y si el león además es tramposo, las oportunidades de triunfar se multiplican.
Poco tengo para aportar al respecto. Esto se supo siempre, nadie discute lo verdadero de esta idea. Pero hoy el concepto de trampa está desdibujado hasta hacerse irreconocible y los leones se confunden entre la multitud a punto tal que cuesta distinguirlos, aun cuando van acompañados de serpientes y ratas. Y acá es donde entro yo. Para dar certidumbre.
Si se tiene en cuenta lo escaso de mis posibilidades, seguramente podrá perdonarse la complacencia, la cobardía, la falta de profundidad y la poca convicción para poder revelar las complejidades que esconde lo que voy a contar.
Pero cuando llegue el momento indicado, se darán cuenta de que soy más inteligente de lo que creían.
No presumo, pero estoy en forma. Donde hay errores hay experiencia.
Soy abogado, mediocre hasta la exasperación, y he ido más allá de donde necesitaba ir, obteniendo méritos más que suficientes para pasar la noche en un calabozo, aunque eso todavía no haya ocurrido.
Con el vocabulario de un estafador —el lenguaje del cual ya no podré desprenderme—, siempre al borde del fiasco, los invito a sortear los prejuicios y confiar en que a final de cuentas no lo hice tan mal.
No miento, eso es un punto a favor. Voy a darles información de valor, confiable, mayormente confidencial, con la previa advertencia de que incluso a partir de ella no conocerán toda la verdad. Si lo que cuento jamás ocurrió, apenas importa: soy la voz de una época, acaso su conciencia.
Ustedes van a condenar mis métodos por inmorales. Seguramente se van a escandalizar. Se van a mostrar virtuosos, exigirán a gritos transparencia. Van a negarme en público y en privado; van a repudiar mi existencia. Pero cuando se cierren las puertas del laberinto y sean ustedes quienes queden atrapados, viendo al león salir de cacería y acercarse, entonces van a rezar por mí. Me querrán de su lado. Que sea yo quien finalmente cuente sus historias.
Mucho más no puedo decir.
Soy un heraldo de la justicia que no puede anticipar veredictos ni revelar su identidad, o lo que queda de ella. Me muevo en las sombras.
Trabajo para los servicios secretos.
Título: La vereda impar del Pasaje Rivarola
Autor: Pablo Slonimsqui
Grupo Planeta
Páginas: 240