María José Navia y diez cuentos entre el amor al cine y el peligro latente en lo más cotidiano
La escritora chilena acaba de publicar “Todo lo que aprendimos de las películas”, un libro de relatos donde se cruzan las películas, los vaivenes de la maternidad, las situaciones límite. De paso por Buenos Aires, habló sobre su proceso creativo y por qué cree que su trabajo se parece a manejar en la neblina.
Hay esperas, muchas esperas: en sanatorios, en casas prestadas mientras podría acercarse un tornado, en casas propias con embarazos que no llegan, en solitario, en pareja. En los diez cuentos que integran Todo lo que aprendimos de las películas (Páginas de Espuma, 2023) la escritora chilena María José Navia logra combinar la luminosidad de las historias que conoció a través del cine con un mundo sombrío repleto de peligros latentes que pueden llegar a asomarse en lo más cotidiano: la hamaca vacía de una casa en venta, una pileta en verano entre juegos infantiles, un grupo de madres sigilosas que ocultan secretos.
Con una prosa despojada y sólo en apariencia sencilla –todos los textos tienen sus capas y al mismo tiempo un hilo delgado los va uniendo–, Navia ofrece un libro que es muchos, un libro lleno de lecturas y también de referencias a películas.
De visita por Buenos Aires, la autora recibió a elDiarioAR para hablar de su proceso creativo y de la cocina de su última publicación.
–¿Cuál fue concretamente el punto de partida de estos relatos? ¿Fue una imagen, fue una frase?
–Por lo general soy muy intuitiva para escribir, no tengo un plan maestro. Siempre hay temas que me andan sobrevolando, pero no me siento a escribir hasta que no tengo una primera oración del cuento. Una vez que la tengo, de a poquito voy hacia adelante viendo hasta dónde me lleva esto. Pienso que escribir es un poco como manejar un auto en la neblina: no sé ni cómo termina, ni cómo va, no sé nada. Después para corregir soy muy maniática y ahí empiezan a aparecer las conexiones. En el caso de este libro en particular me senté a escribir Mal de ojo (N. de la R.: el relato que abre el libro), un cuento que empecé escribiendo sin noción de que iba a terminar en un libro. Podría haber sido incluso una novelita muy breve o se podría haber publicado de manera independiente. No siempre me pasa esto en mis cuentos, pero con este en particular pasó que tiene un lado personal autobiográfico: yo tuve un tema de salud con los ojos y me pasé el 2019 completo yendo todas las semanas a que me hicieran un tratamiento. Entonces, nada, quería contar esa experiencia transformada en otra cosa, dejar algún tipo de constancia. También porque permitía este juego de ir y volver, de ver y no ver. Para mí un poco con este primer relato está este juego de ir ajustando la mirada, que es lo que me interesa en general en la literatura.
–En más de una ocasión contaste que este es un libro un poco pandémico. Además de esa cuestión de los ojos, ¿se metieron otros miedos en los relatos?
–Sí, a este libro lo escribí en pandemia. Una de las cosas que yo supongo es que todos tuvimos mucho miedo de todo, ¿no? Y una de las cosas que a mí me dio mucho miedo fue que pensé que se iba a acabar el cine: yo veo muchas películas, me encantan, creo que me enseñaron a mirar la literatura también, me enseñaron a escribir. En ese tiempo no se podía ir al cine y pensé que se iba a acabar el cine para siempre. De alguna manera creo que esa sensación fue nutriendo este libro de una nostalgia. Esa nostalgia por el cine, del cine como ritual. Empecé a pensar por primera vez al cine desde afuera: desde la distancia, de esto de salir de tu zona de confort y de tu casa para ir a un lugar a juntarte con un grupo de extraños. Todos desconocidos que estamos viendo una misma película en la oscuridad y de repente estamos todos riendo, todos llorando, todos conmovidos. Ese juego con estar todos a oscuras y vulnerables y en un lugar íntimo, pero al mismo tiempo la luz de la pantalla. De alguna manera también se jugaba con esto con mi problema en los ojos: en algún momento pensé que nunca más iba a poder ir a ver una película. Todo esto se fue relacionando, pero lo vi después.
–En este sentido, la narradora del primero de los cuentos dice lo siguiente: “Las películas siempre nos mienten, les cambian los colores a las cosas”. ¿Cuál fue entonces la enseñanza de las películas para vos a la hora de escribir?
–Esa cita viene por El mago de Oz, por los zapatos que en el libro son plateados y en la película son rojos. Por eso las películas nos mienten (risas). Creo que todos los escritores somos distintos, pero yo escribo a partir de la felicidad de leer. Siento que escribir es como seguir leyendo de otra manera y traer a la página los referentes de las cosas que me han hecho la persona y la escritora que soy. Porque soy lectora antes que nada y ese es el motor para mí. Cuando escribo no paro de leer. Me interesa particularmente eso y un poco en este libro lo que hice fue traer películas, también libros y referentes. Por eso hay también tantos epígrafes en los cuentos. Ya en la post producción, fui ajustando las tuercas y encontré referentes que son evidentes y otros que no lo son tanto o están más en el aire. Pero, por ejemplo, una a las que les quería hacer era un homenaje especial a Lost in Translation que es mi película favorita, que finalmente quedó en el cuento “Bond”. Ahí dije “voy a ponerlo en el epígrafe, o sea, esto lo voy a hacer híper obvio, quiero el homenaje real, aquí están las flores, aquí está mi despliegue de amor”.
–También se puede ir detectando una especie de hilo entre los relatos, que tiene que ver con el amor y la maternidad. Mujeres que buscan, mujeres embarazadas, mujeres un poco crueles con sus hijas. ¿Lo pensaste así?
–En realidad, más que la crueldad, yo quería mostrar que nunca terminamos de conocer a la madre. Nunca. En parte porque nunca nos cuentan todo a las hijas, tal vez para protegernos o por la razón que sea. Entonces por lo general leemos a nuestras madres desde un lugar con muy poquita información y desde ese lugar las queremos y las juzgamos y todo. Me interesaba en todo caso pensar ese lugar.
–Este libro está lleno de personajes que leen y cada relato traza un mapa de lecturas que va en paralelo. Venís del mundo académico, trabajás como docente, ¿fue inevitable este movimiento y que aparezcan tantas referencias literarias?
–Como decía, yo soy muy lectora y de ahí me nutro. Entonces, para mí escribir es volver a esa conversación y traer esos referentes. En ese sentido quería traer a los relatos muchos referentes que eran importantes para mí como autora pero también referentes que eran importantes para la historia. Por ejemplo, me interesaba en este mundo de mujeres en casas encerradas traer a Emily Dickinson y que fuera uno de los epígrafes. Que estuviera Jean Rhys, que pasó de habitación de hotel en habitación de hotel y nunca tuvo un hogar. Pero también, más que por mi parte académica, creo que esto viene porque uno de mis grandes referentes como escritor es Rodrigo Fresán. Y él es, en esta tradición muy argentina, uno de estos súper lectores que también son escritores. Una de las cosas que aprendí de él es que tu obra no se acaba solamente ahí, que puede estar dialogando con otros libros, que existe la posibilidad de construir algo más grande que solo el libro. En el caso de la obra de Fresán se repiten personajes desde un libro a otro o hay referencias de Odisea del espacio o de Ciudadano Kane. Me interesa esa figura de escritor lector voraz y generoso que comparte referencias y que te ayuda a ir armando también tu propio mapa de lectura. Me gusta esa escuela, si es que es una escuela, de lectores que escriben y que traen las referencias literarias al libro para continuar esa conversación.
–En este terreno, vos le sumás una capa más al mapa y a la conversación, que tiene que ver con tu participación muy activa en las redes sociales, donde compartís muchas lecturas, recomendás sobre todo a autoras a diferencia de otros escritores que parecieran estar más aislados.
–A mí me divierte estar en las redes. Yo soy muy tímida, entonces ese espacio me permite compartir cosas que de otra manera no sabría cómo. También me permite relacionarme con mis lectores y lectoras de una forma especial: si a mí alguien en la calle me llegara a parar para decirme “me encanta tu libro” me inhibiría o quedaría como un ciervo al que le apuntan los focos de un auto. No sabría qué contestar o qué decir, pese a que seguramente me quedaría muy conmovida. Las redes sociales pueden ser muy tóxicas, pero también te permiten entrar fácilmente en alguna conversación: de repente un lector te puede etiquetar, me preguntan cosas a veces, y me gusta poder contestar también. A mí no me gusta esta figura del escritor lejano y los lectores por allá, los dos en caminos que no se comunican. Me parece que, al contrario, deberían nutrirse más. También me resulta importante compartir. A veces siento que sueno como Bob Esponja, pero de verdad me hace muy feliz leer y genuinamente si me gusta algo me dan ganas de decir “¡leí algo increíble!”.
AL/DTC
Sobre la autora
María José Navia nació en Chile, en 1982. Es magíster en Humanidades y Pensamiento Social por la Universidad de Nueva York y doctora en Literatura y Estudios Culturales por la Universidad de Georgetown.
En la actualidad trabaja como docente en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autora de las novelas SANT (2010) y Kintsugi (2018) y de las colecciones de cuentos Instrucciones para ser feliz (2015), Lugar (2017) y Una música futura (2020). Algunos de sus relatos han sido traducidos a distintos idiomas y han formado parte de antologías en Chile, España, México, Bolivia, Rusia y Estados Unidos.
Su última publicación, Todo lo que aprendimos de las películas, fue seleccionado como una de las cinco obras finalistas del prestigioso Premio Internacional Ribera del Duero en 2022 que distingue a los mejores libros de cuentos escritos en español.