El 15 de abril de 2019 todo el mundo contuvo la respiración. Una columna de humo comenzó a salir de la Catedral de Notre Dame, uno de los edificios más emblemáticos y visitados del mundo. A los pocos minutos, las llamas comenzaron a devorar todo el edificio y la catástrofe se desató. Su tejado y su emblemática aguja, que se veía desde cualquier punto de París, ardían y se hacían añicos sin que los bomberos pudieran hacer nada por evitarlo. No solo ardía una catedral, ardía un símbolo de Francia y de toda Europa.
El director de cine Jean-Jacques Annaud, creador de películas inolvidables como El nombre de la rosa o El oso, vive a 150 metros de Notre Dame. Aquella tarde no estaba en casa, pero se acuerda perfectamente del momento. “Estaba en un lugar sin televisión y escuché el drama en la radio. Pero conozco muy bien Notre Dame desde niño y vivo cerca, así que fui el primero en recibir la humareda aunque no estuviera presente porque pude imaginarme lo que ocurría”, recuerda sobre aquella fatídica tarde.
En aquel momento se dio cuenta de que había una película —que este viernes llega a las salas con el nombre de Arde Notre Dame— en aquella tragedia. “La película empezó ya a montarse en mi cabeza hasta el punto de que pensé que era un tema tan cinematográfico y que iba a haber miles de directores que iban a querer hacer esta película. Así que le dije a mi mujer: '¿Te imaginas el número de cretinos que van a precipitarse para hacerlas?' Y al final he sido yo. Al principio solo veía la parte exterior, pero lo que no imaginaba era la sucesión caótica de obstáculos, de impedimentos y de disfunciones que iban a impedir esa salvación”, cuenta. Cuando la alarma sonó y se acercaron a donde parecía que había surgido el fuego, no se vio nada raro y se perdió un tiempo crucial para salvarla. Por si fuera poco, la única persona que tenía la llave para rescatar las reliquias estaba en Versalles… Una sucesión de catastróficas desdichas.
Annaud no se aventura a asegurar la causa del incendio, aunque deja pistas que apuntan a todas las hipótesis. Los cigarrillos de los trabajadores, un cortocircuito, cualquier cosa pudo ser el origen, pero a partir de ahí reconstruye minuciosamente todo lo que ocurrió. Las decisiones que se tomaron y las que no se tomaron. Lo hace mezclando la ficción con el ingente material de archivo. Los hace dialogar de tal manera que, en un momento, parece que el propio Macron es un actor de la película cuando visita las instalaciones de los bomberos. Es a ellos a quienes el director se rinde, a esos jóvenes que dieron todo para salvar la catedral.
Aquel incendio significó mucho más que una tragedia patrimonial. Para Annaud “puso término a la aventura de los chalecos amarillos, que estaban en guerra contra París, contra la élite”. “Era una parte rural más pobre, y es algo que puedo entender porque hay una parte rural olvidada, los combustibles estaban muy caros y hubo una revuelta comprensible. En la cultura francesa esto es normal. Somos el país de la revolución, de la guillotina… Desde antes de la revolución estaban los campesinos que se rebelaban y mataban a los aristócratas, así que hay una larga tradición”, cuenta el director.
El cine no mató a la ópera, y las plataformas no pueden matar al cine. Pero para eso el cine tiene que estar a la altura, hacer películas que valen la pena
“Este incendio fue un shock, porque Notre Dame simbolizaba lo perenne, no solo para París, sino para todo Occidente. Es el edificio más visitado de Europa y el edificio sagrado más visitado del mundo, y cuando un símbolo así desaparece o puede desaparecer hay una emoción internacional, pero también una emoción francesa. Los franceses no son muy nacionalistas, pero esto les sorprendió, que este lugar que simboliza Francia fuese a desaparecer. Eso reunió a la gente, y por eso el final de la película, que es muy emblemático, es que París se puso a cantar. Era un momento de fraternidad”, dice el realizador sobre un momento de unión que le empujó para realizar esta película.
Este incendio fue un shock, porque Notre Dame simbolizaba lo perenne, no solo para París, sino para todo Occidente
Existe un paralelismo entre ese símbolo de lo imperecedero que un día arde, que es Notre Dame, y las salas de cine, que tras más de 100 años como forma de entretenimiento intocable ven amenazada su existencia por las plataformas. Annaud confirma que esa metáfora también la ha pensado, y que esa fue una de las razones que le hizo “sentir pasión por este proyecto”. “Hay que aceptar el mundo nuevo de las plataformas, y se pueden hacer cosas magníficas para televisión, pero que no es lo mismo que el cine. El cine tiene que tener su especificidad, acordarse que es un espectáculo en el que uno se sumerge, y los cineastas tenemos que hacer películas para que la gente quiera salir de su casa y vean cosas que no puedan ver en su televisión”.
“Esta película la he hecho también pensando que era una película para cines. Un cine que me ha hecho soñar desde el comienzo de mi carrera, por el que siempre me he peleado, incluso contra los principios del cine francés, y por el que me he llevado buenas reprimendas por no hacer el cine francés que había que hacer. He hecho el cine que me gustaba a mí y el que le gustaba a mucha otra gente, y estoy agradecido. He entendido que hay una modificación profunda del consumo del relato en imágenes. No puedes decir que es una película de cine cuando la paga una televisión, está hecha para una televisión y la ponen inmediatamente en una plataforma. ¿Para qué ir al cine entonces? Creo que es importante que exista un lugar que recuerde que el cine es un gran espectáculo como la ópera. El cine no mató a la ópera, y las plataformas no pueden matar al cine. Pero, para eso, el cine tiene que estar a la altura y hacer películas que valgan la pena, si no…”, dice Annaud con franqueza.
Arde Notre Dame ofrece imágenes que mezclan lo bello y lo aterrador, como ocurría aquella tarde de abril de 2019, donde la tristeza no impidió que muchos destacaran lo hipnótico de aquellas imágenes, algo que también sintió Jean-Jacques Annaud y que le confirmaron los propios bomberos. “Casi todos ellos me dijeron: 'Me da vergüenza decirlo, pero era bello como la ópera'. Cuando eres bombero a menudo se va a la ópera para estar pendiente de que no pase nada, y cuando me dijeron eso me hizo pensar mucho en ello, porque en este momento me da miedo decir que era magnífico, pero aquello era un espectáculo de una belleza inaudita. El fuego es bello, es peligroso… y ahí hay algo muy cinematográfico. Es como un demonio muy fotogénico, y en el otro lado tenemos una princesa que se muere, la princesa más bella de Francia… Mido mis palabras al decir que era bello, pero es que incluso cuando reconstruimos la catedral y el fuego, eso era un espectáculo inaudito de violencia, peligro y esplendor”.
JZ