“Me prometí que diría lo que pensaba y que lo diría a mi manera”, apuntó en uno de sus diarios íntimos la escritora Virginia Woolf. Pero no se refería a sus libros, en los que sin dudas desplegó su singularidad, sino que hablaba de su trabajo como columnista y crítica de uno de los suplementos literarios más importantes de todos los tiempos: el británico Times Literary Supplement (TLS). A comienzos del siglo fue una sección del diario Times y, después de una década, se convirtió en una revista autónoma y de gran reputación.
Allí, la autora de Las olas, Orlando y Un cuarto propio, entre tantas obras fundamentales, escribió a lo largo de casi tres décadas una serie de artículos en los que, con mordacidad y gran inteligencia, comentó el trabajo de sus colegas (de Charlotte Brontë a Joseph Conrad, de George Eliot a Montaigne), habló de los géneros literarios, se refirió al hábito de la lectura y hasta señaló sus propios recorridos por los clásicos.
Aunque ella misma llegó a corregir y recopilar algunos textos de su etapa como crítica, en un libro que se llamó El lector común editado en dos partes en 1925 y 1932, muchos otros habían quedado en los archivos del TLS.
Ahora, bajo el nombre de Genio y tinta (Lumen, 2021) varias de esas columnas, consideradas por los expertos en el trabajo de Woolf como un material que echa luz sobre su obra literaria conocida y también una brújula para entender su rol como alguien que empieza a tener una voz pública, se pueden leer en español, en un tomo que reúne catorce artículos que la autora escribió entre 1916 y 1935.
Como señala Francesca Wade en la introducción de Genio y tinta, Woolf conoció a Bruce Richmond, entonces editor de TLS y uno de sus máximos impulsores, en 1905 después de un año turbulento: en 1904 había muerto su padre, una figura central en su vida; había sufrido un shock traumático, había abandonado la casa familiar en Kensington junto a sus hermanas y se había mudado a Bloomsbury para “empezar de nuevo”, tal como escribió en sus diarios.
Llegó entonces su primera misión, “una reseña de mil quinientas palabras de un par de guías de ‘poca monta’ acerca de la Inglaterra de Thackeray y de Dickens” y con el tiempo empezó a recibir cada vez más libros en su casa para reseñar. Por momentos se alegraba por las tareas que le tocaban (“Cuánto me alegraba cuando L. me llamaba a los gritos y me decía: ‘¡Te buscan los de la revista más importante!”, escribió en uno de sus diarios) y por momentos ironizaba al respecto (“Me mandan una novela por semana; hay que tenerla leída el domingo, reseñarla el lunes e imprimirla el viernes. Así es como hacen las salchichas en Estados Unidos”, le escribió en una carta dirigida a una amiga).
“Con 23 años, se había convertido en escritora y se ganaba la vida con su pluma, igual que había hecho su padre antes que ella. Su primer cheque de cobro le llegó con la bandeja del desayuno. ‘Ahora somos mujeres libres’, declaró victoriosa”, apunta Wade.
Woolf conoció a Bruce Richmond, entonces editor del Times Literary Supplement, después de un año turbulento: en 1904 había muerto su padre, había sufrido un shock traumático, había abandonado la casa familiar en Kensington y se había mudado a Bloomsbury
Según la experta, por entonces los artículos del TLS, donde también participaban autoras y autores de renombre como T.S. Eliot, Henry James, Edith Wharton, entre otros, se publicaban de manera anónima, una modalidad que el medio mantuvo hasta 1974. En palabras de Wade, “eso significaba que Woolf no tenía por qué temer la desaprobación pública a raíz de sus opiniones quincenales, sino que la invitaban a hablar como parte de una autoridad colectiva”.
Con la intención de “entrar en la mente” de sus colegas novelistas, Woolf optó por notas llenas de observaciones que por lo general le reponen al lector un contexto y algunas escenas de la producción de obras emblemáticas. Ocurre, por ejemplo, en un artículo dedicado a Charlotte Brontë y de su libro Jane Eyre que abre la selección de Genio y tinta. “Al concluir Jane Eyre no sentimos tanto que hayamos leído un libro, cuanto que nos hemos despedido de una mujer de los más singular y elocuente, a quien habíamos conocido por casualidad en la campiña de Yorkshire, que nos ha acompañado durante un tiempo y nos ha contado toda la historia de su vida. Tan intensa es la impresión que si nos molestan mientras estamos leyendo, nos parece que la interrupción ocurre dentro de la novela y no en el cuarto en el que estamos”, apunta sobre la novela Woolf y abre una hipótesis sobre la autora: “Dos razones explican esta asombrosa cercanía y la sensación de contemplar su personalidad: creemos que ella misma es la protagonista de su novela y que (si pudiéramos dividir a la gente entre quienes piensan y quienes sienten) Brontë sería en esencia una plasmadora de emociones y no de pensamientos. Sus personajes están tan vinculados por sus pasiones como si los uniera un reguero de pólvora”.
No es el único caso: con un tono entre cercano y a la vez profesional, Woolf desmenuza obras y vidas tan diversas como las de George Eliot, Henry James, Joseph Conrad o Aurora Leigh, mientras que al mismo tiempo traza referencias con Jane Austen, Leon Tolstoi y William Shakespeare.
En otra serie de artículos, también incluidos en el libro, más que enfocarse en una determinada figura literaria se dispone a analizar fenómenos, estilos literarios o imágenes vinculadas con el hábito de la lectura. En este sentido, se destaca el texto Horas en una biblioteca, donde Woolf señala enfática: “Empecemos por aclarar la vieja confusión entre alguien a quien le gusta aprender y alguien a quien le gusta leer, y apuntar que no existe la menor relación entre ambos. Por una parte, un hombre instruido es un entusiasta sedentario, concentrado y solitario (...). Si la pasión por leer lo conquista, sus beneficios menguan y se le escurren entre los dedos. Un lector, por otra parte, debe valorar el deseo de aprender a posteriori; si alcanza el conocimiento, miel sobre hojuelas; pero ir en su búsqueda, leer de forma sistemática, convertirse en un especialista o una autoridad en determinado tema puede acabar aniquilando lo que consideramos la pasión más humana por la lectura pura y desinteresada”.
Con 23 años, se había convertido en escritora y se ganaba la vida con su pluma, igual que había hecho su padre antes que ella. Su primer cheque de cobro le llegó con la bandeja del desayuno. ‘Ahora somos mujeres libres’, declaró victoriosa.
La voz de los diarios
Más allá de esos escritos, que circularon en el TLS, las observaciones de Virginia Woolf sobre la vida y la obra de sus colegas quedaron también plasmadas en sus diarios. Por estos días acaba de salir el libro Virginia Woolf: Escenas de una vida: matrimonio, amigos y escritura (Capital Intelectual), que contiene una selección de esos textos de la autora, a cargo del escritor Gonzalo Torné.
Como apunta Torné en la introducción del libro, Virginia Woolf “tardó mucho en empezar a escribir diarios (casada y con sus primeras tentativas literarias ya publicadas) y los escribió hasta su muerte”.
“Woolf tendía a ver sus diarios como acumulación de materiales para dos planes de ‘jubilación’ que la muerte cercenó. El primero eran sus memorias (...). El otro proyecto que Woolf maduraba consistía en hilvanar, a partir de los pasajes dedicados a sus amigos y rivales (Joyce, Mansfield, Eliot, Strachey…) una serie de biografías que al combinarse ofreciesen una panorámica de ese Bloomsbury al que desde lo que hoy sabemos pocos pueden disputarle que fuese el corazón cultural de Europa”.
Con ese eje puesto, la mirada del compilador de Escenas de una vida: matrimonio, amigos y escritura a la hora de revisar y seleccionar los textos está puesta en aquel plan original de la autora con la intención de agrupar por algunos temas de interés.
En la primera parte, se destacan fragmentos dedicados a colegas de Woolf como Lyttton Strachey, James Joyce, Aldous Huxley, H. G. Wells, entre muchísimos otros. El tono, sobre todo cuando habla de aquellas escritoras y escritores que son sus amigos, se vuelve intimista, por momentos cáustico y punzante.
Como el material proviene de diarios íntimos que inicialmente no iban a llegar a ningún público, la escritora no se ahorra comentarios, a veces maliciosos, sobre sus pares.
Entre los textos más curiosos y cariñosos, pese a que también reflejan peleas y distancias, se encuentran las páginas que Woolf le dedica a la escritora Katherine Mansfield, de quien fue una suerte de amiga y rival casi al mismo tiempo.
Como el material proviene de diarios íntimos que inicialmente no iban a llegar a ningún público, la escritora no se ahorra comentarios, a veces maliciosos, sobre sus pares.
“Katherine Mansfield ha publicado su reseña de Noche y día y me ha irritado, bajo las frases se transparentaba su resentimiento. Me descubre como una vieja idiota, como Jane Austen desfasada”, apunta en una de las entradas en la que revela que su colega hizo un comentario controversial sobre una de sus obras.
En otras, sin embargo, revela con honestidad que las une, pese a la rivalidad, un vínculo muy estrecho: “Supongo que me niego a aceptar que desde el primer momento nuestra relación se ha sostenido sobre arenas movedizas, que avanza pese a los resbalones, las intermitencias, y que siempre que nos encontramos se impone la solidez de nuestros intereses comunes. No puedo hablar por ella, pero para mí nuestra relación siempre ha sido estimulante, sobre todo por la convicción personal de que hay algo muy cercano en nuestras pasiones”.
La selección de entradas de los diarios varía. En un capítulo llamado Mis pensamientos se incluyen reflexiones de temas cotidianos muy variados mientras que en Mis novelas brinda detalles de la escritura de sus obras más destacadas y apunta algunos comentarios sobre su oficio. Por último, en un tramo que lleva como título Mi matrimonio y mi enfermedad, se retoman pasajes de los diarios en los que Woolf se refirió de manera casi descarnada a su intimidad.
AL