FÚTBOL

Identidad barrial y hermandad: todo lo que puede desenterrar un gol olímpico que se hizo hace cien años

Carola tiene 3 años y posa para la foto abrazando al mural de quien fue su tatarabuelo: Cesáreo Onzari está pintado con la camiseta de Huracán y sostiene una pelota en sus manos. Alrededor, en texto, aparece el hito: se cumplen 100 años del primer gol olímpico de la historia del fútbol y lo hizo el hombre al que Carola quiere tocar, aunque no lo haya conocido. La imagen es una postal del 5 de octubre, el día que en Barracas se celebró el Festigol olímpico e incluye un poco de todo lo que tuvo el festejo: historia barrial, identidad, linaje familiar, pasado, presente y futuro.

Carola sabe la historia porque su propia familia se la contó. Marcelo Onzari es su abuelo y cuenta que a Carola le inyectaron sus propias pasiones. Hay amor por el fútbol en ese abrazo a una pintura que se hizo sobre la calle Río Limay, cerca del cruce con Río Cuarto. Por eso fue sola hacia ahí. También por la memoria emotiva que corre por toda la familia. Marcelo recuerda que Cesáreo, su abuelo, el tatarabuelo de Carola, vivía frente a la parada del tranvía y lo llevaba a tocar la campana cuando era él quien tenía 3 años. Que cuando se enfermó y ya no podía salir de su casa los amigos iban a jugar a las cartas con él y que Cesáreo le pedía a su nietito el último toque de soda para que quede con espumita el vermú con Cinzano. ¿Cuántas emociones puede mover un gol? ¿Acaso por ser el primero constituye una celebración que no tiene fin? ¿Cuánto y qué cosas puede desenterrar un grito olímpico que ocurrió hace tanto tiempo?

La historia tuvo de todo. La primera vez que un gol desde el córner directo valió fue el 2 de octubre de 1924 y la pelota salió disparada del botín de Cesáreo Onzari, que ese día jugaba para la Selección. Fue a los 15 minutos del partido que Argentina iba a terminar ganándole a Uruguay, que venía de ser campeón de los Juegos Olímpicos, por 2 a 1. Casi todo ese día llevó la denominación “olímpico”. Además del gol, también la vuelta que dieron los futbolistas uruguayos antes del arranque –una coronación clásica ya del fútbol cada vez que un equipo sale campeón– y el alambrado que tuvo que ser puesto porque la cantidad de hinchas desbordó la capacidad y generó que el partido se jugara en dos días.

Fue un amistoso, pero aparece como uno de los eventos que marcaron la masividad de ese deporte que había llegado para convertirse en el más popular del país.

El escenario fue el estadio de Sportivo Barracas que en la época tenía el más grande del país. Una cancha que dejó de usarse en 1937 y que fue derrumbada. Hoy el lugar está urbanizado. Argentina era local ahí, en tiempos donde todavía no se organizaban Mundiales (empezarían en 1930). El 28 de septiembre se jugaron sólo cuatro minutos de partido. La capacidad de 37 mil espectadores de la cancha fue desbordada. Hubo invasiones al campo y los hinchas tiraron piedras y botellas. Continuó el 2 de octubre. Hacía poco las reglas del fútbol habían cambiado. Cesáreo Onzari fue pillo: unos días antes se había habilitado el gol directo desde el córner. “Pateó ese contra Uruguay y lo hizo. Habrá pateado mil más, pero el que entró fue ese. Y quedó en la historia”, dice Marcelo, su nieto.

Cien años después, en el marco del Festigol, un barrio brinda por el ídolo. Onzari fue un recordado wing de Huracán. La idea del evento surgió a partir del trabajo con infancias en la Villa 21-24. Allí trabajan Pablo Valerio y Gabriel Moscovici, dos de los organizadores. Guadalupe Vázquez se sumó. Es vecina del barrio y gestora cultural, y se enteró que el patio de su casa está sobre lo que fue un sector de la cancha: el córner opuesto al que Onzari hizo el gol. Un grupo de arqueólogos de la cooperativa Arqueoterra aportó una tarea: excavar el patio para encontrar rastros de aquella hazaña que ni Lionel Messi pudo igualar.

“Hay hallazgos interesantes –dice Gustavo Candela, de Arqueoterra–. Encontramos vidrios con inscripciones que nos dan pauta de temporalidad, un cuero, aparecieron restos de materialidad vinculadas con metales y cerámicos. Y vamos a seguir trabajando para cavar más profundo. Arrancamos esto como un taller de arqueología simbólico porque un gol es un evento que no deja materialidad. Y sin embargo, se transformó en una excavación científica”.

¿Qué desentierra un gol? El Festigol tuvo espectáculos musicales, exhibición de autos antiguos, juegos para infancias, feria comunitaria, un arco para jugar a hacer un gol olímpico, murales y milonga. También una vuelta olímpica de la que participaron alrededor de cien vecinos y vecinas. Todo por Onzari. ¿Sólo por él?

“Para nosotros la idea era tratar de tomar el gol olímpico como un hito que potencia el encuentro. Creo que tenemos la necesidad de que pasen cosas lindas, que no sea todo el tiempo un avasallamiento, en estos tiempos donde te tiran con todo. Quieren voltear las universidades, se meten con los clubes de barrio, con la ciencia. Todo es pálida. Creo que la celebración del gol desenterró eso: el encuentro, la alegría, el festejo, el abrazo en la calle”, dice Pablo Valerio.

Guadalupe Vázquez agrega que se pudo visibilizar y poner en relieve fueron las cuestiones menos materiales. “Se desenterró la red sociocultural del barrio, la memoria colectiva, el encuentro y el abrazo desinteresado. La vuelta olímpica significó una unidad hermosa, un ocupar nuevamente las calles desde las infancias hasta los ancianos, la cultura respirando en cada esquina, una Barracas de antes”, cuenta.

Marcelo Onzari, el nieto de Cesáreo, es ingeniero. Vive en Lobos, donde dirige a la categoría senior del Lobos Athletic Club. Su papá, Horacio, y su hermano fueron futbolistas. Después de pasar por el Festigol menciona muchas veces la palabra emoción. Cien años después sigue gritando el gol de su abuelo: “Era un crack, yo no tenía esa dimensión. Era goleador, jugó varias veces en la Selección, en el Boca que fue de gira a Europa, fue ídolo en Huracán, donde un sector de una tribuna lleva su nombre. Pero además era un tipo cabal, honesto, noble. Y tenía una actitud solidaria con quienes no la estaban pasando bien. Todo esto surgió con pibes y pibas de la villa del barrio y eso es muy fuerte. Revisando su historia, la historia del barrio, encontraron este hito. Nos genera mucho orgullo. Seguro que si mi abuelo hubiera podido elegir una forma de celebrar todo esto hubiera sido así, con su barriada”.

Carola, la tataranieta, ya tiene mucha historia para inflar el pecho con sus amigos y amigas. Y también para contarle al hermanito que se viene.

AP/MG