La victoria albiceleste convierte el Arco de Triunfo de Barcelona en el Obelisco: “Si no se sufre, no es Argentina”

Oriol Solé Altimira

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“Lo que sea para no mufarlo”. Mufar el partido era lo que Tariel Macharashvili, cocinero argentino residente en Barcelona, quería evitar a toda costa. Cumple 35 años este domingo, por lo que no había visto nunca a Argentina ganar un mundial. Hasta hoy, después de la que seguramente haya sido la final más emocionante de toda la historia de los campeonatos del mundo de fútbol.

Decenas de argentinos de Barcelona sufrieron, lloraron y estallaron de alegría en los bares cercanos al Arco del Triunfo de la capital catalana, convertido en un pequeño Obelisco de Buenos Aires, el lugar donde la afición argentina celebra sus victorias. Pese a que según el censo en la capital catalana viven 17.000 franceses y 10.000 argentinos, en los bares y las calles del centro los segundos eran abrumadora mayoría. La resistencia gala se concentraba en un pub inglés de la plaza Urquinaona.

“Se tiene que dar, se tiene que dar”. Es la frase que repetían los argentinos de Barcelona que dos horas antes del partido ya llenaban el restaurante árabe de Miguel, el Triomf, convertido este domingo en una barra quilombera que no deja de alentar. En una mesa apuran el kebab Sonia, Nati y Norberto (cuatro y trece años en Barcelona) y Noemí y Mauricio, madre e hijo argentinos que están de visita. Están haciendo una videollamada con amigos en Buenos Aires. Allí son las 9 de la mañana.

“Se acaban de levantar, no saben si desayunar fuerte o almorzar después, porque durante el partido se ahogarán con los ravioles”, bromea Nati. Los cinco se fundirán tres horas después en un abrazo una vez Montiel marque el penalti decisivo en la tanda. “El corazón me explota, dame 5 minutos”, solicita Mauricio. Su madre sí quiere compartir su estado de ánimo: “La emoción es demasiado grande, somos un pueblo muy sufrido en este momento, en lo económico y lo político, pero hoy hemos visto que sí se puede, y nos ayudará como país”.

Que este grupo de amigos haya elegido el bar de Miguel no es casualidad. “Por cábala, fue por cábala”, cuenta Noemí. Este restaurante fue el mismo donde vieron la semifinal del martes, y tocaba repetir. “No hay cábalas, son costumbres”. Así justificaba Carlos Bilardo (el seleccionador argentino en el 1986, la última victoria albiceleste en un mundial) los rituales que repetía el equipo (entre otros, sentarse en el mismo lugar del autobús, cuya escolta delantera solo podían ocupar dos policías).

En el caso de Macharashvili, la cábala implica ver el partido con los dos mismos amigos con los que vio todas las eliminatorias y en la misma casa. Pero un amigo argentino que vive en Australia ha logrado entradas en la reventa y lo vivirá desde Qatar, como tantos otros compatriotas. “Lo piensas y tanta gente viajando y endeudándose desde Argentina es una locura, con la inflación y la situación con los dólares que hay”, reflexiona. ¿Cuál es la explicación? “Es Argentina, no hay más explicación”, constata Macharashvili.

El partido fue de locos. Se arropa el inicio feroz de Argentina, los nervios se palpan cada vez que los franceses se acercan al área. Un “vamos Fideo” antecede el segundo gol de Di María. La victoria se festeja en el Paseo de Sant Joan ya en el descanso. Muchos siguen el partido desde el móvil en las terrazas o de pie en la calle, porque en los bares ya no cabe nadie más. Pero en un minuto sucede lo imposible: dos goles franceses igualan el encuentro, que se terminará decidiendo en los penaltis.

“Si no se sufre, no es Argentina”, tercia la abuela de la familia Ruppell (padre, madre, hijas, yernos y nietos ven juntos el partido), que viven en Sabadell y llegaron a Catalunya hace 19 años desde la ciudad argentina de Tandil. Son unas palabras pronunciadas en el descanso antes de la prórroga. A renglón seguido, todas las mujeres Ruppel se muestran convencidas de que Argentina va a ganar. No hay otra. Se tiene que dar. El tercer gol de Argentina, ya en la prórroga, provoca las lágrimas de una de las hermanas.

Los Ruppell fueron de los primeros en llegar a Arco del Triumfo, donde pasadas las 19:15h ya se entonaba el “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar”, la canción argentina no oficial de este mundial realizada por La Mosca, la favorita de Messi.

“Es tremendo, no nos lo podemos creer”, dice Malena mientras baja por el paseo de Sant Joan para disfrutar la victoria. “Tanto tiempo fuera de mi casa, estar viviendo esto en Barcelona con tantos argentinos es como estar en Argentina, pero más especial”, apostilla Solange. “Y no solo argentinos, estamos con colombianos y mexicanos que nos apoyan”, agrega Ana Clara. Así es: Carlos y María, llegados a Barcelona desde Bogotá hace un año, animan a la albiceleste como si fueran argentinos. Y se han puesto la misma camiseta que en todos los partidos. La cábala.

Malena se convierte en la estrella del paseo de Sant Joan porque todo el mundo quiere fotografiarse con la réplica de la copa del mundo que lleva. De las primeras que se lo piden son dos madres, Adriana y Natalia, que vinieron a Barcelona de Rosario hace ya casi veinte años cuando sus hijas, Agostina y Aitana eran pequeñas, y hoy ven el partido juntas. “Como Messi, como Messi”, dice emocionada Aitana. Al saber que la delegación de Barcelona de elDiario.es estaba cubriendo el ambiente del partido, la alabanza a Messi fue unánime entre los argentinos. Ni un “pecho frío” ni nada que se pareciera. Los argentinos de Barcelona se volvieron a ilusionar. Se tenía que dar y se dio. La tercera ya está aquí.

OSA