Copa América

La Selección Argentina es bicampeona de América: sin Messi y con coraje, demostró que la magia sigue intacta

Fue una final distinta, muy distinta a las anteriores de este ciclo. No por la vergonzosa previa, con caos, corridas, gente descompuesta y una demora insólita por la organización paupérrima para este tipo de eventos que ofrecieron entre la Conmebol, la Concacaf y la (nula) seguridad dispuesta por el país anfitrión. Fue una final diferente más allá de la despedida de Angelito Di María, uno de los grandes ídolos deportivos vernáculos del Siglo XXI. Fue una final singular porque, si bien el hambre de gloria del futbolista argentino está en su ADN y los jugadores que visten la celeste y blanca quieren ganarles a todos siempre, ya sea en partidos oficiales o amistosos (o en la Play), los dos títulos anteriores y un nivel superlativo que se mantuvo durante tanto tiempo, con actuaciones colectivas e individuales excelsas, hicieron de este plantel un grupo seguro, sereno, con objetivos claros. Ni la lesión de Lionel Messi al promediar la segunda parte sacudió al equipo. Y otro título viaja para la Argentina. ¿Merecido? y sí, el coraje y el corazón juegan, y esta vez le ganaron al fútbol. ¿Y qué? Si también son de Argentina. Un equipo único que hace historia y muestra que no tiene techo. ¿Hasta dónde es capaz de llegar? El tiempo dirá.

Pero también y a pesar de ser desde hace casi un par de años los mejores a los ojos del planeta futbolero que suele medirse en logros, es un grupo que no conoce de mezquindades personales, ni pasea por el mundo cada medio minuto para reclamar un Premio Nobel de la Pelotita; si no que sabe mantener la humildad, que se puede ganar o perder; que es capaz de reconocer errores propios (aunque el enojo, la confrontación con los rivales y la queja también forme parte de nuestro ADN y a veces -muy pocas- aflore…“que las canchas, que el árbitro, que la FIFA, que la Conmebol…”) y, al menos desde la ecuanimidad que suelen mostrar los integrantes del cuarteto técnico (Scaloni, Walter Samuel, Pablo Aimar y Roberto Ayala), admite cuando las cosas no salieron del todo bien o cuando el rival es superior, como había pasado en noviembre pasado cuando el seleccionado uruguayo que dirige Marcelo Bielsa había terminado con una racha positiva a través de una lección táctica que sacudió a la Scaloneta incluso más que en la derrota inicial con Arabia por 2 a 1 en Qatar 2022, en el debut de la fase de grupos. Este plantel, aun cuando cambien los nombres, y se vayan viejos conocidos y lleguen nuevos talentos, no se sube al caballo del éxito eterno y está comprometido con el presente. No se durmió en pasado reciente embriagado de aplausos ni de gloria.

Aquel 2 a 0 en ante la Celeste La Bombonera con goles de Ronald Araujo y Darwin Núñez había encendido las alarmas en la Selección y, aunque se recuperaron días después con un 1 a 0 ante Brasil, se sabía que el camino por delante volvería a tener etapas complejas para superar y nuevos desafíos frente a seleccionados que, a fuerza de sufrirlos en carne en carne propia o de videos detallados, conocían mucho más los movimientos de las figuras argentinas y lo que Scaloni buscaba en cada partido.

Además, el nivel excelso de los tiempos de Mundial, con rendimientos consagratorios en buena parte de los enfrentamientos con Países Bajos, Croacia y Francia, en la recta final del título, ya no estaba presente de la misma manera. Sí, las ganas, sí el grupo unido, sí la idea de juego, sí la superioridad ante rivales de menor jerarquía, pero con un poco menos de brillo y lagunas más extensas dentro de los partidos.

Y en esta Copa América esto también se vio. Como en Qatar, la Selección Argentina fue de menor a mayor en Estados Unidos. El debut con Canadá costó. Con Chile peleó, aunque sin demasiados sobresaltos. Ante Perú pareció más sencillo, con varios cambios incluidos. Ecuador fue durísimo, puso al equipo en aprietos y hubo que sacar pecho, con más actitud que fútbol, hasta que emergió el Dibu salvador para pasar de ronda por penales. Y en la semi, otra vez con los canadienses, quizás el equipo tuvo su mejor versión en el torneo continental, de la mano de Rodrigo De Paul. ¿Messi? Pinceladas del astro, tocado desde lo físico, muy marcado siempre, reinventándose para sacarse a las estampillas de encima. Pero Argentina daba pasos, lentos, seguros, sin sobarle nada, pero sin demasiados temores. Y ya sin Uruguay y Brasil como máximos rivales solo quedaba Colombia. Y ahí otra vez, con algunos altibajos, sacó a relucir la chapa de campeón. Y le dio lustre.

Claro, enfrente, la ilusión de los dirigidos por Néstor Lorenzo tenía otros fundamentos, además del deseo de alcanzar el título americano por segunda vez en la historia, después del trofeo que levantó como local en 2001. De la mano de un renovado James Rodríguez, los cafeteros llegaban al choque decisivo como el mejor equipo del torneo, por solidez, por estado físico, por resultados, por capacidad aérea, por convicciones y por un invicto, hasta ese momento, de 28 partidos. Y la tarea no era nada sencilla. Se sufrió. Se aguantó. Y se ganó.

Colombia era, en los papeles, un rival digno de colgarse la chapa de candidato, aunque enfrente estuvieran el Diez (hasta que pudo) y sus aliados. Pero lo tenía que demostrar en el campo (maltrecho, como todos en esta Copa), en una final y ante un conjunto de gladiadores que, aunque se hubieran colgado tres medallas en tres años, iban por más, para más gloria al rey del fútbol y, ahora, para que Fideo se fuera con una sonrisa de oreja a oreja, por la puerta más grande, y su corazón hecho festejo eterno repose feliz en cada camiseta celeste y blanca por los siglos de los siglos. Y así fue.

El partido

En un arranque marcado por el caos previo, una demora de más de una hora por la desorganización en las afueras y las preocupaciones de los jugadores por sus familiares, el partido tuvo dos minutos iniciales furiosos de Argentina, pero enseguida Colombia emparejó el trámite de la mano de James, que le ganaba la espalda a Enzo Fernández y, con una presión bien alta y cerca del Dibu, más laterales lanzados siempre al ataque y volantes dinámicos, los de Néstor Lorenzo fueron superiores a la albiceleste, pero sin demasiada claridad.

La Scaloneta tuvo más dudas que precisiones. Las subidas de Tagliafico y de Montiel, más la voluntad de Julián (tuvo una chance, pero no le pegó bien) y Angelito (más determinante por izquierda que por derecha), fueron lo más destacado en un primer tiempo deslucido que terminó con Messi golpeado y un necesario entretiempo para ajustar ideas, tomar aire y buscar soluciones a todos los problemas que le planteó el seleccionado colombiano.

Y en la segunda mitad, Argentina hizo más. A pesar de la lesión de Messi a los 18 minutos. El capitán dejó la cancha entre lágrimas cuando sus piernas dijeron “no va más”. Pero los de Scaloni no sintieron el cimbronazo. Con el ingreso de Nico González, la albiceleste ganó en profundidad y en intentos de aproximación. Y terminó los 90 reglamentarios con mejor imagen. Pero otra vez a sufrir a un alargue y la definición de la Copa quedó en manos del que tenía mayor lucidez a la hora de resolver en el arco rival.

En el alargue, Argentina fue por más, decidido a buscar otro título, ahora no solo por Fideo, sino por el capitán, que estaba afuera desconsolado. Siempre eligiendo creer. Con más hambre del que el resto cree. Y lo intentó por todos lados, mientras Colombia esperaba agazapado. Y el ingreso de Juanfer Quintero le dio otro vuelo, un nuevo brillo. El ex River y Racing le dio a Colombia el fútbol que hacía rato no encontraba.

El final, aún con el cero sin romperse, fue a puro nervio, con desorden, con pasión, con la gloria entre ceja y ceja. Y ahí los cambios de Scaloni en el alargue funcionaron a pleno. Entre Paredes, Lo Celso y Lautaro Martínez armaron una contra letal que el goleador del torneo, vestido de héroe, transformó en gloria eterna, más eterna todavía.

Y la salida de Di María entre ovaciones y lágrimas. Y Lionel en el banco que no puede más. Y este equipo de nuevo lo hace. Esta vez con menos fútbol, con menos juego. Pero con autoridad, paso a paso, superando etapas, hasta alzar una nueva Copa América, un bicampeonato que le da más brillo a un ciclo increíble. Y la locura que se desata con el pitazo final, y más llantos, y más lágrimas y Fideo vestido de superhéroe para despedirse como merecía, a lo grande, con oro, con brillo, con corazón, puro corazón.

Y ahora, a seguir. Es un equipo que, más allá de los resultados, del recambio natural generacional y de un aroma a fin de ciclo con Messi más cerca del adiós que ayer a la mañana, ya tiene entre ceja y ceja sellar cuanto antes el pasaje al Mundial de Estados Unidos, México y Canadá de 2026 y quedarse con la segunda edición de la Finalissima que ya ganó en 2021 ante Italia y que ahora tiene como protagonista a la impactante España de Rodri y los pibes de oro, Lamine Yamal e Iñaki Williams, que este mismo domingo levantaron el trofeo en tierras alemanas y se colgaron la medalla de campeones en la Eurocopa 2024 dejando desolada a Inglaterra (fue 2 a 1 en Berlín) en la segunda final consecutiva con derrota para los británicos.

Pero esa, es otra historia. Es momento de disfrutar otra vez. Y qué lindo es malacostumbrarse a los festejos. La Scaloneta volvió a hacer historia en una Copa América que dejó poco en lo futbolístico (el coraje y lustre de Argentina, bien Colombia y Uruguay, muy poco de Brasil, y el crecimiento de Venezuela y Canadá) y muchas dudas de cara a lo organizativo de cara al Mundial 2026. Argentina es más campeón. Cada vez más. Y si sin mucho fútbol gana, ¿cuál es el techo de este equipo? Por suerte, aún no se sabe.

IG