El fútbol, ya lo dijo el escritor mexicano Juan Villoro, es el deporte de los pronósticos traicionados. La selección menos pensada, la dirigida por Lionel Scaloni, un entrenador sin experiencia ni méritos previos, quedó a la puerta de algo grande: consagrarse ante Brasil en el templo perfecto, el Maracaná de Río de Janeiro. La final de la Copa América 2021 será el sábado y no conviene adelantarse pero mientras tanto Argentina tendrá una oportunidad poética para cortar un maleficio injusto, el de 28 años y 18 torneos sin títulos desde 1993, un lapso en el que además perdió seis finales, tres de ellas ante Brasil, en las Copas América 2004 y 2007 y Confederaciones 2005.
Tanto un premio para Lionel Messi -con el tobillo sangrando en el segundo tiempo- como para el equipo, el pasaje a la final llegó con un triunfo 3-2 por penales que gestó a un nuevo héroe, Emiliano Martínez. Si es cuestión de buscar parecidos con aquel título de Ecuador 93, el arquero de Aston Villa pidió permiso para convertirse en el nuevo Sergio Goycochea: les desvió los remates a Davinson Sánchez, Yerry Mina y Edwin Cardona, así como Goyco también había sido el héroe en las definiciones por penales ante Brasil y Colombia, en los cuartos de final y semifinales de hace 28 años.
Aunque es difícil eludir a la emoción del final, el 1-1 durante los 90 minutos confirmó que Argentina es una selección con más gol que funcionamiento: no necesita tener la pelota para lastimar. La Copa más fea en la previa se puso más linda que nunca después de una taquicádica semifinal entre los dos países que debían organizar el torneo y que, entre rebeliones sociales y la segunda ola de la pandemia, no pudieron. Argentina empezó la Copa dudando de ganar y llegó a la definición con la piel de elefante, sobreponiéndose a su noche más difícil, superado por Colombia en no pocos trayectos.
No fue el mejor partido de Messi pero sí el más épico. Ya había demostrado una versión completa durante la Copa y en los primeros minutos contra Colombia le agregó aceleraciones de cuando tenía 18 años, como si fuera un Benjamin Button del fútbol, un personaje que con el transcurso del tiempo va rejuveneciendo. Líder pero también compañero, Messi participó en 9 de los 11 goles de Argentina: convirtió cuatro y asistió en cinco, como en su pase a Lautaro Martínez para el 1-0 madrugador ante Colombia.
A falta de la final contra Brasil, la Copa América por lo pronto tiene dos verdades absolutas: la televisión muestra en todos los partidos al presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, y Argentina sale del vestuario y convierte un gol. Esa relación precoz entre la selección y la red resulta notable. Si ya en la última doble fecha de las Eliminatorias se había puesto en ventaja a los 24 minutos contra Chile y a los 7 le ganaba 2-0 a Colombia, en la Copa América redobló ese pacto: Alejandro Gómez abrió el marcador a los 5 contra Bolivia, Lautaro Martínez a los 6 ante Colombia, otra vez el Papu a los 9 frente a Paraguay, Guido Rodríguez a los 13 contra Uruguay y, ya después de la media hora pero siempre antes del entretiempo, Messi a los 33 contra Chile y Rodrigo De Paul a los 40 frente a Ecuador.
Pero como si fuese un guion repetido, o una selección en loop, toda esa voracidad ofensiva que Argentina derrocha para salir a la caza del gol de entrada se diluye o desaparece una vez en ventaja. La selección transpiró sangre en el resto del primer tiempo como no le había ocurrido en toda la Copa América, superado en varios trayectos por una Colombia que le ganó la pelota, le copó el mediocampo y lo desbordó por los costados, en especial por la derecha de Argentina.
Aunque los muchachos de Reinaldo Rueda habían llegado a la semifinal sin haber hecho demasiado, con apenas un triunfo en cinco partidos -y encima allá lejos en el debut-, la defensa y Emiliano Martínez empezaron a trabajar como para pedir que les pagaran horas extras. No sirvió que Scaloni planteara un equipo un poco más conservador, con la presencia de Guido Rodríguez -un mediocampista central más ordenado- en lugar de Leandro Paredes: el ex River quedó muchas veces en inferioridad numérica. El ingreso de Nicolás Tagliafico por Marcos Acuña, también para intentar cerrarle los caminos a Colombia, sí neutralizó con bastante acierto a Juan Guillermo Cuadrado, pero Argentina sufrió en exceso por el otro costado, en el que Luis Díaz le hizo vivir una pesadilla a Nahuel Molina, reemplazado en el entretiempo por Gonzalo Montiel, quien tampoco solucionó el problema.
Demasiado utilitaria, Argentina se enamoró de la ventaja y se olvidó del juego. Con Messi cada vez más aislado de sus compañeros, también de Giovani Lo Celso (su pase al 10 que antecedió al gol de Lautaro fue genial), la selección debió recurrir a los guiños de los postes del arco de Martínez, que en dos minutos impidieron el empate de Wilmar Barrios primero y de Mina después. Pero resistir no suele ser el plan más confiable, y con cambios que no cambiaron mucho (Paredes ingresó por Lo Celso pero Argentina seguía mirando a la pelota con prismáticos), el empate parecía cuestión de tiempo. Así ocurrió. Tras un pase de clarividente de Cardona, el 1-1 lo convirtió la figura colombiana, Díaz, filtrándose entre Montiel y Germán Pezzella, aunque tampoco conviene individualizar culpables: Argentina caminaba por el precipicio.
Sin embargo, ya con el empate, Colombia bajó la tensión y Argentina dejó correr de atrás, más con arrebatos individuales que con juego colectivo, pero con la épica que le hacía falta a una noche emocionante. Con su tobillo sangrando tras una brutal entrada de Frank Fabra, Messi comandó ese intento de recuperación en un momento en que el área de David Ospina parecía quedar tan lejos como Buenos Aires de Bogotá. Justamente el arquero se apresuró en una salida y le dejó el gol servido a Ángel Di María y Lautaro Martínez, pero entre ambos desperdiciaron una doble situación de gol tan increíble que se repetirá en diciembre, en los especiales del año.
El ingreso de Di María, pese a ese desacierto, fue un electroshock en medio de una noche que, después de haber empezado plácida, se había tornado demasiado incómoda. Para Messi, agotado físicamente pero corriendo hasta el final, como si de verdad fue su última oportunidad de ser campeón, también fue un socio, aunque el 1-1 se mantuvo hasta el final.
Después fue el tiempo de Emiliano Martínez (que fue padre de una beba hace cuatro días). Sus gritos a los futbolistas colombianos durante la definición, “lo siento pero te como, hermano”, “mira que te como”, o “te conozco, tirame a la cara”, tienen destino de frases populares, como el “hoy te convertís en héroe” de Javier Mascherano a Sergio Romero también en una semifinal en Brasil, en el Mundial 2014.
Aunque Brasil sea el favorito para la final, o justamente por eso, ahora es tiempo del golpe. Por Argentina. Y por Messi. En el orden que sea.
AB/MGF