Diana Mondino abre en el celular la web de elDiarioAR. Revisa los contenidos con un scroll muy rápido y hace una captura de pantalla sobre una de las primeras notas que le aparecen, que se titula “Salarios reales por el piso y peor distribución de la riqueza: el crack del contrato original del Frente de Todos”. Podría ser cualquiera. Recorta un poco la imagen y con la herramienta de edición del resaltador rojo hace círculos alrededor de la palabra “crack”. La lleva a Twitter.
—Listo, acá pondría: “ahora en el Gobierno dicen que son cracks”. Esa es una posibilidad. O te podría decir: “¿crack o heroína?”.
Hace apenas una hora, antes de llegar al café del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) para la entrevista pautada con este medio, ya subió a las redes un meme de su propia artesanía: el personaje de anime Goku recibiendo, sin una mínima mueca de dolor, una piña en la cara. Sobre Goku escribió “dólar blue” y sobre el puño, “venta de US$700 de reservas en noviembre”.
—Uso mucho imágenes de Dragon Ball porque mis hijos se criaron con eso. O si no, tengo una página guardada en mi computadora que tiene montones de plantillas. Agarrás una y le escribís al costado. Es facilísimo.
Reflejos rápidos, buen dominio del celular y el humor cordobés que, dice, lleva en la sangre y agudizó desde chica con la lectura de la revista Hortensia. Ese es el detrás de escena de las redes de la economista, que es profesora de la Universidad del Cema (Ucema) y, en su rol de empresaria, integra cinco directorios: Loma Negra, bodegas Bianchi, Banco Roela, Banco de Alimentos y Foro Argentino de Mujeres Ejecutivas (FAME).
Tiene cerca de 60.000 seguidores en Twitter y en las últimas semanas estuvo especialmente activa; subió hasta cinco contenidos por día. Hace 20 años escribe una columna mensual en el diario La Nación y va asiduamente a la televisión, pero dice que nunca había generado tanta conversación como ahora. Sus memes y sus comentarios irreverentes se volvieron de circulación masiva sobre todo entre aquellos que se sienten cómodos con las ideas económicas del espectro liberal.
—Hay mucha gente que usa las redes porque necesita visibilidad. Yo no lo necesito —dice mientras toma un jugo de pomelo y pera en una mesa con vista a la Plaza República de Perú, en Palermo Chico.
—¿Lo haces por diversión?
—Por diversión y para, para… a ver: hasta el 15 de noviembre, todo lo que sea para avivar giles con esto de la campaña. O sea, no es que trabajo activamente en la campaña de nadie, aunque obviamente tengo mi corazoncito con algunos de los candidatos, especialmente con los que ganaron.
—Es, de algún modo, una militancia voluntaria.
—Es que yo no creo en la militancia como concepto; esa es una de las cosas que nos han metido en Argentina. Las ideas se defienden, pero ¿militar para alguien? ¿quiere decir que estás dispuesto a agredir a otro? Yo defiendo mi idea, vos tendrás las tuyas y te voy a tratar de convencer, pero considerar un valor la militancia para mí es una distorsión extraordinaria que hemos tenido en los últimos 20 años.
Militancia o no, pasadas las elecciones anticipa que bajará su producción. “Ahora me voy de vacaciones. Aflojamos con los memes, aflojamos con todo”, dice.
Diana Mondino nació en Córdoba, donde viven sus padres y uno de sus hijos. Conoció a su marido —Eugenio Pendás— en un congreso de economía en Bahía Blanca cuando todavía era estudiante de esa carrera. Se casaron y juntos se instalaron en España para hacer un MBA —es decir, un Master in Business Administration o una Maestría en Dirección de Empresas—, algo que no existía en la Argentina hasta que ellos volvieron para armarlo en la Universidad del Cema. El MBA comenzó a funcionar en 1987, año en que Mondino inició su carrera como profesora en esa casa de estudios y junto con una de sus primeras alumnas fundó una calificadora de riesgo que fue comprada luego por Standard & Poor's. El 2001 la encontró integrada a la firma neoyorquina y fue la responsable de dar las malas noticias: Standard & Poor's le bajó la calificación crediticia a la Argentina varias veces antes del estallido.
Ahora, arreglada con un vestido azul con flores, aros de perlas y dos peinetas ajustadas detrás de las orejas, recuerda al 2001 como una época “extremadamente angustiante”. Considera que lo más “incomprensible y dañino” de entonces fue la pesificación asimétrica, “por la ruptura de contratos que significó; nadie sabía qué cobrar, a quién cobrarle, cómo cobrarle”.
—Horacio Rodríguez Larreta se reunió con Domingo Cavallo antes de las elecciones y Javier Milei dijo que fue el mejor ministro de Economía de toda la historia. Pareciera que, a 20 años de la crisis, hay cierta reivindicación de su figura. ¿Qué concepto tiene usted de Cavallo?
—Primero te diría que en Argentina buscamos un mesías. Pretender que haya un candidato que personifique la totalidad de tus aspiraciones, a mi juicio es naif. No sucede ni con el marido. Cavallo hizo una serie de cambios estructurales importantísimos en Argentina. Los errores que haya cometido, con más tiempo se podrían haber solucionado. O no, no lo sé. La convertibilidad estableció un patrón que no se movía e impidió que hubiera inflación. ¿Por qué? Porque el gobierno no podía emitir dólares. Entonces, toda la crítica posterior a Cavallo/convertibilidad a mi juicio ha estado teñida de la conveniencia política: como eso estaba mal, entonces no está mal que yo pueda emitir y por eso a todos los gobiernos les encanta emitir. No les gusta tener un chaleco de fuerza.
Mondino dice que “lo que nadie discute de Cavallo, son las reformas estructurales que se hicieron” durante su gestión.
—El salto en productividad de la economía argentina fue absolutamente notable. Lo podés ver en lo que sea; desde que los teléfonos empezaron a funcionar (no discutamos el precio, pero había), la frontera agropecuaria prácticamente se duplicó. La producción y exportación en Argentina crecieron extraordinariamente. Que se fundieron un montón de empresas, indudable. Porque no supieron, no entendieron o no estaban preparadas para una apertura de la economía. Y el día que Argentina abra la economía, que algún día lo va a tener que hacer, también se van a fundir un montón de empresas. Lo que tienen que saber es que eso va a ocurrir. Hablar de los costos es antipático, pero si no lo hacés después cuando la gente tiene que experimentar el costo se siente defraudada.
“El Estado te ayuda”, “el Estado te salva”. Mondino considera que durante la pandemia hubo un bombardeo por parte del Gobierno de esta idea. Que fue una política deliberada: “Goebbels número uno”, dice en referencia el cerebro de la propaganda nazi. “Esta gente es muy básica, muy primitiva. Y los que tenían un discurso distinto son pésimos también transmitiendo, pésimos explicándolo”. La indigna el nivel de pregnancia que tiene la idea: incluso gente “civilizada” suele responder a cualquier problema con una pregunta: “¿pero che, nadie controla?”. Da un ejemplo: en el verano alguien se quejó en las redes porque le vendieron un kilo de helado que, en realidad, tenía menos de un kilo.
—Yo pregunto: ¿va a haber un inspector pesando cada kilo de helado en la heladería? Además el daño que vos sos capaz de hacer con las redes sociales diciendo “en la esquina de tal lado me vendieron poco helado” es infinitamente mayor que el que podría hacer cualquier inspector del universo, pero la gente pide alguien que controle. O sea, cualquier perjuicio que vos tenés porque fuiste un salame, porque no te fijaste, porque te engañaron, siempre tiene que haber alguien que te lo venga a solucionar y como estrategia de vida me parece un problema.
Mondino reflexiona. Se quita y vuelve a acomodar las peinetas detrás de las orejas.
—Dejame ir algo que no tiene nada que ver con el Estado... el discurso feminista actual. Yo hace años que soy profesora y noto en mis alumnas una terrible invasión de estos conceptos. Si a mi no me va bien es por culpa de otro. Si a alguien no le va bien o no tienen una relación sentimental apropiada o la ropa no le queda bonita como le queda a la amiga es todo el machismo o... el modelo... cómo es este...
—El patriarcado.
—Sí, el modelo patriarcal o lo que sea. Siempre es otro el que tiene la responsabilidad de lo que te está pasando a vos. Y no digo que esos problemas puedan estar o no, pero trata de verle la solución en vez de sufrir en un rincón.
—¿Usted, como economista y mujer que se movió en ámbitos muy masculinizados, nunca sintió esto que denuncian sus alumnas?
—A ver, ¿en qué se puede notar? Vos llegás a una reunión, son todos varones y están hablando de fútbol. Si querés ofenderte porque hablan de fútbol, andá y ofendete, pero qué ganás.
—Pienso en otras cosas más graves, como menospreciarla o no darle espacio o entidad.
—Y, alguna vez nos pasó. El primer contrato que tuvimos con Viviana Zocco en la calificadora de riesgo nos dijeron “ah, yo pensé que ustedes iban a ser más fáciles”. Bueno, ok. Pero pensémoslo así: si alguien se queda sin trabajo, ¿se queda llorando o sale a ver a qué se puede dedicar? Eso se vio mucho con la cuarentena; muchísima gente se puso a vender cosas por Instagram, a hacer tortas, a hacer el curso de antropología por internet. Hubo gente que reaccionó y otra que se quedó encerrada y con serios problemas mentales. Obvio que nadie deliberadamente trata o quiere tener un problema, pero el discurso es que como otro te tiene que ayudar, te quedaste esperando que alguien viniera.
—Es un poco como la ley de la selva. Sobrevive el más fuerte.
—Por supuesto. Pero si desde chiquito te están diciendo que el problema son los otros, vos nunca creas tu propia resiliencia.
Mondino explica largamente su punto, abunda en ejemplos. Deriva en algo que le parece una “barbaridad”: que un profesor o profesora no pueda alzar a una alumna y darle un beso por riesgo a que sea considerado acoso.
—¿Son los libertarios los únicos que dicen este tipo de cosas públicamente?
—Yo creo que somos los más viejos; no tiene nada que ver con ser libertario. Ahora le pusimos el nombre de libertario a lo que es sentido común. A ver, ¿qué es ser libertario? Decir: dejame algunas cosas. Que el fruto de mi trabajo más o menos me lo quede yo después de haber pagado algunos impuestos. Libertario es un extremo; tenés un gradiente completo desde “la propiedad de los recursos son del Estado”, pasas por “el Estado administra” y así hasta decir “a mi nadie me dice nada”.
—¿Dónde está usted dentro de ese gradiente? ¿Llega al nivel Milei: hay que disolver el Banco Central?
—En casi ninguna cosa llego a tanta exageración, pero entiendo por qué lo dice. Yo no soy una economista de papers sino de gestión; tengo que pagar sueldos y sé lo que difícil que es todo lo que hay en el medio entre que decís “pongan este vaso acá” y que ese vaso llegue a su destino. Entonces eso surge de la visión de que algo es tan pero tan difícil de arreglar, que mejor que no haya. Yo soy de las que dicen: habría que intentar arreglarlo. En el espectro de La rebelión de Atlas, que es la Biblia libertaria, yo no estoy con John Galt; yo soy Dagny Taggart.
Aunque pasa mucho tiempo en Córdoba y alquila un monoambiente en Palermo para tener un lugar donde parar en la ciudad, su domicilio principal es en un barrio privado muy “monono” en Los Polvorines y por eso el domingo pasado fiscalizó en una escuela pública del partido de Malvinas Argentinas. Es una práctica que conserva desde la época de Raúl Alfonsín y, aunque asegura que no lo hace por ningún partido en particular, se diferencia de los “fiscales k”, a los que dice que puede distinguir “por la forma de moverse”, porque se conocen entre todos, e incluso “morfológicamente”. “No quiero ser antipática, pero racialmente te das cuenta, por el tipo de ropa te das cuenta; es un grupo muy compacto. De hecho, después cuando se sacaron la foto todos juntos decís: ah, con razón”. Algunos de esos fiscales, según su relato, no sabían el nombre del partido para el que estaban fiscalizando.
—El del solcito, decía uno; ese es el nivel de preparación. Así que no quiero pensar en Chaco o Santiago del Estero lo que será. Pero es un progreso respecto de lo que era hace algunos años, que había una tensión en cada mesa muy fuerte. Ahora no, un clima agradable. Todos somos distintos y cada uno apoya lo que cree.
—A Milei y a José Luis Espert se les critica mucho el tema de las formas: cómo dicen lo que dicen. Usted también invita a la polémica. ¿Cree que hay un campo ahí para intervenir?
—Hay muchísimo campo para intervenir ahí. Yo creo que para ellos ha sido un instrumento necesario para lograr presencia. Había un diputado que siempre iba con una campera amarilla, ¿te acordás? De la misma manera, y esto ponémelo subrayado y en negrita, que hay cantidad de candidatos que se juntan con señoritas de poca ropa porque son muy conocidas. Creo que los modos les han servido para lograr cierta visibilidad.
En su caso, insiste en que no fue “una decisión” levantar el perfil. Su despegue en redes empezó cuando, en el piso del canal LN+, respondió irónicamente a una pregunta sobre si un mayor rol de Sergio Massa podría generar confianza en el Gobierno y dijo: “esto va a salir en Twitter después, me voy a morir de vergüenza”. Y alguien lo levantó en Twitter. Ese video tuvo cerca de 300.000 reproducciones y ella sumó 500 seguidores en un pestañeo.
—Contesté al chiste con un chiste y así empezó. Lo que pasa es que éste es un país que da para todo. Tardás segundos en recortar una noticia y ponerle una frase arriba que sea un chiste. Es rapidísimo. Busquemos el diario de hoy y, si querés, hacemos un tweet ya mismo para que veas la boludez que es.
DT