Opinión - Economías

Justicia de precios para todos

El mercado es un poderoso mecanismo para asignar recursos y constituye el opuesto de las decisiones centralizadas que definen los precios desde una oficina. Un mercado que “funciona bien” tiene como ventajas su eficacia y su gratuidad, aunque se podría invocar que a veces torna en resultados injustos, que una autoridad central podría ayudar a reparar.

Para comparar estas dos alternativas, supongamos que se produce un faltante de sanitizante debido a la eclosión de una pandemia. El resultado inmediato es que la demanda aumentará rápidamente y el mercado castigará con un precio mayor a los consumidores. Incluso puede suceder que, previendo alzas mayores, algunos especuladores acaparen sanitizante (como ocurrió en un episodio de Seinfeld con las esponjas anticonceptivas), lo que aumentaría aún más el precio de mercado. La inmediata suba del precio redistribuye bienestar. Los más pobres se verán restringidos en el acceso al sanitizante, mientras que los pudientes comprarán sin preocupación lo necesario para cuidar su salud. Si los pobres gastan proporcionalmente más en salud, el resultado es que el mercado tiende a perjudicarlos más.

Naturalmente, pocos defenderían al mercado si el proceso terminara allí. Y eso es lo que aparece en las investigaciones que consultan a la gente sobre las ventajas o desventajas del mercado. Muchos respondentes, incluso aquellos que no tienen problemas económicos, suelen desaprobar su acción y piden por una intervención, como por ejemplo fijando un precio máximo a los productos escasos. Pero la labor más eficaz del mercado comienza justamente con la suba inicial de precio. Dados los costos, el aumento de la ganancia podría atraer nuevos oferentes y una mayor producción, en nuestro ejemplo de sanitizante. Si bien es posible que el precio no retorne a su valor original, la creciente presencia de sanitizante contribuiría a atender la mayor demanda a un precio algo más razonable. Este proceso parece convincente. Cuando se les explica a los encuestados que renegaban del mercado, aproximadamente un tercio reconoce su efectividad y termina por aprobarlo. 

Desde luego, el mecanismo de mercado se conoce hace centurias. Sus defensores tienden a enfatizar que es eficaz y que se basa en una justicia más o menos inapelable por su impersonalidad. Hace ya casi 50 años el economista Martin Weitzman demostró que el sistema de mercado atiende a los más necesitados de un faltante cuando la distribución del ingreso es más o menos pareja, pero no cuando es inequitativa. La teoría además avanzó enormemente estudiando casos en los que la oferta es incapaz de reaccionar, como cuando se venden entradas para ver en la cancha la final del mundial de fútbol. Allí todo aumento de precio que busque saciar la demanda significará un ingreso extra para los organizadores y solo veremos en el estadio a los inmensamente ricos.

Pero hay más. Volvamos al caso de la pandemia y el alcohol en gel. Si la producción puede expandirse pero se retrasa, mientras tanto varios consumidores habrán pagado un precio más alto, transfiriendo riqueza a los productores que recibieron un inesperado golpe de suerte. Es más, si la estructura de producción tuviera algún rasgo monopólico (por ejemplo, el control de la provisión del insumo clave para producir el bien), la firma podrá administrar su respuesta productiva si le conviene que el precio más alto perdure, obligando a más consumidores a pagar más caro durante más tiempo. Y si por alguna razón las empresas habían acumulado stocks, recibirán una ganancia extraordinaria que no había sido considerada al producir.

Otras veces las señales de precio no son tan claras. Si hay incertidumbre sobre cuánto durará la pandemia (la situación de marzo de 2020) las firmas podrían no reaccionar hasta confirmar sus expectativas de que el precio más alto se mantendrá mientras dure el proceso productivo. En general, como producir partiendo de cero es riesgoso y lento, el ajuste suele aparecer por el lado de las importaciones, lo que en algunos países puede crear tensiones en su frente externo. En este caso el precio final dependerá de las condiciones del mercado internacional, y en una pandemia es normal asumir que los precios serán más altos en todas partes, al menos temporalmente.

Todas estas excepciones al buen funcionamiento del mercado lucen justificadas, pero después de todo el shock negativo de la pandemia debe ser asumido por alguien. Quiero decir, la falta de sanitizante no produce solamente transferencias de ingresos inesperadas entre individuos, sino también pérdidas netas a la economía en su conjunto, ya que hubo una pandemia y eso debe tener costos en el agregado. ¿Quién paga estos costos? Sin juicio de por medio, en general el mercado dictaminará la culpabilidad de aquellos que más consumen el bien que se volvió escaso, y afectará especialmente a quienes destinan la mayor parte de sus ingresos a subsistir. Es por esta razón que casi todos los estados del mundo intervinieron para paliar las consecuencias de un “ajuste automático” de la pandemia, con políticas de subsidios financiadas con impuestos que normalmente gravan más a quienes están en mejor posición económica.

Aún así, entender el funcionamiento del mercado es esencial. Por ejemplo, imponer un precio máximo al sanitizante no sería una respuesta eficaz al problema, porque prevendría la posibilidad de que la oferta reaccione, aunque sea parcialmente. De modo que una alternativa sería subsidiar el precio del producto para que todos puedan comprarlo sin condicionar el mecanismo de mercado. El subsidio, una vez más, se financiaría con impuestos progresivos de modo que la pandemia “la paguen los más ricos”. 

Pero esta política deja un cabo suelto. Sigue siendo cierto que un grupo de empresas se benefició de manera inesperada de un evento imprevisto. Si esta ganancia extra es pequeña, es tolerable, porque forma parte del juego azaroso que la vida nos impone. Pero cuando el shock es grande y el Estado puede incluso enfrentar problemas financieros debido a los subsidios que dispone para paliar los efectos de la pandemia, no sería descabellado intentar rescatar parte de esa renta extraordinaria con un impuesto transitorio y puntual.

El mercado es una herramienta poderosa y gratuita pero su justicia es ciega, en especial cuando la distribución del ingreso es desigual. Si bien en general su acción es positiva, en situaciones excepcionales medidas igual de excepcionales pueden ayudar a mitigar sus efectos sociales negativos. Lo que no significa que la capacidad y la eficacia del Estado para poner en marcha estas correcciones estén aseguradas. Y en ocasiones, son los detalles de implementación los que terminan definiendo que estos instrumentos cumplan con el objetivo para el que fueron diseñados.

CC