Río Segundo, donde nace el mar de soja, pero las olas no llegan a todos

Río Segundo es una ciudad de poco más de 25 mil habitantes ubicada justo en la frontera entre la zona suburbana de Córdoba Capital y el gran mar de soja, maíz y trigo que rodea los pueblos del “corredor de la Ruta 9”, como se conoce a las ciudades ubicadas a la vera de la autopista hacia Rosario.

Hacia fines de abril, en el mercado de Chicago la soja “posición mayo” subió US$ 10,81 y la tonelada cotizó a US$ 576,54. Mientras que el maíz de la posición mayo subió US$ 9,84 y la tonelada cotizó a US$ 267,86. Y el trigo mayo subió US$ 10,75 y cotizó a US$ 271,72 la tonelada. Los precios internacionales de la soja y los cereales siguen con esta racha alcista, debido, principalmente a la alta demanda de China y los problemas climáticos en Estados Unidos y Brasil, los dos principales países productores de maíz que compiten con Argentina.

¿La suba del precio de la soja, el trigo y el maíz en los mercados internacionales tiene su correlato en el día a día de los pueblos y pequeñas ciudades enclavadas en el corazón del campo? ¿Los beneficios de la racha alcista impactan en el bolsillo del vecino de a pie?

Gustavo (52), trabaja en una metalúrgica ligada al sector ferroviario en Córdoba Capital, pero desde hace un mes, se hizo cargo de La Iguana, un bar con más de 70 años que comenzó como almacén de ramos generales y comedor, y hoy funciona como comedor. Cuando uno atraviesa la puerta, inmediatamente retrocede décadas: la balanza Bianchi anaranjada de aguja, los estantes con botellas de ginebra o whisky, la mesa de pool, la fonola, y las viejas latas de galletas que se vendían por peso muestran un mundo que ya no existe. Además de los parroquianos, postales vivientes de los bares de pueblos, que pasan sus días sin saber que la soja trepó a US$ 570: “Acá no hay teoría del derrame; el bar era de un dueño, después lo tuvo su hijo; después lo alquilaron y yo soy el cuarto dueño. Siempre fue igual en estos últimos años, tenés un fijo de 20 clientes que llegan tipo 10 de la mañana, se toman el vermucito. A la tarde, pasa lo mismo, tipo seis, siete de la tarde, vuelven y se toman el vermucito de la tarde. Juegan a las cartas. Son clientes de años, los mismos, siempre. No impacta el precio de la soja, no es que tenemos más clientes. Y a la noche, vienen los pibes que juegan al fútbol y les preparamos una cena en el comedor, son gente de 35 años para arriba”, cuenta Gustavo.

La casa de deportes donde trabaja Hernán desde hace 20 años está vacía. Queda en bulevar Sarmiento al 1.000, en pleno centro de Río Segundo. Entran dos clientes, preguntan el precio de un producto y se van. Llega una mujer y pregunta cuánto sale un fútbol N° 5 y también se va sin comprar. “Acá los que vienen a comprar son los trabajadores de Georgalos y de Alladio (la fábrica de lavarropas Drean de la vecina localidad de Luque); nuestros clientes son de menos nivel adquisitivo que los dueños de los campos; esos van a Córdoba a comprar. Río Segundo no tiene el poder adquisitivo de los pueblos que están para allá, como Laguna Larga y Oncativo donde está todo sembrado. Esos van a Córdoba, al shopping, buscan productos que nosotros ya no tenemos”, explica Hernán a elDiarioAR.

Este empleado de comercio cuenta que muchos productores del pueblo “explotan campos en el norte, en otras zonas o en Santiago del Estero. Entonces toman empleados de allá y esa plata se gasta allá, no acá”.

Unos metros más allá, en la vereda del bulevar Sarmiento al 900, Sergio está junto a su moto con un televisor que acaba de comprar para su hija: “Yo trabajo en el servicio de emergencias 107, soy trabajador de la salud de la Provincia, monotributista. Este televisor se lo compré a mi hija, ella trabaja en costura, yo le puse la tarjeta para que lo pudiera comprar”.

Este hombre trabaja en Córdoba, a 57 kilómetros de Río Segundo y aclara que “el campo a mí no me representa, no me siento representado por el campo. Si ellos ganan, me parece bárbaro. Pero esa plata a nosotros no nos llega, no llega esa plata al pueblo. Políticamente, si no hubiera tantas retenciones, quizá la cosa sería distinta. Yo compré este televisor, no por la plata del campo, no por la reactivación; soy monotributista de la Provincia”.

Río Segundo no escapa a la realidad de los miles de pueblos del interior del interior, los que retrató con simpleza y rigurosidad Osvaldo Soriano en sus novelas, donde los perdedores son los grandes protagonistas. “La gente viene a juntar alguito de plata para el día, el ticket promedio de la quiniela es de $ 300”, cuenta Evelyn, una chica de 24 años que atiende la casa de quiniela y lotería de su novio, frente a la plaza San Martín. En el pueblo hay unas 10 agencias, seis de las cuáles están en el centro.

Evelyn detalla que “la mayoría juega a la quiniela, aunque hay días en que juegan raspaditas que son premios instantáneos, pero tampoco se gana mucha plata, son $ 50; $ 100 o te dan otro cartón”. Como en las novelas de Soriano, en la agencia que atiende Evelyn juegan los perdedores: “La gente que le gusta jugar, no viene acá; esa gente va al casino; acá vienen a jugar para salvar el día”, sentencia.

También, como en las novelas de Soriano, en Río Segundo hay un circo que durante algunas semanas estará en la Plaza de los Niños: “No vendo nada, y eso que está el circo acá. Yo vendo el pancho a $ 100 y prefieren pagarlo a $ 150 adentro, lo pagan más caro”, se queja Miriam Ruso, que hace 23 años tiene su carro de lomitos, sandwichs y panchos en la plaza principal de Río Segundo.

La mujer cuenta que “ahora vengo viernes, sábado y domingo; la gente prefiere comer en su casa. No hay plata para comer un lomo afuera, ni para comer nada. ¿Entonces para qué voy a venir todos los días, a gastar gas?”. En verano era distinto: “Los días están lindos, la gente sale de noche y come algo, pero ahora, no”.

-¿La gente que trabaja en el campo gasta la plata acá?

-Cada vez hay más maquinaria y menos empleados, entonces tenemos menos gente que gasta la plata en el pueblo. Yo cobro una pensión por discapacidad y mi marido hace changas. Con eso y el puesto hacemos algo de plata para llegar a fin de mes, pero está dura la cosa. Yo tengo unos clientes que trabajan en el campo y lloran para que el patrón les pague. Ellos viven en el campo y vienen los fines de semana al pueblo y compran, un lomo, panchos. Pero no están bien, y no se vienen al pueblo porque allá el patrón les da la casa para trabajar.

Cada vez hay más maquinaria y menos empleados, entonces tenemos menos gente que gasta la plata en el pueblo.

-¿Cómo se las arregló en la cuarentena?

-Me llevé la cocina a mi casa y me puse a hacer de todo, lomitos, pizza, empanadas, locro para las fiestas patrias. Nos la rebuscábamos con mi marido. Pero la gente no tiene plata, los pocos que pueden gastar no son los que trabajan en el campo, son los que trabajan en las fábricas, o los comercios.

La mujer de la librería está enojada por la situación. No quiere hablar. No quiere nota, ni foto. El local es otra postal de un mundo que ya no existe, con mostradores y estanterías que quedaron iguales como cuando abrió hace un cuarto de siglo: “La situación no está buena. Plata no hay, no se vende más, no sé qué decirle”. 

No entiende qué beneficio puede traerle a ella que la soja cotice en Chicago a US$ 576,54 por tonelada; ni el maíz esté en US$ 267,86; y el trigo a US$ 271,72 por tonelada: “El campo habrá tenido sus mejoras, nosotros no”, responde tajante.

-¿Pero hubo otras veces donde al campo le fue bien y se notó en las ventas de ustedes?

-Otras veces podría ser, pero ahora no.

-¿Cuándo?

-Hará como 15 años, más o menos.

-Cuando gobernaba Néstor…

-¡Ese fue el peor de todos, ni me hable! 

En noviembre de 2006, la soja alcanzó su precio más alto desde mayo de 2004, cuando en el mercado de Rosario, se cotizó a $ 605 la tonelada; unos US$ 200. En la postconvertibilidad la soja llegó a $ 717 pesos por tonelada, el 22 de enero de 2004; que en divisas era algo así como US$ 247.

En una concesionaria de autos del ingreso a Río Segundo, el empleado admite: “No estamos vendiendo más, estamos como siempre. Si quiere, váyase a Pilar a una concesionaria oficial de chatas, ellos sí están vendiendo, nosotros no”. La ecuación es fácil, las chatas son las pick ups que compran los dueños de los campos y quienes los arriendan para explotarlos. 

“Es realmente complicado explicarlo, hay que separar dos cosas: los que realmente son sojeros, los que cultivan, los que cosechan; y los dueños de los campos. Los dueños, por lo general gastan en una nueva camioneta o alguna modificación en la casa. Ellos compran propiedades fuera de Río Segundo, en Córdoba o en otros lugares; por ende la plata se va afuera. Y los que gastan en Río Segundo son obviamente los empleados públicos; los trabajadores fabriles, trabajan para alguna empresa con algún sueldo aceptable; y quienes explotan algún tipo de comercio, que son familias que ya vienen con estos emprendimientos de hace años, como una ferretería o algún local de ropa. No se da el caso de un tipo que puso un kiosco y le va bárbaro, eso no existe”, explica Ernesto Aguirre, ingeniero mecánico aeronáutico, docente e investigador de la Universidad Tecnológica Nacional – Facultad Regional Córdoba.

Este docente detalla que “los que cultivan y alquilan los campos para cultivar, salen hechos, la plata que sacan la reinvierten en la próxima cosecha. Después tenés grandes operadores de granos como el Molino Río Segundo, pero la plata no la pone en el pueblo. También tenemos un gran comercio, un gran bazar que se dedica a la importación de adornos, juguetes, muebles y productos así que se llama Río Shop, pero ese dinero que ingresa tampoco se ve reflejado en el pueblo. Lo que sí puedo decirte es que algunos productores rurales están invirtiendo en forma directa, se está desarrollando un polo recreativo y comercial en una zona llamada El Norte, esa inversión se inició antes de la pandemia y después se frenó”.

Aguirre contó que “la plata, el movimiento de plata, la diaria, la hacen los profesionales como abogados, contadores; el sector de los empleados estatales y los empleados de comercios y fábricas. No se siente el impacto de la soja, no hay tal derrame, vivimos en el campo, pero no somos el campo”. El profesor aclara: “Inversión directa, derrame de esa bonanza no vemos, lo que aporta el campo, lo hace a través de impuestos. Cuando paga, claro”.

Los testimonios de estos vecinos cuentan sus realidades, donde, vivir en “el campo”, no significa linealmente recibir los beneficios de “el campo”, como actor social, económico y político del país.