El viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, esquivaba este jueves por la noche a periodistas en el cóctel en la residencia del embajador de Estados Unidos para celebrar por anticipado el 4 de julio, día de su independencia. Es el hombre que renegocia, junto al jefe de asesores de Economía, el también esquivo Leonardo Madcur, el incumplido acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Con la residencia repleta de políticos oficialistas, opositores y empresarios, al fondo en una carpa montada para el festejo, el embajador Marc Stanley cumplía con el ritual diplomático de saludar a los invitados mientras tronaba una canción de Erasure.
Entre el silencio de unos y el ruido de otros, las conversaciones con el FMI prosiguen. El anuncio de que el ministro de Economía, Sergio Massa, va a ser candidato presidencial flexibilizó la postura del gobierno de Joe Biden, que lo considera un aliado, aunque también se pregunta si, en caso de llegar al poder, podrá deshacerse o no pronto de la influencia de Cristina Fernández de Kirchner, según comentaban fuentes vinculadas a la negociación en la carpa donde reverberaba el pop. Agregaban que sigue pendiente el viaje del ministro candidato al FMI, daban por seguro que recibirá los recursos para cumplir con los vencimientos de deuda de lo que queda de 2023, pero habrá poco más para satisfacer su deseo de reforzar las famélicas reservas. En cambio, dentro de la residencia, donde el sonido permitía la conversación entre sandwiches de pollo frito y cerveza Miller, otro informante de diálogo directo con el staff advertía justamente de lo contrario, que la postulación del jefe del Palacio de Hacienda resultaba contraproducente para los técnicos: “La negociación está trabada hace semanas. La Argentina no cumple las metas (de ajuste fiscal y monetario y de acumulación de reservas) y no ofrece nada a cambio. Massa candidato y ministro no ayuda en la negociación porque no tiene incentivos para hacer la tarea”.
Difícil que devalúe o recorte más el gasto en plena campaña. Eso sí, ya viene podando erogaciones. No por nada la economista Marina Dal Poggetto, de Eco Go Consultores, advertía hace unas semanas que las erogaciones públicas en relación al PBI -que había saltado en el 2020 pandémico-, en parte por la contracción económica, van camino de terminar en el mismo nivel bajo que las dejó Mauricio Macri, sobre todo porque jubilaciones, pensiones y asignaciones por hijo corren por detrás. Dal Poggetto departía anoche en la fiesta norteamericana con Eduardo Levy Yeyati, ambos asesores de dos radicales que se bajaron de la carrera presidencial, Facundo Manes y Gerardo Morales, respectivamente. También conversaban con Juan Carlos Barboza, economista del banco brasileño Itaú, cuya filial argentina está en proceso de venta al Macro.
Por lo pronto, Massa hará hoy un gesto de buena voluntad al FMI pagándole vencimientos por US$ 2.700 del préstamo récord que tomó el gobierno de Macri en 2018, antes de que el organismo le gire los fondos para abonarlos, según establecía el acuerdo actual, caído por incumplimientos forzados por la sequía. Lo abonará a costa de sacrificar reservas que estaban en derechos especiales de giro (DEG, la moneda del Fondo) y yuanes, después de que China permitiera que se usen para otros fines más allá del comercio bilateral. Quedan pendientes pagos para el 7, 14 y 21 de julio, que se podrían postergar hasta el 31 de ese mes, pero los negociadores confían en que antes de esa fecha se llegue a un acuerdo que gire recursos hacia la Argentina. “Se van a replantear las metas y nos van a dar 4.000 millones (de dólares) correspondientes a junio”, vaticina otra fuente con acceso al organismo. Es decir, no se le exigirá al país tanto ajuste fiscal y monetario ni tanta acumulación de reservas como se pretendía cuando se firmó el acuerdo en 2022, pero no vendrían fondos adicionales, como soñaba Massa. Veremos.
El pasado lunes, en la convención anual de la Cámara Argentina de la Construcción (Camarco), antes de disertar en La Rural, en el VIP con los empresarios, Massa les explicó que habrá un pacto en dos etapas, una para el tercer trimestre y otra para el cuarto. No se sabe en qué consistirá cada una. Pero ayer, en la residencia del embajador norteamericano, otros economistas especulaban con que el gobierno de Estados Unidos le dé la orden al FMI para que acepte un programa relajado en el periodo julio-septiembre, con la excusa de que el país debe afrontar la recuperación de un mal segundo trimestre por la seca, y que exija los ajustes en entre octubre y diciembre, de modo tal que el ministro candidato pueda aplicar la guadaña después de las elecciones. Igual, los capitanes de la construcción ya están sufriendo las demoras en los pagos de las obras públicas. Su actividad, sin embargo, bate picos de empleo y uso de cemento por los proyectos privados, impulsados por aquellos a quienes los pesos les sobran y les queman a la vez.
Los constructores no saben qué haría Massa con las obras públicas si fuese presidente, pero se ilusionan con que su candidatura “termina con la locura K, que atrasa 30 años”. El ministro dio un discurso en la Camarco a favor del superávit comercial, la sostenibilidad fiscal, un dólar alto y un plan de “desarrollo inclusivo”. Los constructores no lo vieron muy distinto que los candidatos de Juntos por el Cambio en política macroeconómica, pero reconocen que “no es lo mismo el ajuste hecho por un peronista, con apoyo de gobernadores y de la CGT, que si lo hace Patricia Bullrich”. Le temen a la calle. “Larreta es más cercano a Massa, pero es de Juntos por el Cambio”, aclaran. En reuniones privadas con poderosos integrantes de la cámara, Bullrich y Larreta reconocieron que al menos en 2024 no habrá plata para obra pública, sólo negocios como la cesión de tierras a cambio de inversión en infraestructura. “Sólo se diferencian por matices”, observan.
La primera quiere liberar el cepo apenas comience el gobierno, como sostiene su economista Luciano Laspina, y el segundo sostiene que eso resulta imposible, tal como defiende su asesor Hernán Lacunza. A quien sí temen los constructores es a Javier Milei, que por ideología reniega de la obra estatal y quiere que sea toda privada. Recuerdan que ni en los países desarrollados los proyectos público-privados (PPP) superan el 20% de los proyectos y el 80% restante es de contratación estatal. Además, aclaran que el verdadero modelo los PPP deben sostenerse con tarifas, por lo que ponen en duda iniciativas en agua potable, saneamientos o rutas, salvo las autopistas más transitadas, en caso de vencer el libertario. Distinta fue la versión Cambiemos de los PPP que consistía en que las empresas busquen financiamiento pero que después se repague más con fondos públicos que con tarifas. Los paladines de la obra pública alegan que el modelo de Milei exigiría cobrar demasiado a los usuarios y conseguir un crédito externo del que carece la Argentina.
El ministro también recibió este jueves al presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Daniel Funes de Rioja, el mismo día en que fue reelecto por dos años más. Lo secundarán como vicepresidentes Miguel Ángel Rodríguez (dueño de la fabricante de pinturas Sinteplast), David Uriburu (ejecutivo del grupo Techint), Adrián Kaufmann Brea (de Arcor), Martín Rappalini (propietario de Cerámica Alberdi), Guillermo Moretti (de la Federación Industrial de Santa Fe), Luis Tendlarz (de la Unión Industrial de Catamarca), Rodrigo Pérez Graciano (de la automotriz ítalofrancesa Stellantis), Paula Bibini (de la Unión Industrial de Salta) y Javier Viqueira (de la Asociación de Industriales Metalúrgicos, Adimra). Uno de los popes de la UIA celebra que con la postulación de Massa queden “cuatro candidatos pro mercado”. Confía en que eso permitiría que continuase el veranito financiero de acciones y bonos, se arribase a un acuerdo con el FMI, la inflación y la brecha cambiaria se estabilicen y la economía, en lugar de caer por la seca, termine con crecimiento cero respecto de 2022. De todos modos, diferencia entre los cuatro favoritos: “Lo de Milei es inaplicable en el contexto argentino. Bullrich propone reformas razonables, pero es muy radical en querer imponerlas sin diálogo. En cambio, Massa y Larreta quieren cambios que se puedan negociar, incluso entre sí”. Entusiasmado por los crecimientos de las industrias automotriz, química y las proveedoras de la construcción, admite que aflojaron un poco la textil y la del calzado, pero observa un interés inversor extranjero por activos aún baratos en energía, minería y alimentación.
Otro poderoso industrial reconoce el apetito por esos sectores, pero también recuerda la seguidilla de empresas que se fueron del país, como OLX Autos, Enel, Falabella, Walmart, la aerolínea Latam, Itaú y las fabricantes de pinturas para autos Axalta y PPG (además Basf mudó una línea a Brasil). Más allá de la reunión de Massa con Funes de Rioja, este capitoste de la UIA espera que el ministro y sus tres principales rivales pasen por la UIA. Conjetura con que si el precandidato de Unión por la Patria gana las elecciones, aplicará una política industrialista, pero con las limitaciones de dólares que impiden importar insumos y maquinaria o girar utilidades a las multinacionales. “Te asegura la paz social, pero muchas multinacionales se rajan”, advierte. Espera que ahora que se inscribieron las candidaturas por fin Milei acepte visitar la entidad. Por ahora se juntó con algunos empresarios manufactureros, que quedaron insatisfechos con sus posturas ultraliberales. Tampoco se entusiasman mucho más los que se reunieron con Bullrich y Larreta: los capitanes de la industria reconocen que no puede seguir tan cerrada la competencia importada, pero temen que les impongan otra vez el “sálvense quien pueda”, como con Carlos Menem o Mauricio Macri, y que se apueste sólo por la energía, la minería y el campo porque son los sectores que pueden proveerles de dólares. Igual admiten que el jefe gobierno porteño puede resultar “un poco menos duro”.
Así como los turistas del hemisferio norte vienen en su verano boreal a tomar los mejores vinos y comer las carnes más caras porque les resultan baratas, también bancos de inversión de Wall Street están organizando para julio desfiles de tours de interesados por apostar a activos regalados de este país de candidatos favoritos pro mercado. Algunos habían llegado ya en marzo, pero de abril a junio se calmaron por la suba en las encuestas de Milei, cuyo plan dolarizador puede traer más inestabilidad, y por la incertidumbre de entonces sobre la candidatura de Massa ante el ascenso de la inflación. Ya algunos dólares están entrando para comprar bonos y acciones, se alegran en despachos oficiales, que se ilusionan con que así se estabilicen los tipos de cambio paralelos durante el mes y medio de campaña previo a las primarias.
Pero fuera del Gobierno los analistas no se dejan encandilar. “El impacto esperado es marginal en los dólares financieros y hay que ver cuánto dura el veranito”, comenta Hernán Hirsch. “El veranito es en principio una buena noticia porque mejora las expectativas sobre la economía, suben bonos, acciones, caen riesgo país, dólar futuro, expectativas de devaluación, pero así como hace un mes no había una crisis terminal ni estábamos al borde de la hiperinflación, ahora tampoco está todo solucionado: sigue la escasez de dólares e impacta en la actividad y la inflación”, advierte Pedro Gaite, de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), que, ante ese faltante, espera noticias sobre el acuerdo con el FMI.
AR