Se fue nomás. Lleva consigo su Misiones, su Paraguay, su litoral, su gualambao, sus aguas, su sonrisa eterna que desafiaba la selva agreste también suya.
La sonrisa de Ramón fue el gran gesto de un amante.
Las canciones de Ramón fueron grandes gestos de un alquimista.
Si alguna vez se dijo que la canción es más que la suma de palabras y sonidos, que la canción llega por vías insondables que escapan a reglas, fórmulas y técnicas, ahí está Ramón para demostrarlo. “Mi pequeño amor”, “Canto al río Uruguay”, “Lapacho”, “El cosechero”, “El cachapecero”, “El mensú” y tantas otras fueron alumbramientos de un mago.
No hay sonrisa sin llanto. Eso Ramón lo supo cuando relató por décimas las atrocidades de la Triple Alianza.
Como un extraño trotamundos, paseó su tierra colorada por lugares inimaginables, con la certeza de que siempre, pero siempre, será la tierra bendecida por una posadeña linda.
Gracias querido Ramón. Este país incierto tiene canción.