David Simon, creador de ‘The Wire’: “Todos los mecanismos institucionales en EEUU están fallando y desmoronándose”
El 'showrunner' analiza en esta entrevista su trayectoria y proyectos futuros, la actualidad estadounidense, la situación del periodismo y el fracaso de la guerra contra las drogas
David Simon, el pasado lunes en Girona. David Borrat
Pasan los años —más de 20 ya— y a David Simon (Washington D.C, 1960) se lo sigue presentando como uno de los creadores de The Wire, la serie emitida entre 2002 y 2008 por HBO y convertida, con los años, en material de culto.
Alabada y encumbrada por la crítica, la serie logró describir en cinco temporadas las disfunciones del capitalismo estadounidense —y, por ende, de todo occidente— en una propuesta que parecía una historia de policías pero que en realidad escondía una profunda denuncia social.
El showrunner se muestra cómodo con el aura y la influencia de The Wire, pero reivindica otros productos que elaboró con la misma sutileza y voluntad de visibilizar injusticias comoTreme, Generation Kill, The Deuce o, la más reciente, We Own This City.
El escritor habló con elDiario.es sobre su trabajo y proyectos, sobre el estado del periodismo y la política estadounidense y, también, sobre el fracaso de la guerra contra las drogas, uno de los principales temas que vertebra su obra.
Simon visitó Catalunya para la entrega del Premio Turkish Airlines a la mejor obra en inglés de los galardones de periodismo gastronómico Roca Awards.
—Hubo cinco personas que, cuando les conté que iba a entrevistarlo, me pidieron que le pregunte cómo va su proyecto sobre las brigadas internacionales en la Guerra Civil española.
—Sigo decidido a hacerlo… Le debo los guiones a (la productora) Mediapro y se los voy a entregar, pero es una mala época para la televisión americana. Quizás sea mala en todas partes, pero hubo un retroceso real en cuanto a la cantidad de proyectos que salen adelante. La burbuja del streaming estalló.
—¿Le cuesta más levantar proyectos?
—Tuve que centrarme en aquellos que tienen alguna posibilidad en Estados Unidos. Eso no quiere decir que no crea en la historia de la Brigada Lincoln, no solo como una buena historia, sino como un proyecto relevante para este momento, en el que Estados Unidos vuelve a sumirse en un discurso aislacionista, y en el que nuestros líderes se niegan a mirar más allá de nuestras fronteras.
—Cuando lo anunció, en España se creó mucha expectativa.
—Estoy decidido a sacarlo adelante. Recorrí los campos de batalla, desde Jarama hasta el Ebro, pero tuve que dejar los guiones a un lado mientras trabajo en otras cosas que mantengan a la gente con la que trabajo con empleo. La gente de Mediapro estuvo genial y dicen que pueden recaudar el dinero en España, pero una pieza de época cuesta mucho dinero si se quiere hacer bien. Por eso me gustaría tener también un socio estadounidense.
—La suspensión de sus proyectos con HBO durante la huelga de guionistas generó mucho revuelo.
—Tuvo una repercusión sorprendente en los medios. Creo que no todo el mundo lo entendió. La primera vez que estuve en huelga, hace años, con el sindicato de guionistas, los contratos se mantuvieron porque la huelga duró poco. En la última [huelga] sabíamos que íbamos a estar meses y comenté que HBO me había suspendido el contrato.
—¿Se confundió suspensión con cancelación?
—Exacto. Solo dije que llevaba 25 años con ellos y era la primera vez que me suspendían el contrato de producción. Cuando terminó la huelga, retomamos la relación. Sigo intentando sacar proyectos adelante con HBO, siguen leyendo mis cosas. Espero que me den luz verde para algo, pero no lo sé, es mucho más difícil ahora. El mercado está mucho más restringido. Hace diez años, les decía que quería hacer algo sobre la política federal de vivienda y me decían: “Adelante”.
Hubo un retroceso en la cantidad de proyectos que salen adelante. La burbuja del 'streaming' estalló
—¿Series como The Wire o Treme serían posibles a día de hoy?
—The Wire quizás sí, porque trata sobre crimen y miseria. Pero Treme, no. Sin duda. Nadie apostaría por Treme ahora.
—¿Cómo ve la producción actual de series? Parece que apenas hay espacio para historias que se desarrollen a fuego lento. Deben pasar cosas en cada capítulo.
—Se convirtió en una búsqueda de franquicias. Buscan cosas que saben —o creen saber— que pueden ser éxitos. Y yo nunca escribí éxitos. Siempre hice cosas más personales. No voy a trabajar con personajes de Marvel. Eso no es lo mío. Tampoco voy a hacer series de gente linda teniendo relaciones sexuales como Euphoria o lo que sea. Yo hago lo que hago.
—Nunca escribió éxitos, pero entiendo que contar con usted añade o añadía valor a una marca como HBO.
—Antes HBO se dedicaba a la contraprogramación, a ofrecer lo que no estaba en la tele. Y yo soy contraprogramación pura. Si no lo viste en la tele, entonces me interesa. Pero ahora no hay ese clima. Por eso cuando llegás con una historia sobre estadounidenses que vinieron a luchar a España en los años 30… Y les decís “los buenos eran los comunistas y los socialistas”, te miran como diciendo: “Eso va a ser difícil de vender”. Probablemente hace 15 años habría tenido más posibilidades.
—¿Qué debe tener una historia para que le interese?
—Tiene que tener un argumento que merezca la pena discutir, algo político, algo que yo hubiera querido cubrir como periodista. No es periodismo, claro, pero necesito que trate de algo que valga la pena debatir desde un punto de vista periodístico. No puede ser sólo entretenimiento. Sería una pérdida de tiempo.
—Siempre me pareció que, a pesar de que sus historias fueron muy distintas, terminan girando alrededor de la resiliencia de las clases urbanas más desfavorecidas frente a un mundo que está jodido.
—La ciudad, cualquier ciudad, es donde vamos a sobrevivir o fracasar como especie: cómo negociamos y aceptamos vivir comprimidos, siendo cada vez más diversos… Una de las cosas que más me gustan de Nueva York es que te cruzás con todo el mundo y te enfrentás a todo el mundo, para bien o para mal. Esa vieja idea de América como crisol de culturas sigue siendo cierta y necesaria, sobre todo en las ciudades. O aprendemos a convivir o fracasamos.
—En las situaciones más dramáticas que describe, en todo caso, siempre termina habiendo un pequeño espacio para el humor o el sarcasmo.
—El drama se sostiene solo. La comedia, en cambio, es inefable. Es una combinación entre tú como guionista, el actor y su sentido del humor como intérprete. Porque no todos los actores lo tienen y algunos lo tienen a raudales. Y también está el director: cómo capta la cámara ese momento. La comedia… es mágica cuando ocurre. Necesitás esos momentos, más que nada por lo que yo hago, porque si no, es todo oscuridad. Y eso no puedo permitírmelo.
—Su obra siempre exploró qué es América. No puedo dejar de preguntarle por su opinión sobre la situación política en EEUU.
—Es horrible. Elegimos dos veces a un demagogo ignorante que es increíblemente hábil a la hora de manipular a colectivos vulnerables. Colectivos como inmigrantes, personas trans o personas racializadas, utilizándolos de formas que excitan a su base y fomentan la segregación racial, el aislamiento y comportamientos xenófobos que son destructivos no solo para mi país, sino a nivel global. Trump es un tipo muy peligroso.
—Cuando terminó la novela de Philip Roth La conjura contra América, ¿pensaba que cinco años después la democracia estaría tan amenazada en EEUU?
—La hicimos porque [Trump] fue elegido por primera vez. Tengo que admitir que cuando perdió pensaba que habíamos terminado con él. Pero te diré algo: incluso cuando empezaba a tambalearse en su primer mandato y perdía apoyo, yo ya tenía miedo. Y sigo teniendo miedo del tipo que venga después de él. Alguien que será otro demagogo y utilizará las mismas herramientas que él usó para llegar al poder, pero será más listo, más elocuente y más despiadado en el abuso de ese poder.
Simons, durante la entrevista con elDiario.es David Borrat
—Eso si no intenta forzar un tercer mandato.
—El problema es que ya no podés estar seguro de nada. Todos nuestros mecanismos institucionales están fallando y se están desmoronando. Cosas que nunca pensé que fueran posibles o legales están ocurriendo. Agarraron a un tipo de mi Estado, Maryland, al que ni siquiera acusaron formalmente de nada, y lo mandaron a una prisión en El Salvador. Se supone que si estás legalmente en Estados Unidos con un visado, tenés los mismos derechos constitucionales que un ciudadano: libertad de expresión, habeas corpus, todos tus derechos… Y aun así, se llevaron a esta persona y lo arrojaron a una cárcel en el extranjero. ¿Qué no harán? ¿Qué será lo próximo? Es espantoso.
—Con los años, The Wire adquirió un aura de serie legendaria. Para muchos es la mejor de todos los tiempos. Me gustaría saber cómo le afectó en sus trabajos posteriores. Siempre hay alguien que termina comparando lo que hace con The Wire...
—Me alegra que The Wire encontrase su público, aunque fuera con retraso. Gracias a eso pude hacer otras series que, de otro modo, HBO quizá no habría aprobado. Así que sí, estoy agradecido. ¿Quiero más a alguno de mis otros hijos? No es que los quiera más, pero me gusta cuando alguien me dice algo bueno sobre alguno de mis otros proyectos. Cuando alguien se me acerca y me dice que le encantó Treme o The Deuce… Es como ver reconocido a ese hijo que no recibió tanta atención, pero al que quiero igual. Y eso se agradece.
—¿Qué tiene la serie para seguir vigente 20 años después?
—Primero, que nos dejaron hacer cinco temporadas. Fueron 60 horas de televisión. Pero también influyó que la serie encontró su camino. Algunas de las cosas que hice son mucho más específicamente estadounidenses y no tienen esa capacidad de conectar tan fácilmente fuera.
—Es curioso porque The Wire tuvo éxito antes en Reino Unido y Europa que en EEUU.
—Es cierto. Y volvió a Estados Unidos por el boca a boca que venía de fuera. Fue un giro realmente impresionante y tengo que admitir que no sé cómo replicar eso. No pude volver a lograrlo.
Elegimos dos veces como presidente a un demagogo ignorante que es increíblemente hábil a la hora de manipular a colectivos vulnerables.
—El último capítulo lo vieron solo 70.000 personas. La serie no ganó ningún premio. ¿Llegó a pensar que no recibía el reconocimiento que merecía?
—Pensaba que habíamos hecho un trabajo mejor que... Mirá, fue una serie muy silenciosa. Cuando se emitió, pasó muy desapercibida. Tuvimos suerte de aguantar cinco años en antena.
—¿Por qué cree que terminó fascinando a gente tan diversa? The Wire conectó con una audiencia altamente educada, con incluso un premio Nobel de literatura elogiándola, y al mismo tiempo con las clases más desfavorecidas de algunos barrios, en los que incluso se vendían copias piratas de la serie.
—Creo que todos reconocieron en ella una cierta verdad fundamental. Entendieron que hablábamos de una desconexión entre lo que estamos viviendo como ciudadanos y la realidad de nuestras expectativas, cada vez más reducidas. La diferencia entre ricos y pobres es cada vez más profunda con cada generación. El capital campa a sus anchas, ya no está ligado a un contrato social real que incluya a toda la sociedad. Y por eso sentimos que no estamos bien gobernados, que nadie trabaja para solucionar los problemas que vemos a diario. Creo que todo el mundo, de una forma u otra, lo siente así.
—Si la serie se hubiese rodado hoy, ¿qué otros aspectos de la sociedad estadounidense abordaría? Siempre pensé que la inmigración o los nuevos americanos hubiesen encajado.
—La inmigración es un tema que me da rabia no haber tratado en The Wire.
—¿De verdad?
—Sí. No en la primera temporada, sino en la primera etapa de la serie. Después de la tercera temporada, uno de los guionistas y amigo mío, David Mills, sugirió ese tema. Él estaba en Baltimore y se dio cuenta de que había una gran llegada de centroamericanos —guatemaltecos, hondureños, mexicanos— que se estaban asentando en la parte sureste de la ciudad y me dijo: “Es una comunidad vibrante, distinta, y deberías hacer algo sobre la inmigración”.
—En EEUU, además, casi todo el mundo tiene orígenes migrantes.
—Los estadounidenses somos muy ambivalentes con la inmigración. Primero, prácticamente todos lo somos. Da igual cuándo llegaste, seguro que tenés alguna historia familiar de cómo los trataron mal por parte de los que ya estaban aquí, fueras irlandés, judío, italiano o afroamericano. Pero a la vez todos temen la nueva ola que llega... y se olvidan de que ellos también fueron esa ola en su día.
La inmigración es un tema que me da rabia no haber tratado en 'The Wire'
Pero son esas personas que acaban de llegar las que construyen y reconstruyen el país. Y los necesitamos. Necesitamos personas con hambre, que quieran una vida mejor. Es la misma dinámica que en 1880, esa es nuestra esencia. Y aun así, permitimos que un demagogo como Trump demonice a gente que solo busca una vida mejor. Es una locura. Así que habría sido un tema buenísimo.
—¿Por qué no se hizo?
—Cuando David me lo comentó, le dije: “Tenés razón”, pero ya llevábamos sin emitir un buen tiempo. Después de la tercera temporada, prácticamente nos cancelaron hasta que nos dijeron que al final íbamos a seguir. Tardamos un año y medio en volver a emitir. Teníamos planificadas las temporadas 4 y 5 y para introducir el tema de la inmigración y pedirle a HBO un año extra, teníamos que empezar desde cero. Ninguno de nosotros hablaba español y eso iba a retrasar aún más el regreso.
—Una lástima.
—Si conocés la serie, sabrás que una vez que empieza la cuarta temporada y se colocan los cuerpos en las casas vacías, ya no podés parar: tenés que contar la temporada 4 y 5 seguidas. Y la temporada final tenía que ser sobre los medios de comunicación, sobre por qué no somos capaces de reconocer nuestros propios errores y problemas. Así que, cuando surgió la idea de la inmigración, ya se nos había pasado el momento.
—¿Cree que la decadencia de la sociedad estadounidense que retrató en The Wire es aún más profunda veinte años después?
—Sí. Totalmente. Todavía no resolvimos la guerra contra las drogas.
—El fracaso de la guerra contra las drogas es uno de los temas más transversales en su obra. Aparece en The Corner, en The Wire, en We Own This City…
—No sé si alguna vez lo resolveremos, aunque alejamos de los niveles más altos de encarcelamiento masivo. Aun así, seguimos siendo una de las sociedades con mayor tasa de encarcelamiento en la historia moderna, y esa es una de las razones.
—¿Está a favor de la despenalización de todas las drogas?
—Sí, por supuesto. Y de enfocar el consumo de drogas con políticas de reducción de daños, tratamientos, educación… No creo que encerrar a la gente sea la solución para nada.
Lo siento, pero la sociedad no gana nada metiendo a un camello en la cárcel
—Ahora hay incluso jefes de Estado como Gustavo Petro defendiendo esta postura.
—Es cierto que hubo avances. Nuestras tasas de encarcelamiento bajaron y hemos despenalizado la marihuana, que es algo muy sensato. Aunque hay una parte que me preocupa: mucha gente blanca consume marihuana y mientras se encarcelaba a muchachos blancos, hubo mucha indignación. Pero si la guerra contra las drogas solo afectara a comunidades racializadas, podrías seguir igual durante 20 o 30 años más, porque no estás jodiendo a los muchachos blancos de los dormitorios universitarios. Así que, en cierto modo, despenalizar la marihuana, pero no hacer lo mismo con el resto de drogas también tiene su riesgo.
—Usted pidió clemencia para el tipo que vendió el fentanilo que mató a Michael K. Williams [actor que encarnaba al traficante Omar Little en The Wire]
—Si conocías los puntos de vista de Michael y hubieras visto los documentales que estaba haciendo, sabrías que él también estaba en contra del encarcelamiento masivo y de la guerra contra las drogas. Tuve muchas conversaciones con él sobre eso. Conocía su lucha contra la adicción y sabía cómo se sentía respecto a su propia responsabilidad. Habría considerado injusto encerrar a un dealer de 72 años por venderle una pastilla. Ese hombre también era adicto. Y no era químico, no fabricaba esas pastillas. Se las dieron, él las pasó. Lo siento, pero la sociedad no gana nada metiendo a un dealer en la cárcel. Las mismas drogas se seguían vendiendo al día siguiente en cada esquina de Williamsburg.
Fotograma del personaje Omar Little, interpretado por el fallecido Michael K. Williams
—Cuando rodaban The Wire, ¿ya sabían que Omar iba a ser uno de los personajes favoritos de la audiencia?
—Sí, era uno de nuestros favoritos también. Está basado en un tipo real, en varios tipos reales. Michael [K. Williams] conocía a uno de ellos, se llamaba Donnie Andrews, ya falleció, pero fueron amigos durante un tiempo.
—¿También era homosexual?
—No, eso nos lo inventamos. De hecho, Donnie estaba un poco en plan “¿por qué hiciste eso?” Se lo tomó como algo personal. Es una historia larga.
—¡Cuéntela!
—Además de Donnie —sobre el que escribí mucho en su día como periodista— había otros tipos que robaban a narcotraficantes. Y luego había un dúo: Cadillac y Lowe —esos eran sus nombres callejeros—, y Ed [Burns, cocreador de la serie] me contaba historias sobre ellos. No sé de dónde saqué la idea, pero pensé que eran amantes, que eran pareja. Así que añadí ese detalle a Omar.
—Su homosexualidad reforzaba ese perfil de lobo solitario.
—Robar a otros traficantes es una “profesión” solitaria dentro del mundo de la droga. Y ser gay en la comunidad negra tenía —y sigue teniendo— un estigma enorme. Y hace 20 años, aún más. Probablemente no podrías estar en una banda de narcotraficantes y ser abiertamente gay sin que se cuestionara tu hombría o tu fiabilidad. Pero sí podrías ser un outsider que roba a dealers y ser gay. Así que pensé: “Bueno, vamos a hacer que sea como Cadillac y Lowe”, aunque después Ed me dijo que ellos no eran gays. Así que nada, me equivoqué. [Ríe].
David Simons, el pasado sábado tras la entrevista. David Borrat
—El turismo y la gentrificación también aparecen en algunas de sus obras como The Deuce o Treme.
—Estoy seguro de que es un problema en Barcelona. Pude ver y hablar sobre los profundos cambios que están ocurriendo en la ciudad... También es un problema en zonas de Baltimore y Nueva York. En Baltimore hay barrios en los que la gente que vivió ahí toda la vida está en riesgo de ser expulsada por la gentrificación. Al mismo tiempo, hay distritos con casas completamente vacías.
—Esos bloques con las puertas tapadas con maderas que aparecen en el Baltimore de The Wire.
—Sí, sí. Algunos siguen teniendo esas puertas de madera... Aunque ahora muchos de esos edificios se cayeron y solo quedan solares vacíos. Pero cuando llegué a la ciudad como reportero en 1982 había 750.000 personas. Ahora hay 590.000, así que hay mucho espacio vacío. Es como: “¡Por favor, gentrificad algo de esto! Volved...”
—Me gustaría preguntarle un poco sobre periodismo. Sus declaraciones sobre la profesión suelen ser muy pesimistas.
—Creo que la prensa escrita está más vulnerable que nunca, pero por otro lado ha habido un experimento en mi ciudad…
—Pienso también en otros medios digitales que aparecieron los últimos años y están haciendo gran periodismo en EEUU como ProPublica, por ejemplo…
—Sí... Debe de ser online y sin ánimo de lucro, que cada dólar de cada suscripción se gaste en periodismo y en ampliar la redacción. Lo están haciendo, el Banner está creciendo y espero que entren en beneficios en poco tiempo. De lo que se trata es que el dinero se vaya a las redacciones y no a Wall Street, que es el error que toda la industria americana de periódicos cometió.
—En ese momento parecía que siempre se podía ganar más dinero…
—Apareció Wall Street y dijo, “están ganando un 10-15% de beneficios, pueden hacer el 30% recortando plantilla y gastos”. Convencieron a los periódicos de que tenían un monopolio, de que siempre tendrían publicidad de los grandes almacenes, anuncios clasificados… Todo iba a ir genial: podrían ganar más pasta pero gastando menos dinero haciendo un periódico de mierda.
—Y llegó Internet.
—De repente, el dinero de la publicidad desapareció pero ya tenían un producto mucho peor por el que no podían cobrar a nadie. Fue la tormenta perfecta de estupidez de una industria que sólo sentía desprecio por su propio producto.
—¿El periodismo local está muerto del todo en EEUU?
—No lo sé, nadie trató de replicar este experimento, pero si se demuestra que en una ciudad de segunda como Baltimore funciona, se puede replicar. Habrá inversores reales, no gente que haga esto por lesa majestad, sino porque se puede ganar dinero. Hay hueco para esto. Es como el canario en la mina, por así decirlo.
—¿Qué opina de la cobertura del segundo mandato de Trump por parte de los grandes medios como el New York Times o el Washington Post?
—Lo que demostraron el Washington Post y el Los Ángeles Times en particular es degradante y humillante. Si fueras Otis Chandler, estarías revolviéndote en la tumba. Si fueras Kay Graham también, por cómo actuaron los editores de esos dos medios. El New York Times, creo, perdió mucho tiempo intentando encontrar un terreno intermedio entre el totalitarismo y el gobierno representativo normal para definir al Gobierno de Trump. Y no creo que exista ese punto intermedio, así que su cobertura muchas veces es un poco débil. Pero por lo menos no se rindieron de forma tan vergonzosa como lo hicieron Bezos y el tipo de Los Ángeles.
—Leí un artículo reciente de Siri Hustvedt que hablaba de un término relativamente nuevo para definir la cobertura de Trump por parte de estos medios: sanewashing [Minimizar los aspectos percibidos como radicales de una persona o una idea para hacerlos parecer más aceptables].
—Es exactamente lo que es. Sanewashing. A veces hay que decir las cosas por su nombre. Algunos medios tienen dificultades para llamar “mentira” a una mentira, incluso cuando está totalmente contradicha por los hechos. Decir: “El presidente Donald Trump mintió ayer en varias ocasiones al decir…” No están acostumbrados a escribir así, aunque se pueda demostrar empíricamente. Tu segundo párrafo puede sostenerlo, tu tercer párrafo también. Es empírico, son hechos. El periodismo nunca se había enfrentado a alguien que mintiera con tanto descaro, y tan entregado al fraude, ocupando un puesto de poder como este. Es como si las herramientas que tenemos no sirvieran ya para hacer el trabajo.
—¿Extraña el periodismo?
—Sí… Sí, un poco.
—¿En serio?
—Sí, extraño ser reportero. También extraño la redacción, estar rodeado de otros periodistas, pasar el rato, poner los pies sobre la mesa, abrir el periódico y hablar de qué es una mierda y qué no lo es.
No habría dejado el periodismo si no creyera que puedo plantear los mismos temas desde otro ángulo
—¿Qué estaría haciendo ahora David Simon si hubiera seguido trabajando en el diario?
—No lo sé, quejándome y refunfuñando… Ya no sería reportero de policiales, pero seguramente estaría quejándome de lo que pasa en mi diario, probablemente. Si siguiera en el Baltimore Sun, estaría destrozado. Ahora solo quedan como 40 personas. Cuando yo estaba ahí había 500.
—¿Qué le aportó el periodismo a la hora de escribir series?
—Creo que era muy bueno escuchando las voces de otras personas, no solo la mía. Era bueno con los diálogos. Y, especialmente, haber sido reportero de calle te acostumbra a escuchar a gente distinta a vos. No eran todo voces blancas de clase media. Algunas sí, pero también había afroamericanos, latinos… y también policías irlandeses, italianos… Gente, voces y registros distintos.
—¿Y en los temas que trata?
—Me marcó en el sentido de que nunca iba a escribir solo entretenimiento. Nunca escribiría algo como: “oh, qué emocionante”, si no plantea alguna reflexión sobre el mundo. Todo lo que hago tiene que tener, al menos, un origen periodístico, en el sentido de que si quiero contar un drama es porque hay un problema, un conflicto en nuestra sociedad en el que el sistema está fallando.
—Esa obsesión en su trabajo para que todo parezca creíble.
—Sí, la tengo. No soy bueno con lo sobrenatural, no hago ciencia ficción. Si adapto un libro y no es de ficción, utilizo los nombres reales. Ni siquiera me alejo de lo que ocurrió en el libro, no puedo inventar cosas. Le debo fidelidad al periodismo del que parto. Incluso cuando es ficción, usamos la cronología real de los hechos. Invento personajes ficticios y los entrelazo con los hechos reales, pero todo se basa en lo que ocurrió de verdad. Es una forma de reconocer que no soy particularmente creativo, que no puedo inventar cosas de la nada. Pero también es la razón por la que no habría dejado el periodismo si no creyera que puedo plantear los mismos temas desde otro ángulo.
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