Murió la actriz española Carmen Sevilla a los 92 años

Elena Cabrera

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La actriz Carmen Sevilla falleció hoy en Madrid a los 92 años, según informó su hijo Augusto Algueró a la agencia Europa Press. La artista vivía en un hogar para mayores de Aravaca pero había sido trasladada a un hospital madrileño al agravarse su salud. Dejó la televisión en 2010, medio en el que había retomado su carrera con gran popularidad tras un parón en los años 80. Fue diagnosticada con alzhéimer hacía más de diez años.

Carmen Sevilla se convirtió rápidamente en una estrella siendo uno de los máximos exponentes del star system del franquismo. El régimen recogió de la dictadura anterior, la de José Antonio Primo de Rivera, la idea de que la industria cinematográfica serviría para vender una adecuada imagen de España hacia el exterior: alegre, tradicional, popular, moderadamente moderna pero con valores católicos. Una campaña con el andalucismo como representación homogénea de la imagen de España, en la que Carmen Sevilla encajó con naturalidad y para la que puso a disposición su ferocidad juvenil y su carnalidad adulta.

El franquismo tuvo “casi una obsesión” en ofrecer una imagen “blanca y limpia” de las artistas que servían como representación del país, por eso la proyección pública de Carmen Sevilla no se correspondía con la biografía real de María del Carmen García Galisteo, su verdadero nombre, explica Enrique Encabo en Copla, ideología y poder. Y lo mismo ocurría con Lola Flores o Paquita Rico, a las que se les borraba cualquier duda moral. Pero frente a Lola Flores y Paquita Rico, gran triada de folclóricas con las que Carmen Sevilla compartió elenco en El balcón de la luna (1962) –una estrategia política cinematográfica para presentar a las tres artistas como referencia del arte español–, Sevilla era la más ‘moderna’ de las tres, con una carrera que se permitía experimentar mínimamente dentro de los márgenes de la dictadura.

Por ejemplo, había trabajado con Juan Antonio Bardem en La venganza (1958), la primera película española en representar al país en los premios Oscar. La película se había estrenado en Cannes, lo cual ya suponía un espaldarazo de prestigio. La censura franquista había desviado algunos metros la obra respecto a su proyecto original. El guion de Bardem situaba la acción en un tiempo contemporáneo en el que un hombre sale de prisión tras pasar 10 años encarcelado por un crimen que no cometió. Carmen Sevilla es la hermana del protagonista y ambos deciden vengarse del que consideran responsable. La censura quiso que la trama sucediera durante la Segunda República para evitar a las autoridades franquistas cualquier responsabilidad en la historia. Para que no se pudiera decir lo mismo de la República, Bardem consiguió empujar la acción un poco más allá, y ubicarla en 1931.

En la década anterior, los funestos y grises años cuarenta de la posguerra, se enmarca la aparición de Carmen Sevilla, descubierta por Estrellita Castro siendo apenas una niña de 13 o 14 años. Su nombre real era otro, María del Carmen García Galisteo y, al poco, se le diseñó un lanzamiento que se insertaba en la política cultural del Gobierno franquista. El régimen retomó el concepto colonialista de Hispanidad para construir una alianza hispanoamericana basada en la expresión cultural compartida entre México y España. Por ello se hicieron confluir las carreras de Jorge Negrete y Carmen Sevilla, haciéndoles compartir el protagonismo de Jalisco canta en Sevilla (1949). El énfasis en unir dos culturas mediante el uso de la lengua común sobre la música, “evitó muchos de los clichés de las representaciones culturales conservadoras anteriores y facilitó una nueva gama de significados hispanos transnacionales para el cine musical”, según la investigación de Marina Díaz López, autora de varios estudios sobre cine latinoamericano.

En cada década, Carmen Sevilla fue una moderna, dentro de los límites del marco dibujado por la cultura hegemónica. Una de las campañas publicitarias de mayor éxito de los años 60 la protagonizó ella, en alianza creativa con su célebre marido Augusto Algueró, uno de los mayores talentos de la composición y la orquestación de la época. Era raro que una familia española de clase media no tuviera en su casa el single de la compañía Philips Flamenca Ye-Ye con Typical Spanish en la cara B, o el epéTanguillo “Frio Philips”. El trepidante temazo Flamenca Ye-Ye, con su inolvidable estribillo “familia Philips, familia feliz”, vendía el sueño moderno del electrodoméstico que revoluciona el hogar: un televisor para ver “las corridas en traje de baño” y en el que “se ven más claros los toros y el gol”. España contemporánea, pero tradicional.

Hollywood tentó a la actriz. En 1961 consiguió el papel de María Magdalena en la superproducción Rey de reyes. Diez años después, probó suerte de nuevo con Marco Antonio y Cleopatra, protagonizada por Charlton Heston. Carmen Sevilla contó en diferentes entrevistas que el guion no decía que Heston tuviera que ponerle la mano sobre un pecho antes de decirle buenas noches. El actor, que además dirigía la película, se sobrepasó. Nunca dijo que fuera eso lo que le hizo rechazar una carrera allí pero sí que prefería quedarse en su país y con su gente, por lo que dijo no a un contrato de cinco años con Paramount Comedy.

Su filmografía, por tanto, siguió discurriendo en España. En la década de los setenta trabajó también con Eloy de la Iglesia, autor de cine marginal y transgresor, pero de éxito. Lo hizo en los thrillers de 1971 El techo de cristal y Nadie oyó gritar, en 1973, donde la actriz interpreta a una prostituta que ayuda a un vecino a librarse del cadáver de su mujer, a la que ha asesinado.

Además, participó del denominado cine del destape, “el tierno y conmovedor destape”, como llamó José Sacristán a las películas con las que se iba cayendo la censura de la dictadura franquista enseñando piel, pezones y pubis en el celuloide. Sex o no sex (1974), El apartamento de la tentación (1971) y un buen puñado más fueron la aportación de la actriz, que algunas de sus personas más cercanas interpretaron como una venganza por las sonoras infidelidades de Algueró.

Como ella misma confesó en varias entrevistas fue su segundo marido, Vicente Patuel, quien le hizo elegir entre el cine y él. Y ella optó por dejar las películas. Su último trabajo fue el título de terror Rostros (1978), junto a Juan Pardo y Bárbara Rey. Cuando la artista regresó a la pantalla, tras pasar la década de los 80 dedicada al ámbito privado, lo hizo en los 90 ya en la del formato pequeño, con una popular carrera como presentadora de televisión.

En el cine argentino participó en Embrujo de amor (1071) y Requiebro (1955).