“Una voz bella ¡quién la tuviera!”

“Para cantarte toda la vida, /pero mi estrella me dio este acento/ y así te siento, tierra querida”. Los entrañables versos de las canciones de Atahualpa Yupanqui –bajo la forma de milongas, zambas, chacareras, bagualas…– siguen resonando en oídos argentinos, aunque el folklore no esté en la actualidad particularmente de moda. Y desde luego no solo se oyen a través de la inconfundible voz del poeta cantor, sino también de los numerosos intérpretes de valía que han entonado, que siguen entonando sus temas, acá y en el mundo, cuyos escenarios recorrió Don Ata. Algunas líneas de esas canciones, como sucede con ciertos tangos que no pierden vigencia, se han incorporado al habla popular. Por caso, se suele decir “las vaquitas son ajenas”, sin que haga falta completar la primera parte ni explicar el sentido de esa frase.
Marcos Montes es un gran actor que, aparte de este oficio que ejerce sin descanso y con suma versatilidad –además de habilidades vinculadas a cuestiones idiomáticas– cultiva el canto: en otros tiempos, jazz en inglés; y, desde que lo flechó la milonga campera El aromo de Yupanqui, en la voz de Suma Paz en el teatro Cervantes, no dudó en retomar la guitarra para para entonar esos poemas a la Argentina profunda, al paisanaje, a los pueblos originarios, a los marcos naturales de ese trovador que desde muy joven creció en talento y sabiduría. Y que eligió cambiar su nombre en los papeles por esas dos palabras que lo representan y que significan en –la sangre de su padre– “el que viene de tierras lejanas a decir algo”.
Entre otros frutos de su pasión por Atahualpa Yupanqui, Montes tuvo que ver con distintos espectáculos desde hace dos décadas, entre los cuales un unipersonal con texto y música que arrancó en 2009, paralelamente a sus trabajos de actor, que fue ofreciendo cada tanto, acá y en ciudades europeas, con variaciones en su contenido y cambiando de título. Hasta convertirse en el ¡Yupanqui! que brindará en tres funciones a partir de mañana sábado en la Biblioteca Café.

Andando y cantando, su modo de alumbrar
Aunque cualquiera que escuche Luna tucumana sin conocer sus datos biográficos, podría deducir que Don Ata nació en esa provincia, lo cierto es que su origen es bonaerense, zona de Pergamino, 1908. De niño aprendió a tocar el violín con el cura del lugar, instrumento que trocó por la guitarra bajo la guía de un amigo de su padre. A la muerte de este, prueba varios oficios –todavía adolescente–, recorre lugares con su guitarra y un poncho por equipaje, descubre con mucha empatía la orfandad de los campesinos, de los descendientes de pueblos originarios.
A los 20 ya está cumpliendo labores periodísticas en la Capital, viaja a Bolivia, se reconoce en y se siente muy inspirado por los paisajes, las culturas ancestrales. Radical por herencia paterna, en su anhelo de justicia social adhiere al Partido Comunista, al que renunciará decepcionado en los años’50. Pero antes -luego de un casamiento temprano con una prima- conoce en 1942 a la pianista y compositora nacida en un territorio francés cerca de Canadá, Antoinette Paule Pepin- Fitzpatrick. Es decir, Nenette, el amor de su vida que participará en la creación de la música de muchas canciones, con quien convive desde 1946.
Fichado por su compromiso político, es encarcelado “en averiguación de antecedentes” en más de una ocasión. Y cada vez, ella gestiona su liberación, hasta que Atahualpa decide exiliarse en París, 1949, ciudad donde encuentra refugio en la casa de Paul Éluard. Y durante una reunión de amigos del poeta galo, sucede el milagro: Edith Piaf lo escucha cantar y lo amadrina para que debute en el teatro Athenée. De ahí en más, la trayectoria exitosa de Yupanqui se dispara en Francia, en otros países europeos, llega al Japón. Y, a partir de los ’50 regresa regularmente a su patria, donde ofrece recitales, es entrevistado, compone la música de un par de películas, recibe el afecto del gran público. Establecido en París, deja de visitar la Argentina durante la dictadura. En la década de 1980 recibe distinciones: el Konex de Brillantes, la condecoración francesa como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.
Su salud declinaba cuando estuvo en el Festival de Cosquín, 1990. Volvió a París por compromisos de actuación y a fines de mismo ese año, muere en Buenos Aires su adorada Nenette. Muy afectado, Atahualpa Yupanqui la sobrevivirá dos años.
Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Marie Laforêt, Suma Paz, Daniel Viglietti, Violeta Parra, Chavela Vargas, Elis Regina, Jairo, Divididos, Juan Carlos Baglietto figuran entre los incontables intérpretes que han merecido las canciones del poeta autor de El payador perseguido, que gustaba presumir con orgullo de sus rasgos aindiados, de sus ojos entornados. Pero Marcos Montes se los va a contar y cantar de la mejor manera.
Arrimándole coplas y textos a la esperanza
La trayectoria de Marcos Montes es de intensidad y diversidad poco frecuentes. Entre otros hitos, estuvo en la fundación del notable grupo teatral (H)umoris Dramatis, junto al destacado colega Juan Carlos Portaluppi y al director Adrián Ghío. Compañía que, por citar apenas uno de sus altos logros, brindó en 2005 una memorable puesta en escena de El homosexual o la dificultad de expresarse, de Copi, en el Anfitrión. Convocado por Alfredo Arias, Marcos trabajó con este artista en París y en Buenos Aires, arrancando con Tatuaje, joya escénica que remitía libremente a la leyenda de Miguel de Molina, exiliado en Buenos Aires en tiempos del franquismo (Montes se lucía cantando y Sandra Guida hacía una shockeante aparición como Evita, vestida por Pablo Ramírez). Últimamente, siempre con Arias, sobresalió en Bela Vamp y en James Brown usaba ruleros.
En estos días, MM ya inició la cuarta temporada de El hombre de acero en Espacio Callejón, escrita y dirigida por Juan Francisco Dasso, acerca de un padre que desea conectar con su hijo adolescente autista; repone en mayo Mi querido señor Mozart, en el Borges. Y se apresta valerosamente a comenzar los ensayos de Ricardo III, de Shakespeare, con puesta del siempre controversial español Calixto Bieito, en el San Martín, como parte del gran elenco en el que están Joaquín Furriel, Alejandra Flechner, Ingrid Pelicori, Luciano Suardi, Belén Blanco, Iván Moschner.

En paralelo y dando pruebas de su afán de saberes vinculados a las lenguas, Marcos, sin hacer alarde, es Master en Lexicografía Hispánica por la Real Academia Española. Y asimismo Corrector Internacional de Lengua Española. De él se podría decir que es uno de Los justos del poema de Borges –tan admirado por Yupanqui– porque “descubre con placer una etimología” y, en otro orden de cosas, bichero a pleno, sin duda es una de las personas “que acaricia a un animal dormido”.
“Conversatorio musicalizado”, define Montes su espectáculo ¡Yupanqui! donde cita al trovador cuando responde: “A un folklorista no se le pregunta si trae algo nuevo. Pregúntele qué trae de viejo”. Y entre los temas que canta con su voz cálida y bien estrenada no podía faltar la milonga del peón de campo, ese que nunca tuvo tropilla propia, siempre montado en ajeno: “A veces me entra tristeza/ y otros veces, rebelión./ En más de una ocasión, quisiera hacerme perdiz (…)/ Pero la verdad, paisano, me gusta el aire de aquí”. La economía, la elocuente simplicidad hechas poesía.

Marcos Montes no imita con su canto a Atahualpa: da su personal versión contemporánea de los temas, desde su condición de actor, de fan incondicional. Y muy probablemente haga El aromo, árbol al que le pegan todos los vientos: “Pero con un alma tan linda/ que no le brota la queja,/ que en vez de morirse triste/ hace flores con sus penas”.
En ¡Yupanqui! hay citas a las cartas a Nenette escritas durante muchos años por el poeta cantor y publicadas por Sudamericana. Sucederá en un sitio tan hospitalario como la Biblioteca Café, Marcelo T. de Alvear 1155, los próximos sábados 12, 19 y 26 de abril, a las 17, con merienda incluida en la entrada.
MS/MG
0