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Muchas personas se duchan al menos una vez al día, ya sea por la mañana o por la noche antes de acostarse. En función del día y del nivel de actividad, incluso podemos llegar a tomar dos o tres duchas en un solo día.
No se puede discutir su importancia en la higiene diaria, un hábito saludable para todo el mundo. Nos duchamos para ayudar a eliminar las células muertas de la piel, para eliminar la grasa, la suciedad, el sudor y las bacterias.
Pero, en ocasiones, podemos caer en la higiene excesiva algo que puede no ser tan bueno. Por lo tanto, la cantidad de duchas correctas debe ser la suficiente para mantenernos limpios, pero no muchas para no resecar la piel y no eliminar su capa protectora natural, dos de los principales problemas de hacerlo en exceso.
¿Cuántas duchas son demasiadas?
Entonces, si me ducho varias veces al día, ¿es malo? La piel tiene una capa protectora de aceite y un equilibrio de bacterias “buenas” que ayudan a protegerla de la sequedad y los gérmenes. Si la lavamos con demasiada frecuencia, y encima lo hacemos mal, podemos eliminar esta capa y aumentar el riesgo de piel seca, que se irrite y con picazón.
Existe un consenso dermatológico bastante claro de que ducharse o bañarse todos los días no es necesario para la mayoría de las personas, se recomienda no ducharse más de una vez al día porque aumenta el riesgo de deshidratación de la piel. En concreto, esta pierde hasta un 25% de su hidratación natural durante la ducha. Además, ducharse con demasiada frecuencia nos puede volver más propensos a las infecciones.
Solo es aconsejable hacerlo varias veces al día si está justificado, es decir, si hemos sudado mucho o nuestra piel se ha ensuciado (y aún así, debemos tener en cuenta una serie de consideraciones como realizar duchas cortas); si no es así, no tiene sentido que nos demos varias duchas al día.
Cómo debe ser la ducha perfecta
Es importante encontrar el equilibrio en la cantidad de duchas diarias. En muchos casos, lo importante no es la frecuencia con la que nos duchamos sino cómo lo hacemos. Para la mayoría de las personas, la ducha diaria no comporta riesgos siempre y cuando no lo haga de forma agresiva. Y esto significa tener en cuenta aspectos básicos como:
- Usar un gel con un pH parecido al de la piel: nuestra piel tiene un pH ligeramente ácido, de 5,5. Este número es el que impide el paso de gérmenes, bacterias, virus y ácaros. Por tanto, lo recomendable es usar uno que tenga una cantidad similar para no dañar la grasa y flora que tiene la piel de forma natural y que pueden eliminarse al lavar. Los productos con extractos de aceites vegetales pueden ayudar a proteger el manto lipídico de la piel. En cambio, debemos evitar el uso de fragancias.
- No usar jabones que hagan mucha espuma: la espuma en exceso de algunos jabones es sinónimo de que contienen una sustancia denominada tensioactivo que, en exceso, puede dañar la piel.
- Usar esponjas suaves o, incluso, la mano: es importante no frotarse y limpiarse con suavidad porque la fricción con una esponja exfoliante puede erosionar la piel y desprotegerla.
- Enjabonar solo ciertas partes del cuerpo: en muchos casos, no es necesario enjabonar todo el cuerpo sino ciertas partes como pies, axilas y la zona genital. El jabón no deja de ser una especie de detergente que ayuda a descomponer la capa superior de aceite y quitarla de la piel. Si nos enjabonamos en todo el cuerpo, eliminamos algunos de estos aceites.
- Enjuagar bien con agua tibia: evitar ducharse con agua muy caliente (deteriora la barrera cutánea) o muy fría.
- Evitar duchas muy largas: lo ideal sería no sobrepasar los cinco minutos, justo el tiempo para humedecer la piel, enjabonarla y aclararla. De lo contrario, aumenta el riesgo de que se eliminen los aceites naturales de la barrera lipídica de la piel, la capa externa de grasa que mantiene la humedad y los irritantes y alérgenos fuera. Esto puede provocar sequedad e irritación.
- Hidratar la piel tras la ducha: tan importante es el momento de la ducha en sí como el posterior. Es aconsejable hidratar la piel una vez estemos secos, un proceso, el del secado, que haremos en pequeñas palmaditas, sin frotar de forma vigorosa. Debemos prestar especial atención al secado de ciertas zonas donde hay pliegues en la piel, como los dedos de los pies, la zona de la ingle y debajo de los brazos para reducir el riesgo de erupciones e infecciones.
La exposición excesiva al agua y al jabón, especialmente al agua caliente, puede alterar el equilibrio natural de la piel. Esto es especialmente problemático para las personas con enfermedades de la piel como la psoriasis o el eccema.
M.Ch.