Parece haber relación, pero se desconocen las causas. Ante tal respuesta nos vemos inclinados a indagar sobre la existencia de estudios que aborden la influencia de las fases lunares en la mayor o menor dificultad para conciliar el sueño de las personas. Son pocos los que hay, siendo el más célebre un ensayo de 2013 sobre 33 personas entre los 25 y los 74, realizado por la Universidad de Basilea (Suiza). En el mismo se estudió la actividad cerebral durante del sueño, así como los niveles de cortisol, hormona relacionada con el estrés y los estados de alerta.
Los resultados fueron que durante los días que precedían a la luna llena, las personas analizadas registraron hasta un 30% de reducción de su sueño profundo. Además, conciliaron el sueño con hasta cinco minutos de retraso en aumento creciente. Y finalmente, durmieron veinte minutos menos; el tiempo de sueño se acortó a medida que se acercaba la luna llena y se alargó al alejarse esta.
Otra característica relevante del estudio fue que ni las personas estudiadas ni las que investigaban conocían el objeto del estudio. También que el mismo se realizó en condiciones de oscuridad total y aislamiento del exterior. No obstante estos resultados, los investigadores solo pudieron concluir que parecía haber una relación entre la luna y la calidad del sueño, sin poder decir cuál era. Se apuntó a la menor secreción de melatonina por la mayor luz ambiental antes de acostarse, pero también a que fueran ciclos aprendidos que arrastramos como deshechos evolutivos de otros tiempos.
Trabajos poco concluyentes
Sin embargo, en 2014, el investigador del sueño de la Universidad de Oxford Vladyslav Vyazovskiy publicó un análisis de los trabajos existentes al respecto en el que concluyó que la solidez de los mismos era bastante relativa, dado que estudiaban periodos de tiempo demasiado cortos que no permitían establecer patrones claros.
Además, puede leerse en las conclusiones del trabajo de Vyazovskiy: “Tres estudios han analizado retrospectivamente diferentes conjuntos de datos para evaluar si existe un efecto de la fase lunar sobre el sueño humano. Los resultados y conclusiones difieren. Hasta que se realicen experimentos diseñados específicamente, controlando las variables clave, este problema permanecerá abierto”. Es decir que según este investigador la relación entre luna llena y sueño no puede ser confirmada.
La luna, las mareas y los lunáticos
Ahora bien, más allá del sueño, las fases lunares se han relacionado desde tiempos antiguos con el estado de ánimo de las personas. No hay estudios que prueben el mito de que en luna llena hay más crímenes, peleas o suicidios, pero según el psiquiatra estadounidense Thomas Wehr, existe una relación entre los ciclos maníacodepresivos de algunas personas y las distintas fases lunares.
Wehr, ya jubilado, estudió durante muchos años los cambios de fase de una serie de pacientes bipolares conocidos como “de ciclo corto”, puesto que pasaban de la depresión a la euforia de manera muy regular cada dos semanas. Wehr estableció dos grupos en sus observaciones: los que tenían un ciclo de 14,8 días y los que tenían otro de 13,7 días. Se fijó en que la luna nueva, o luna negra, dura 14,8 días, mientras que la luna llena que culmina este proceso se da cada 29,5 días.
¿Qué puede tener que ver la psique con la luna? Wehr encuentra un vínculo de estos comportamientos con la expresión de origen en el latín “lunático”, que define a alguien extravagante e irracional sujeto tal vez a los cambios en la luna. El psiquiatra lo explicó en su publicación por el efecto gravitacional que la luna, que se alinea con el sol en la fase de nueva y de llena, influyendo así sobre distintas partes de los océanos, cosa que los descompensa y genera las mareas.
La respuesta podría ser magnética
Curiosamente las mareas siguen dos ciclos, uno con un pico de altura cada 14,8 días y otro de pico menor cada 13,7 días. Por otro lado, el mar es un líquido cargado de iones, es decir de electrones, por lo que al moverse y dar lugar a las mareas, genera un campo electromagnético que aunque no es grande podría llegar a influir en nuestro cerebro.
Se sabe que nuestro cerebro es sensible a ciertas ondas de los campos electromagnéticos, así como que ciertas moscas activan su reloj biológico merced a impulsos electromagnéticos que capta una proteína de su ojo llamada criptocromo. Una versión de esta proteína parece encontrarse también en mamíferos como perros o primates, según una investigación del Instituto Max Planck para el Estudio del Cerebro.
El trabajo se publicó en 2016 y en el los investigadores dejaban claro que aunque este tipo de proteína es común en muchas especies a lo largo de la cadena evolutiva, no parece tener presencia, o un papel relevante al menos, en humanos. No obstante, otros científicos sí aseguran estar en el camino de hallar la respuesta a la sensibilidad humana al electromagnetismo.