Nuestra doctrina de seguridad es simple: el que las hace, las paga; el orden público es sagrado, no se puede secuestrar la calle, y los buenos son los de azul, los malos son los que delinquen, los que roban, los que matan
Ojo por ojo, diente por diente (mano por mano, pie por pie).
No robarás.
El que se ríe, se lleva.
Detrás de cada gran fortuna hay un delito.
Más vale pájaro en mano que ciento volando.
El Código Penal es lo que impide que los pobres roben a los ricos; el Código Civil es lo que permite a los ricos robar a los pobres.
El hombre es esclavo de lo que dice y dueño de lo que calla.
El secreto de las grandes fortunas es un crimen olvidado efectuado con limpieza. La ley no castiga a los ladrones sino cuando roban mal.
Las deudas se pagan y los favores se agradecen.
¿Qué es el robo de un banco en comparación con fundar uno?
No matarás.
El que mata tiene que morir.
Más vale perro vivo que león muerto.
La justicia tarda, pero llega.
El crimen no paga.
Quien mal anda, mal acaba.
La vida es como un restaurante: nadie se va sin pagar.
Delito de adulto, pena de adulto.
El que corta no cobra.
Todo vuelve y te pega donde más te duele.
El que las hace, las paga/ Eso lo digo por ti/ A mí tú me hiciste tantas/ Que vas a pagarme con verte sufrir.
Algo habrán hecho.
Traje a rayas y tras las rejas.
Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
Al ladrón y a la ladrona cortadles las manos como retribución de lo que han merecido, como castigo ejemplar de Alá.
La culpa de todo la tiene el garantismo de Zaffaroni.
Los derechos humanos son de la gente, no de los delincuentes.
Quale scelus, talis poena.
Más vale prevenir que curar.
No fueron 30.000. Y en algo andarían.
Los buenos son los de azul, los malos son los que delinquen, los que roban, los que matan.
Buenas y malas son/ cosas que vivo hoy.
A la fornicadora y al fornicador dadle a cada uno de ellos cien latigazos.
El perdón crea impunidad.
Las comisarías tienen puertas giratorias.
Hacete amigo del juez/ no le des de qué quejarse.
Los nenes con los nenes/ las nenas con las nenas.
Las adúlteras y los sodomitas serán lapidados hasta morir.
Justicia por mano propia. Defensa propia. Derecho divino a la propiedad privada.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Imaginen una sociedad ordenada por refranes y frases hechas, o por citas mal traídas y peor llevadas. Una sociedad guiada por un repertorio limitado de consignas, muchas de ellas contradictorias entre sí, a las que llama “sentido común” –acompañado por la frase “el menos común de los sentidos” –; o “derecho natural” o “el orden normal de las cosas”. O, mejor aún, las llama “sabiduría popular” (suele ocurrir que ninguna de esas sabidurías es tan “popular”, sino que suelen ser engendros creados por sujetos de los grupos dominantes, que llaman “popular” a lo que les viene en gana).
Una sociedad, además, en la que la literatura sea censurada, el conocimiento sea clausurado y toda disidencia sea castigada con la hoguera o con el insulto, lo que esté más a mano (la hoguera tiene muy mala prensa, pero no habría que confiarse mucho: hay más de un Torquemada suelto).
Imaginen una sociedad que, en pleno siglo XXI, decida cancelar dos siglos de debates jurídicos, de filosofía política, de argumentos constitucionales, de tratados y más tratados sobre la ley y sus vericuetos: sobre quién hace las leyes, sobre el monopolio legítimo de la fuerza, sobre la administración justa de una justicia justa, sobre el principio radical de la igualdad entre todos los seres humanos, sobre el acceso democrático a esa justicia. Un país que cierre esa biblioteca, de una buena vez por todas, y sea simple y justamente gobernado por la voz de mando de un “profeta de la libertad” cuya sabiduría se reduce, exactamente, a cuatro consignas y media.
Bien: en eso estamos.
FN