“Bush abrió la cárcel de Guantánamo, Obama prometió cerrarla, Trump prometió que la mantendría abierta y ahora Biden tiene la oportunidad de cerrar Guantánamo para que esta cárcel no quede para siempre vinculada con la identidad de Estados Unidos”. Moazzam Begg, un exprisionero de Guantánamo que ha moderado un acto auspiciado por la organización Cage, para la que trabaja, ha hecho esta afirmación en el evento en el que participaron otros seis exprisioneros y el abogado y experto en derechos humanos Clive Sttaford-Smith.
Ayer se cumplieron 20 años desde la llegada de los primeros prisioneros a la cárcel ubicada en la base militar de Estados Unidos en Cuba. En el momento de mayor ocupación, en 2003, hubo 680 prisioneros. Hoy quedan 39.
El acto virtual celebrado el sábado, que ha coincidido con numerosas manifestaciones y marchas en distintos países para denunciar que, veinte años después de la llegada de los primeros prisioneros, esta cárcel de máxima seguridad estadounidense situada en Cuba sigue abierta fue seguido por 900 personas, entre ellas, exsoldados del penal.
“Nuestras barbas se han vuelto canosas, nuestro rostro se ha arrugado, nuestros hijos se han hecho mayores, ha pasado demasiado tiempo”, ha lamentado Begg, que pasó tres años en Guantánamo y fue liberado sin cargos en 2005, junto con otros prisioneros de nacionalidad británica. Los hombres demandaron al Gobierno británico por complicidad en los supuestos abusos y torturas que sufrieron mientras estaban bajo custodia de Estados Unidos. En 2010 el Gobierno británico anunció que había llegado a un acuerdo económico extrajudicial con 16 detenidos, entre ellos Begg. Su experiencia ha quedado reflejada en el documental Taxi to the Dark Side (2007).
Clive Sttaford-Smith cree que la batalla para pedir el cierre de Guantánamo se libra en los medios de comunicación y no en los tribunales. “Es necesario poner en evidencia las situaciones más surrealistas, vergonzosas y grotescas de Guantánamo, ya que a lo largo de los años hemos vivido situaciones absurdas que pueden ser recordadas con humor”, ha indicado.
De hecho, en el transcurso del acto quiso recordar dos. La primera, la impresión que le causó ver por primera vez a Moazzam Begg en su celda. Este prisionero, que nació en Birmingham (Inglaterra), estaba atado con unas esposas de la marca Hiatt & Company. A Sttaford-Smith le llamó la atención que, junto a la marca, apareciera la indicación “fabricadas en Reino Unido” y decidió investigar. Descubrió que la fábrica Hiatt tenía sus instalaciones en Birmingham.
“Estabas a miles de kilómetros de tu casa, pero atado con unas esposas de tu ciudad”, ha señalado el abogado con ironía: “Pero eso no era todo. Luego descubrimos que esta fábrica fue fundada en el siglo XVIII y en un inicio fabricaba esposas para atar a esclavos que eran llevados en barco a Estados Unidos”. Esta jugosa historia terminó siendo un artículo del periódico británico The Guardian ya que, a lo largo de los últimos veinte años, este abogado británico ha tenido claro que “hacerles pasar vergüenza por todo ese absurdo es la mejor manera de conseguir avances”.
El niño de Guantánamo
“Guantánamo me dio el tiempo necesario para reflexionar, aprender, ya que no tenía nada más que hacer, creo que es una experiencia que me ha hecho mejor persona y mejor musulmán”, dice Omar Khadr, de nacionalidad canadiense, el prisionero más joven de Guantánamo. Fue capturado en el campo de batalla en Afganistán a los 15 años. Por este motivo, es popularmente conocido como “el niño soldado”. El documental canadiense Guantanamo´s Child (El niño de Guantánamo) está basado en los nueve años que pasó en la cárcel de máxima seguridad. En la actualidad, vive en la ciudad canadiense de Edmonton.
Ahmed Errachidi ha recordado algunas de sus buenas experiencias con los guardias que lo custodiaban, que solían llevarle comida a escondidas. Conocido con el apodo de “el general”, el marroquí pasó cinco años en el penal de Guantánamo. En 2013, publicó las memorias “The General: The Ordinary Man who Challenged Guantanamo” (El general, el hombre corriente que cuestionó Guantánamo).
Por su parte, Mohamedou Ould Salahi, un ingeniero mauritano que estuvo preso en Guantánamo durante 14 años, y al que los soldados pusieron el mote de “almohada”, ha pedido el cierre de Guantánamo “porque los ciudadanos de Estados Unidos se merecen que sus instituciones respeten el Estado de Derecho”. Sus experiencias quedan reflejadas en la película El mauritano y en el documental de The Guardian My Brother’s Keeper.
“Tengo amigos estadounidenses y son muy buena gente”, ha dicho. Uno de sus amigos estadounidenses, el guarda que durante un año custodió su celda, Steve Woods, seguía el acto desde Oregón. No fue el único soldado que se conectó al acto organizado por Cage. También estaba conectado y, de hecho, participó en el chat, Albert Melise, un exguarda que custodió a Moazzam Begg y a Ahmed Errachidi. El exsoldado fue acusado por el ejército de Estados Unidos de filtrar información clasificada a los medios después de denunciar torturas en el penal. Moazzam Begg, al que llama Mo, le enseñó a jugar a ajedrez. Y él, por su parte, le prestaba su reproductor de MP3 a Errachidi para que pudiera escuchar música.
“Cuando volví a Mauritania estaba obsesionado con tener un televisor, así que me compré dos”, ha explicado Salahi: “Unos días más tarde vino a visitarme mi sobrina y me dijo 'Ahora ya no vemos la tele, todos tenemos smartphones'. Yo no sabía ni de qué me estaba hablando. Cuando me enseñó su teléfono móvil conectado a Internet aluciné porque soy ingeniero electrónico y enseguida me di cuenta del potencial… Empecé a buscar a otros exprisioneros y a amigos de Guantánamo por la red”. Durante el tiempo que estuvo cautivo Salahi vio películas con los guardas, que también le llevaron a escondidas pasteles y café.
De hecho, en el transcurso del acto tanto Clive Sttaford-Smith como los prisioneros recordaron con guasa el rifirrafe que el abogado tuvo con las autoridades de Guantánamo por culpa de unos calzoncillos y unos bañadores que aparecieron en algunas celdas de prisioneros de nacionalidad británica.
Las autoridades de Guantánamo acusaron al abogado de haber pasado la mercancía prohibida en el transcurso de una de sus visitas. El jurista les indicó que él era un defensor de derechos humanos, no un distribuidor de “lencería masculina”. Todo parece indicar que se trataba de un regalo de los guardas de los presos.
No todo son buenos recuerdos. Shaker Aamer, un ciudadano de nacionalidad saudí que pasó 13 años en el penal recordó sus huelgas de hambre. Recibía el apodo de “el profesor”. “Creo que teníamos apodos como el general o el profesor porque a las autoridades de Guantánamo les gustaba pensar que habían capturado a tipos importantes, a mentes estratégicas”. Fue el último prisionero de nacionalidad británica en ser liberado, sin cargos, en 2015, y en la actualidad vive en el Reino Unido.
Como Khadr, el exprisionero libanés Omar Deghayes también ha sabido encontrar el lado positivo de su paso por el penal. “Aprendimos mucho, aprendí mucho sobre mí y sobre la empatía y la solidaridad de los humanos. Es una experiencia que no cambiaría”. Tras ser liberado sin cargos tuvo que hacer frente a una orden de extradición por su presunta vinculación con la célula española de Al Qaeda. Baltasar Garzón optó finalmente por retirar la petición de extradición en base a la delicada salud psicológica del exprisionero.
Mansoor Adayfi, un ciudadano yemení que pasó 14 años en Guantánamo, quiso recordar el nombre del militar que estuvo a cargo del penal en los años más oscuros; Geoffrey Miller. Adayfi fue liberado sin cargos en 2016 y, en contra de su voluntad, transferido a Serbia donde vive en la actualidad. Es autor de las memorias Don’t Forget Us Here: Lost and Found at Guantánamo (No se olviden de los que estamos aquí. Perdidos y encontrados en Guantánamo).
“Es importante que la situación de Guantánamo no quede en el olvido”, señaló Moazzam Begg. Deghayes lamentó que con el paso del tiempo Guantánamo se haya normalizado: “No es una cárcel normal, los prisioneros no han tenido un juicio normal, nada de lo que ha pasado es normal y cuanto antes le pongamos fin, mejor”.
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