Cuando el ayatolá Alí Jamenei, guía religioso supremo, emitió el viernes en Teherán el primer voto quedó abierta la elección nacional que decidirá quién serpa el octavo presidente de la República Islámica de Irán desde la Revolución Islámica de 1979. A sus 82 años de edad, el propio líder supremo puede saber, como el resto del país, que su sucesión es un ingrediente de la política interna que influirá con una importancia que afectará esta vez como nunca antes a las restantes variables de la elección.
En la estructura constitucional propia del país, componentes democráticos y componentes religiosos de carácter islámico shiita se combinan. En opinión de los constituyentes de 1979, los segundos no son a desmedro de los primeros, sino que los refuerzan. La coexistencia de una autoridad clerical superior, prácticamente vitalicia, y un presidente electivo (que suele ser también un clérigo), es uno de esos rasgos. Jamenei es el Jefe de Estado, de algún modo con lo es la Corona en la Monarquía constitucional europea, pero sus funciones son mayores y de mayor responsabilidad, porque, desde la muerte del histórico ayatolá Ruhollah Jomeini en 1969, es la ‘fuente de emulación’ y Líder Supremo del islam shiita. Si en las elecciones de hoy -críticas para la relación del Irán con el mundo- gana, según prevén los sondeos de opinión pública, un juez conservador fiel al círculo del Líder, puede deberse a esta circunstancia de la coincidencia del fin de dos ciclos o mandatos, el del jefe de Gobierno con el del jefe de Estado, más que a cualquier otro motivo.
El descontento y el rechazo a las autoridades se vive cada vez más abiertamente ante la grave crisis económica y social provocada por el restablecimiento de sanciones estadounidenses. Ultraconservador, en peyorativa caracterización de sus críticos, el sexagenario Ebrahim Raisi es el titular de la Autoridad Judicial, un equivalente de la Corte Suprema en las democracias occidentales. Si le faltan adversarios, se debe a que sus principales rivales potenciales fueron descalificados tiene rivales de peso tras la descalificación de sus principales adversarios políticos. Es el claro favorito para ganar las elecciones, que marcan el fin de una campaña electoral que despertó poco entusiasmo entre el electorado iraní que acuda a votar, y que será del orden del 40%, según sondeos disponibles.
Ante los llamados en redes sociales a boicotear la votación, Jamenei había convocado a sus compatriotas a participar masivamente en el escrutinio para elegir un “presidente fuerte”. Se espera que el actual presidente del Tribunal Supremo de Irán obtenga la victoria y se convierta en el octavo presidente de la República Islámica en las elecciones de este viernes. Su mayor fama, y mala fama, se debe a asociárselo como representante del Ministerio Público de entonces, a la ejecución de miles de presos políticos a fines de la década de 1980, cuando el país salía de la guerra con Irak que había sostenido durante ocho años, y en la cual había contado con el apoyo de Siria, y aun con el generalmente más discreto, pero eficaz, de EEUU y de Israel, posteriormente los grandes enemigos por antonomasia. Desde 2019, Raisi está en el vértice superior del Poder Judicial.
Para ganar las elecciones presidenciales en la primera vuelta necesita la mayoría absoluta. Podría ganarla gracias, precisamente, a esa abstención que el Líder Supremo pide combatir por encima de todas las cosas. Las encuestas sugieren que solo 23 millones de los 59 millones de votantes con derecho a voto tienen previsto acudir a las urnas. En tal caso, para salir victorioso, a Raisi le bastaría con que 12 millones de iraníes le den su voto.
Si ningún candidato consigue esa mayoría clara que precisa, los dos más favorecidos disputarán la presidencia una semana después, el 25 de junio. En mayo, el Consejo de Guardianes de la Constitución, cuerpo no electivo una de cuyas funciones es la fiscalización de las elecciones presidenciales, autorizó siete candidaturas -todos hombres- entre seiscientas. Pero solo cuatro quedaron en la contienda, luego de que tres desistieran de participar el miércoles pasado, y dos de ellos llamaron a votar por Raisi.
Sus contendientes son un diputado poco conocido, Amirhosein Ghazizadeh-Hachémi; un excomandante en jefe de los Guardianes de la Revolución, el general Mohsen Rezai, y un tecnócrata, Abdolnaser Hemati, expresidente del Banco Central. Este último es considerado el único reformista en la contienda. “Yo amo a mi país, pero no acepto a estos candidatos”, declaró a AFP Abolfazi, un herrero sexagenario que había defendido la Revolución Islámica de 1979, pero que actualmente se dice decepcionado de las opciones políticas que se ofrecen.
En el invierno de 2017-2018 y en el otoño de 2019, Irán vivió dos olas de protestas por reclamos de los sectores más populares. Una y otra fueron violentamente reprimidas. Para la oposición en el exilio y las ONG, Raisi es la encarnación de la represión y su nombre está asociado a las ejecuciones en masa de detenidos de izquierda en 1988, aunque él niega toda participación. Su victoria en las elecciones podría poner a Europa en una posición difícil, ya que la UE y Estados Unidos han impuesto sanciones a Raisi por su papel en presuntas violaciones de DDHH ocurridas en Irán durante las protestas antigubernamentales de 2019.
Las elecciones llegan en un momento crítico para Irán. La economía sufre el impacto de las sanciones estadounidenses impuestas por la administración del ex presidente republicano Donald Trump, después de que Washington abandonara el acuerdo nuclear internacional alcanzado por Teherán y las potencias mundiales en 2015. La reactivación de las sanciones sumió a la economía en la recesión, y el actual presidente Hassán Rohani fue criticado por los conservadores por haber confiado en Occidente. “Ni yanquis ni marxistas / nac&pop & islamistas (na sharqui na qarbi / jomhuri-e eslâmi)” fue lema y slogan de la Revolución Islámica. El país de 83 millones de habitantes tiene actualmente bloqueadas por Estados Unidos la venta de su petróleo y las transacciones comerciales con gran parte del mundo. Para América Latina, sobre todo a partir de alianzas hoy un tanto desvanecidas con Venezuela y con Bolivia, y al apoyo a los shiitas libaneses, omnipresentes por su capacidad para los negocios y el comercio en toda la región, y muy presentes en enclaves como la Triple Frontera de Argentina, Paraguay y Brasil, qué pasará con Irán es una cuestión importante por sus consecuencias y efectos posibles, pero en cuyas causas y movimientos actuales en nada parece influir. Sólo a la hora de los resultados podrán trazarse perspectivas. Raisi es una figura desconocida para la comunidad internacional, y sus posturas sobre importantes cuestiones regionales y globales siguen sin estar claras. Si esto generará en el mundo, y en la región, más cautela, es posible que genere también menos desunión a su respecto.
AGB/MGF