“Creímos que la guerra duraría solo un par de semanas”, rememora Boban MiniÄ en el salón de su casa de l’Escala, un municipio de la Costa Brava donde vive desde finales de 1994, cuando consiguió burlar los límites del cerco que asoló la capital bosnia a lo largo de cuatro años. Durante buena parte del asedio, el entonces locutor de Radio Sarajevo intentó llevar cada noche algo de calor a los sótanos de la ciudad, improvisando varias secciones para ayudar a sus oyentes a sobrevivir.
“Es muy difícil que te imagines lo que era aquello, la incomunicación total, el miedo, la impotencia. Espero explicarlo bien”, apunta MiniÄ, de 71 años. Cuenta que se está recuperando de una operación de corazón y que está un poco cansado, pero se acomoda en un sillón, con una sonrisa luminosa, e invita a hacer todas las preguntas. No tarda mucho en mostrar fotos de unos tiempos mejores que los que llegaron a Bosnia, casi sin avisar, hace ahora 30 años. Un eco de la guerra que en los últimos meses ha vuelto a sonar en el pequeño país balcánico.
¿Cómo recuerda el incremento de tensiones?
Recuerdo muy bien que ocurría algo que la gente normal no entendía. Llegaban primero noticias de Eslovenia, pero no era nada serio y pensábamos: “Eslovenia es diferente, se separarán y no se notará”. Luego pasó a Croacia, donde la guerra era mucho más sangrienta. Vimos que la cosa iba por mal camino, pero pensábamos que en Bosnia no podía pasar porque siempre habíamos vivido juntos los bosnios musulmanes, los croatas, y los serbios. Pero pasó. Los serbios boicotearon el referéndum de Independencia y luego la cosa fue a más.
Hubo palabras duras en el Parlamento, los musulmanes y los croatas comenzaron a atar banderas, cosa que los serbios vieron como una amenaza, y los serbios, que ya llevaban tiempo organizándose, proclamaron la Republika Srpska. A principios de abril, hubo una manifestación mientras estaba reunida la cúpula serbobosnia en el Hotel Holiday Inn y dispararon a los manifestantes. También comenzaron a montar barricadas en la separación del río y mucha gente fue a quitarlas. Ahí mataron a dos personas. Entonces vimos que la guerra ya era imparable.
Usted ideó diferentes secciones de radio para ayudar a sus oyentes a sobrellevar el asedio.
De cuatro programas que tenía Radio Sarajevo, todo se redujo a uno que duraba 24 horas. Antes de la guerra yo hacía programas culturales, pero cuando comenzó, no había cultura y teníamos mucho tiempo que llenar. Había quien hacía entrevistas a comandantes y políticos, pero yo intentaba evitarlo, porque no me sentía cómodo, no me creía lo que decían.
Empecé a pensar en cómo se sentía la gente que estaba encerrada en refugios o en los sótanos. Mi madre se tumbaba sobre un montón de carbón en el sótano de su casa y me escuchaba. Y entonces me inventé un programa sobre cómo sobrevivir, en el que intentaba llevar a psicólogos y psiquiatras, a ver cómo se podía sobrevivir a la pérdida de un familiar o a una pérdida material; cosas así. También llevaba a nutricionistas para hablar sobre cómo se podía hacer de la nada una comida, como una pita con ortiga, o hacer café con maíz. Mi mujer hacía queso sin queso, solo con arroz fermentado. Al final, el mundo enviaba comida, pero raramente llegaba a la gente normal.
También hizo una sección llamada los Lazos rotos.
Sí, ésta era la más popular, creo. La gente empezó a buscar maneras de comunicarse, como por ejemplo a través de los taxistas de un lado y del otro que colaboraban. Pero la mayoría no sabía nada y se me ocurrió intentar poner en contacto a familias que se habían perdido. Empezamos a enviar recados por la radio: la gente nos hacía preguntas y nosotros enviábamos un formulario a través de Cruz Roja o Cáritas, primero pasaba por la línea serbia que lo supervisaba, y luego el documento iba a Ginebra, normalmente a la sede de Cruz Roja y ellos buscaban qué había pasado con esa persona, si estaba dentro o fuera, y cómo estaba.
Empecé a pensar en cómo se sentía la gente que estaba encerrada en refugios o en los sótanos. Y entonces me inventé un programa sobre cómo sobrevivir a la pérdida de un familiar, en el que intentaba llevar a psicólogos y psiquiatras
No debían ser siempre noticias agradables.
Una vez, un hombre me preguntó qué había pasado con su familia, que estaba en Bosnia Oriental, donde ocurrieron cosas terribles, como la matanza de Srebrenica. Y no sé cómo a través de unos exiliados me avisaron de que 12 miembros de esa familia fueron encerrados en un campo de concentración y que seis de ellos ya habían muerto. Yo no sabía cómo decirlo en antena. Intentaba buscar la manera, explicando poco a poco que allí habían ocurrido cosas trágicas y que, según mis informaciones, la mitad de esa familia había muerto. Tardé varios días en poder decírselo. Fue durísimo.
¿Le costaba mantener el programa durante el asedio?
Estábamos en un edificio muy fuerte, construido para las Olimpiadas de Invierno de 1984 para albergar a 2.000 periodistas. Tenía paredes de casi un metro de grosor que nos salvaron la vida, porque nos bombardeaban mucho. A nivel técnico, compartíamos un generador para la luz con la televisión y cuando ellos hacían noticias, nosotros apagábamos todo excepto un tocadiscos para no gastar.
¿Dormía en la radio?
No, iba a casa, que estaba muy cerca del estudio. Cuando llegaba por la mañana, veía a mi mujer y a mis hijos durmiendo en un colchón que teníamos en el suelo, para protegernos un poco, y yo me metía con ellos en la cama y me dormía allí como si no hubiese guerra. Pero había días en los que trabajaba 30 y 40 horas seguidas, porque cuando había bombardeos no podía venir nadie.
En general salir a la calle era jugársela, porque no sabíamos si podía caer una bomba o si los francotiradores nos veían. Normalmente se sabía desde dónde disparaban, pero a veces alguien cortaba árboles para calentarse, y un árbol que te protegía en una noche había desaparecido. La gente al día siguiente caminaba pensando que estaba segura y el francotirador aprovechaba el hueco para disparar.
Tuvo a su segundo hijo durante la guerra, ¿fue difícil?
Fue un drama. Encontré a un pariente que trabajaba para la policía y él encontró un coche que trasladó a mi mujer, Dina, al hospital. Mientras tanto, yo escuchaba explosiones desde casa a ver si ocurrían por donde ellos pasaban. Pero llegaron al hospital y la trasladaron al sótano. Allí nació mi hijo, en la oscuridad, porque se quedaron sin gasolina para el generador que daba la luz.
Luego dejaron a mi mujer a un lado y no se dieron cuenta de que estaba perdiendo sangre, pero por casualidad pasaba una enfermera, que iba palpando para pasar, y tocó la sangre y la cosieron de nuevo porque podía perder la vida. Mi mujer y mi hijo volvieron a casa y cuando llegaron, todo el mundo en el barrio salió a las ventanas y los balcones a aplaudir.
¿Cómo consiguió salir de Sarajevo su familia?
Era una época en la que no había salidas, pero había un convoy que esperaba para salir en algún momento. Tuve de invitado en la radio al jefe del convoy y hablé con él porque mi familia reunía todas las condiciones, había dos niños pequeños, un bebé. Salieron seis meses más tarde con 15 autocares custodiados por tanques de la OTAN porque tenían que pasar por territorio serbobosnio. Tardaron tres días en recorrer 300 km hasta Split, Croacia. Luego llegaron a Eslovenia con ayuda de un corresponsal de Catalunya Ràdio en Liubliana que conocía a un fotógrafo de una ONG llamada Fotògrafs per la Pau, consiguieron llegar a Girona. Eso fue un año antes de que yo saliese.
¿En qué momento decidió intentarlo?
Cuando me quedé sin voz por la sección de los Lazos rotos. Yo leía cuatro horas cada noche sin una gota de agua, porque para pasar toda una guardia solo tenía una pequeña taza de metal con agua. El agua estaba cortada y había que hacer horas de cola en las fuentes para llenar una garrafa.
Un médico me dijo que tenía que estar seis meses sin hablar para recuperar la voz. Solo me quedaba ir a luchar, porque estábamos todos movilizados y si no trabajabas tenías obligación militar. No es que tuviera miedo, pero no estaba de acuerdo. Entonces conseguí un permiso de Radio Sarajevo para pasar un año en España y también conseguí un permiso para salir por el túnel, el Túnel de la vida, que era la única salida. El túnel pasaba por debajo de la pista del aeropuerto y por ahí se pasaban armas y alimentos, el cable de la luz y a veces salían personas, aunque normalmente no estaba abierto para los civiles.
Mi mujer siempre dice que la mayor decepción de su vida fue el comportamiento de la comunidad internacional al principio de la guerra, porque solo pensaron en paliar, no en prevenir. Ellos podrían haber prevenido.
¿Cómo fue salir por el túnel?
Recuerdo que ese día llegué y estaba cerrado porque tenía que pasar una dotación de la Armija, el ejército, y la gente se acumulaba en la entrada. Llegó un momento en el que creo que había casi 1.000 personas, así que los serbios podían oírnos y con una bomba podrían habernos matado. Pero a las 11 de la noche por fin nos dejaron pasar. Era diciembre, había mucho barro y el agua nos llegaba casi por las rodillas. Pasamos corriendo y agachados los 850 metros del túnel. Era una estampida, si te caías te pisaban. Luego cruzamos un campo corriendo porque había visibilidad y te podían matar, pero afortunadamente esa noche había una niebla muy espesa. Y luego subimos un monte y al otro lado estaba el autocar.
¿Cómo fueron los primeros años en España?
Trabajamos de todo al principio y yo tuve una columna en El Periódico de Catalunya durante tres años. También cogimos el bar del Centre Esportiu de l’Escala, un bar social. Me costó años y años salir adelante. En ese tiempo también di muchas conferencias y charlas.
Usted perdió a su hermana Jadranka en el bombardeo de Markale de febrero de 1994. Dice en el documental Good night, Sarajevo que la masacre de Markale comenzó a cambiar el tercio de la guerra porque el mundo comenzó a tomar conciencia de lo que estaba pasando ¿Tienen las principales potencias una deuda con Bosnia?
Mi mujer siempre dice que la mayor decepción de su vida fue el comportamiento de la comunidad internacional al principio de la guerra porque solo pensaron en paliar, no en prevenir. Ellos podrían haber prevenido. Cuando quisieron reaccionar y hablar de una futura entrada en la Unión Europea, MiloševiÄ y Tudjman ya se habían reunido para repartirse Bosnia. Y lo que hicieron Europa y Estados Unidos con los Acuerdos de Dayton en 1995 podrían haberlo hecho antes de que hubiese más matanzas. La limpieza étnica siempre fue algo preparado.
Se ha hablado mucho de la guerra de Bosnia, pero no tanto sobre sus causas. ¿Hemos simplificado lo que ocurrió?
Puede ser. Había una herencia muy dura de los nacionalismos que chocaban en los Balcanes ya en el Imperio austro-húngaro, aunque fue en la Segunda Guerra Mundial cuando todo estalló. A veces se olvida que había perdedores de la guerra, los colaboracionistas chetniks (ultranacionalistas serbios) y los ustachas (ultranacionalistas croatas), que eran terribles, y todo esto acabó saliendo después de la muerte de Tito. Él tenía controlado este ultranacionalismo, y además hizo un país federal y bastante importante, y los nacionalismos en parte quedaron sepultados porque mucha gente se sentía orgullosa de vivir en Yugoslavia.
La histórica diversidad de Bosnia, y especialmente de la capital, se truncó en los 90. ¿Cree que de verdad había una buena convivencia antes de la guerra o posteriormente se ha idealizado?
Mi madre llegó a Sarajevo durante la Segunda Guerra Mundial desde un pueblo de Herzegovina, y mi padre era de Montenegro y había estudiado en Belgrado, pero participó en la liberación de Sarajevo de 1945 como comandante de los partisanos. En Sarajevo antes de la guerra había un 33% de matrimonios mixtos. Yo no diría que hemos idealizado después esa convivencia.
Bosnia es un territorio en el que se convivió durante siglos hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando se hicieron barbaridades. Si tú a la gente le provocas el miedo a que la exterminen, todo se rompe, y llega el momento en que tu mejor amigo se pasa al lado agresor, como mi amigo Novo, que murió como soldado del ejército serbobosnio.
Hay jóvenes que no saben lo que pasó. Cada dos por tres hay pequeños incidentes. En Republika Srpska no se reconoce lo que pasó en Srebrenica como genocidio
¿Considera que los Acuerdos de Dayton fueron unos buenos acuerdos de paz?
Mira, como acuerdos de paz, si hablamos de parar la guerra, sirvieron. Pero en lo que se convirtieron no sirve. No pensaron en el después y ahora la constitución bosnia prevé una separación institucional para siempre. ¿Qué es eso de tener un país dividido? Republika Srpska, de mayoría serbia, tiene el 49% del territorio. ¿Por qué? Si los serbios son el 30% de la población. No es muy justo, y además esto no existe en ningún otro lugar del mundo. Bosnia ahora, desde la guerra, es una caricatura de un Estado. Una chapuza. Ahora los croatas piden un cambio en la ley para tener una entidad propia, pero nadie quiere hablar de un nuevo acuerdo para convertir Bosnia en un país sin separaciones étnicas. Dayton es intocable en eso.
De hecho, en los últimos meses han revivido las tensiones nacionales, desde que el líder serbobosnio Milorard Dodik comenzó a dar pasos para una supuesta escisión de la República Srpska. ¿Coincide con las afirmaciones de que es el momento más delicado desde la guerra?
Siempre he creído que la guerra no estaba acabada. Alargar el fantasma de la guerra es una forma de postergarse en el poder. No sé hasta dónde llegará Dodik, pero coincido en que no hemos estado nunca tan cerca de una guerra como ahora. La gente está harta, pero también se han hecho discursos que hacen olvidar lo que pasó. En cada territorio se cuenta una cosa y hay hay jóvenes que no saben de verdad lo que pasó. Cada dos por tres hay pequeños incidentes: pintadas de MladiÄ y KaradžiÄ, cánticos en campos de fútbol como que se repetirá Srebrenica tres veces más, y cosas así. En Republika Srpska no se reconoce lo que pasó en Srebrenica como genocidio.
¿Cree que alguna vez Sarajevo volverá a ser esa ciudad diversa que usted recuerda?
Es difícil porque los serbios no vuelven, se concentran en Republika Srpska, y los croatas se concentran en Herzegovina. Los musulmanes tienen tanta mayoría que eso difícilmente cambiará.
Le he escuchado decir alguna vez que nunca volverá.
Siempre he estado enamorado de Sarajevo y al principio sí que pensaba en volver, pero cada vez era más difícil: mis hijos se adaptaron enseguida, perdí el trabajo en Radio Sarajevo porque el permiso para estar en España era solo de un año y no pudieron alargarlo, y encontré trabajo aquí. Un día me desperté por la mañana, con la piel de gallina, y me dije: Boban, tú no volverás jamás a Sarajevo.
CC