Las crisis suelen ser momentos de transformaciones sociales. Para bien o para mal, las realidades que surgen después de una crisis son diferentes a las que existían antes de entrar en ellas. Hace diez días, cuando la Unión Europea aprueba el primer paquete de sanciones contra Rusia, cuando sólo era una respuesta al reconocimiento del presidente ruso, Vladimir Putin, de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, los 27 fueron capaces de tomar decisiones en tiempo récord, para los estándares europeos en política exterior, cuyas competencias residen en los Estados.
Pero las sanciones seguían el patrón habitual en Bruselas: una lista de dirigentes a los que se les cerraban las fronteras y se les bloqueaban los activos, si acaso tenían alguno dentro de la UE. Era una medida muy del manual de Bruselas, aunque fuera tomada en 48 horas y, además, con la aquiescencia de los 27, los mismos 27 que en el pasado reciente tardaron meses en aprobar sanciones contra Bielorrusia, por ejemplo.
En esa misma noche en la que se publicaron las sanciones en el Boletín Oficial de la UE, Putin decide atacar Ucrania. Y ahí todo empieza a acelerarse y empiezan a tomarse decisiones, no sólo más rápido que nunca, sino con un calado sin precedentes dentro de la Unión Europea en un momento, además, en el que está en marcha una Conferencia sobre el Futuro de Europa que se va a ver desbordada por las decisiones que están tomando los líderes de la UE.
Y esas decisiones, que se van tomando día a día y por unanimidad, van mutando a una Unión Europea a menudo resistente a los cambios.
Opciones que ni estaban sobre la mesa
El jueves 24, cuando se reúnen los jefes de Estado y de Gobierno en Bruselas, horas después del inicio de la invasión y mientras las tropas rusas avanzaban hacia Kiev, ni siquiera estaba sobre la mesa sancionar a Vladimir Putin, ni a su jefe de la diplomacia, Serguéi Lavrov, y tampoco había acuerdo sobre desenganchar del sistema de transferencia de pagos Swift a ninguna entidad rusa, por ejemplo.
Pero eso cambió en cuestión de horas. Y el fin de semana pasado ya se aprobaron sanciones contra Putin, contra Lavrov, se desenganchó a siete bancos del Swift y se acordó congelar los activos del Banco Central de Rusia. Es más, el pasado fin de semana se anunciaron más medidas clave: que la UE enviará armas a Ucrania, que se bloquearán las emisiones de RT y Sputnik y que se abrirán las fronteras para los refugiados.
Por primera vez en la historia, la Unión Europea, nacida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, concebida como espacio de reconciliación entre dos enemigos eternos, como Francia y Alemania, acuerda facilitar armas a Ucrania lo que, de facto, implica a la UE en el conflicto, al margen del debate abierto sobre la eficacia o no de la medida y sus repercusiones. “Estamos en una guerra”, reconocía el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, el lunes pasado.
En su discurso ante el Parlamento Europeo esta semana, Borrell explicaba el proceso de toma de decisiones que ha mutado la UE en escasas horas; una UE que en las semanas previas de la invasión rusa no estaba convocada a las negociaciones entre EEUU y Rusia.
“El sábado pasado, después de haber celebrado otro Consejo de Asuntos Exteriores y de asistir al debate del Consejo de la Unión Europea, estuve hablando con usted, presidente [del Consejo Europeo, Charles] Michel, y me dijo: '¿Estamos haciendo todo lo que podemos? ¿Hay algo más que podamos hacer? ¿Es suficiente? ¿Somos tan impotentes?' Y usted me dijo: 'Piensa, haz, actúa. Tenemos que presionar a los Estados miembros para que adopten decisiones sobre el Swift y saquen a Rusia del sistema financiero. Piensa en cómo podemos armar a Ucrania. No país por país, uno tras otro de forma descoordinada'. Y me animó a volver a hablar con los Estados miembros, y en pocas horas acordamos utilizar este Fondo Europeo para la Paz con el fin de aportar ayuda financiera y coordinar a los Estados miembros para armar al ejército y al pueblo ucranianos. En menos de 24 horas, otro tabú había caído”.
Otro tabú había caído, en 24 horas
La UE tardó años en acordar una moneda única; y la UE fue incapaz de mutualizar deuda en la crisis financiera de 2008, marcada por los recortes y los hombres de negro. Pero en esta crisis, la UE fue capaz de ponerse de acuerdo para comprar vacunas de forma mancomunada, emitir deuda común para sostener un fondo de recuperación de 750.000 millones de euros; poner en marcha al BCE con un programa de compra de activos de 1,8 billones de euros de forma inmediata y suspender el Pacto de Estabilidad y Crecimiento para mantener abierto el grifo del gasto público.
Y la UE, que desde que sus cimientos caminó bajo el paraguas de la OTAN, que contaba con una Organización Europea Occidental que acabó disolviéndose sin haberse desarrollado en seis décadas de vida, que hace dos décadas anunció en Helsinki la creación de un Ejército común de 50.000 soldados que nunca vio la luz; y una UE que, tras la caída de Kabul y el fiasco de Afganistán, anunció la intención de crear una fuerza de intervención rápida de 5.000 soldados dentro de una brújula estratégica diseñada por Borrell que lleva meses debatiéndose y que en el presente contexto parece que será respaldada por los 27.
“Las fuerzas del mal, las fuerzas que pugnan por seguir utilizando la violencia física como una forma de resolver los conflictos, siguen vivas y frente a ellas tenemos que demostrar una capacidad de acción mucho más poderosa, mucho más consistente y mucho más unida que la que hemos sido capaces de hacer hasta ahora”, afirmaba Borrell.
Hito para refugiados
En paralelo a ese discurso del hard power de Borrell en la Eurocámara, la Comisión Europea preparaba su propuesta para activar, por primera vez desde su aprobación hace dos décadas, la directiva de protección temporal. No se activó en el pasado ni con los refugiados de la guerra de Siria ni tampoco tras la caída de Kabul este verano. Pero ahora se acordó a la semana de comenzar los bombardeos. Por primera vez Europa abre sus puertas a quienes huyen de la guerra y les ofrece protección de manera temporal. Es decir, casa, comida, sanidad, educación, permiso de residencia y de trabajo.
El mundo hoy no es el que era hace diez días. Y tampoco la Unión Europea, que está siendo transformada por la invasión rusa de Ucrania. De esta manera lo verbalizaba Borrell ante el Parlamento Europeo: “Cuando un potente agresor agrede sin justificación alguna a un vecino mucho más débil, nadie puede invocar la resolución pacífica de los conflictos. Nadie puede poner en el mismo pie de igualdad al agredido y al agresor. Y nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado”.