—¿Qué podemos hacer las familias de los desaparecidos?
La pregunta de Khaled resuena por el altavoz de un teléfono a menos de un kilómetro del lugar donde podrían darle alguna respuesta, pero quien le escucha, Ali, solo puede tragar saliva. A apenas 15 minutos a pie, el Hospital de Nador guarda los cuerpos de 23 fallecidos en el intento de salto de la valla de Melilla –cifra que varias ONG elevan a 37–, aunque nadie puede acudir a ellos. Sus puertas están cerradas para quienes intentan identificarlos.
“No sé si mi hermano está herido, si está en España, si está en Marruecos, si está en el monte… No es normal”, continúa Khaled, de 25 años, desde Francia. No se atreve a decir en voz alta el último de los “si”.
Ha pasado una semana desde el salto de la valla de Melilla y aún no tiene noticias de su hermano mayor, Mohamed Saleh, de 28 años. “Voy a agotar la vía de encontrarlo entre los vivos. Seguiré buscando”, insiste Khaled por teléfono desde su casa en Burdeos, donde ha vivido durante los últimos seis años. Desde que supo lo ocurrido el viernes 24 de junio en la frontera melillense, intenta conocer el paradero de su hermano a través de la comunidad de sudaneses en Marruecos.
Desde entonces llama todos los días a Ali, vecino del pueblo que todos ellos abandonaron en Sudán. Sentado sobre la cama de un pequeño cuarto donde se recupera de una lesión en el pie en Nador, este joven de 22 años escucha cada día una pregunta similar: “¿Sabes algo?”.
La respuesta es negativa, y Khaled no entiende nada. “El viernes estuve tranquilo, pensé que me iban a contactar pero pasan los días y no sé nada de él. Pierdo la esperanza de que me vuelva a contactar. Estamos en shock”.
“No quiero pensar que está muerto”
La foto de Mohamed también está publicada en un grupo privado de Facebook creado por las familias y amigos sudaneses que buscan desaparecidos después de que el pasado viernes al menos 23 personas fallecieran en su intento de cruzar la frontera. Ali nos enseña una imagen tras otra. Algunas dan detalles, como sus números de teléfono, y piden cualquier información que ayude a encontrarlos.
“No quiero pensar que está muerto. Seguiré buscando y, si no encuentro nada, viajaré a Marruecos para buscar respuestas”, sostiene Khaled con contundencia. Una voz por detrás apoya sus palabras y saluda a la prensa que lo escucha. Es otro de los 10 hermanos de la familia. También reside en Francia.
Ninguno le ha contado nada a su madre. Ella, explica Khaled, no ha tenido acceso a las informaciones sobre las muertes en Melilla desde el pequeño pueblo en el que vive en Sudán. No quieren preocuparla. Evitan hacerle pasar la angustia que ellos ya acumulan tras una semana sin respuestas.
Tampoco lo sabe su mujer. Ni los dos hijos que su hermano dejó atrás: una niña y un niño de cuatro y dos años.
“No tienen internet. No saben qué pasa, ¿para qué se lo voy a contar ahora?”, explica Khaled aún con paciencia. “Pero yo estoy en Francia, me llega la información y puedo hacer algo”.
Cambio de ruta
Khaled vive en Francia desde 2016, cuando abandonó Sudán y viajó a Libia. Desde allí se embarcó hacia Lampedusa y fue rescatado por una de las misiones de salvamento de Médicos Sin Fronteras, según su relato.
El pasado mes de agosto, Mohamed Saleh decidió seguir los pasos de su hermano para reunirse con él en Francia. “Por la situación de Sudán, me han dado el asilo –como también lo obtuvieron en España el 88% de sudaneses en lo que va de año–. Vivo en Burdeos, donde trabajo y desde 2018 tengo papeles”, dice el joven de 25 años. “Quería seguir mi ejemplo”.
Pero cuando emprendió la misma ruta que su hermano, el camino había cambiado. El acuerdo de la Unión Europea con el país norteafricano, que ha cedido el control de las operaciones de rescate a la cuestionada “guardia costera” libia, ha impulsado las devoluciones al país donde distintos organismos internacionales han documentado abusos y torturas a los migrantes y refugiados.
Las mayores trabas empujaron a Mohamed Saleh, como a cada vez más sudaneses, a atravesar las fronteras de Níger y Argelia para llegar a Marruecos y, desde allí, intentar entrar a Ceuta y Melilla.
“La situación de la ruta a Italia ha cambiado y es más cara y peligrosa. Tras un tiempo en Libia, mi hermano decidió venir por Marruecos”, resume Mohamed. “Nunca imaginamos este desenlace. En patera, vale, pero en una valla no me entra en la cabeza que lleve días sin saber de mi hermano”.
Sin respuestas
Según la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), las autoridades alauíes planeaban enterrar los cuerpos de los fallecidos, sin autopsia ni identificación previa en una veintena de fosas excavadas en el cementerio musulmán de Nador, donde la opacidad y la vigilancia policial es constante desde hace días. De momento, no se ha practicado la inhumación, pero la ONG teme que solo se trate de una decisión temporal ante el escándalo generado tras su denuncia.
En la última semana, la AMDH en Nador ha recibido la petición desesperada de ocho familias sudanesas que piden información sobre sus hijos, hermanos o amigos fallecidos. Omar Naji, líder de la asociación, recopiló las fotografías en su teléfono y acudió al Hospital El Hassani de Nador para pedir el ingreso en la morgue. Quería comprobar si alguna de esas imágenes coincidían con los cuerpos sin vida albergados desde el pasado viernes en el depósito.
No pudo hacerlo, le impidieron la entrada. Mientras, familias como la de Mohamed Saleh esperan a que alguien conteste alguna de sus muchas preguntas: “Si no tengo respuestas, iré a Marruecos para seguir buscando”.
GS