La pegajosa tarde del 28 agosto de 1968, un joven a pecho descubierto que protestaba contra la guerra de Vietnam en Grant Park, en el centro de Chicago, trepó por un mástil donde ondeaba la bandera de Estados Unidos para bajarla hacia la mitad. Era uno de los miles de jóvenes concentrados allí. Una mayoría de los delegados de la Convención del Partido Demócrata, reunida en la ciudad, acababa de votar en contra de una propuesta de paz para Vietnam.
Agentes lo arrastraron de los pantalones y lo golpearon; la multitud empezó a rodear a los policías y a tirarles tomates, pintura, piedras y tierra del parque. “En un abrir y cerrar de los ojos, los policías parecían haber perdido todo el control”, recordaba después un periodista.
Rennie Davis, activista pacifista de uno de los grupos que organizaban las marchas, se disponía a hablar y cogió el micrófono para llamar a la calma. Manifestantes y policías corrían en todas direcciones, y se encontró atrapado entre la seguridad de la protesta y los agentes, a los que escuchó decir “¡matad a Davis!”. Un golpe en la cabeza lo tiró al suelo y mientras intentaba huir a gatas varios policías lo siguieron golpeando en la cabeza y la espalda. Arrastrándose, logró escapar y otros le ayudaron. “Lo primero de lo que me di cuenta es que mi corbata estaba de teñida de sangre, y después que mi camisa se estaba llenando de sangre”, contaba Davis en su testimonio ante un tribunal en enero de 1970.
Lo tumbaron en el suelo, lo cubrieron con un abrigo blanco, y casi sin aliento y con media sonrisa, antes de que llegara la ambulancia, Davis susurró: “El mundo entero está mirando”. Así era, porque aquel día la televisión transmitió gran parte de lo que pasaba en las calles de Chicago.
La frase, convertida en cántico de los manifestantes y repetida por el periodista Dan Rather en el telediario de CBS, es uno de los lemas más recordados de la Convención Demócrata de 1968 en Chicago, que alberga desde este lunes la reunión del partido que proclamará la candidatura de Kamala Harris.
No es la primera vez que el Partido Demócrata vuelve a celebrar su convención en Chicago –lo hizo en 1996, cuando Bill Clinton fue reelegido– y el mismo Grant Park también está asociado a un momento de euforia para el país y el partido, la celebración de la victoria de Barack Obama en las elecciones de 2008. Pero en este año especialmente agitado, con protestas y acampadas en universidades por la guerra de Gaza, violencia en los mítines, incluido el tiroteo contra Donald Trump, y un cambio de candidato en el último momento, el recuerdo de 1968 parece especialmente vivo.
La convención de ese año fue uno de los peores momentos de la historia del Partido Demócrata. En las calles, policías y guardia nacional cargaron con dureza contra manifestantes y casi cualquiera que pasaba por allí. Dentro de la convención, también hubo puñetazos e insultos entre miembros de un partido muy dividido que, tras la renuncia del presidente Lyndon Johnson a la reelección, había llegado a Chicago sin candidato.
“Me gustaría encontrar a la persona que pensó que Chicago era una buena idea. Sería como si Napoleón dijera: celebremos una convención en Waterloo”, explica a elDiario.es la historiadora Barbara Perry, codirectora del programa de historia oral de las presidencias en el Centro Miller de la Universidad de Virginia. “Puede haber un paralelismo este año con las protestas de pro-palestinos en las calles de Chicago. No creo que sean tantos como los estudiantes pacifistas en 1968”, dice Perry, que recuerda que entonces no se trataba sólo de una batalla por principios, sino también del riesgo personal porque muchos de los jóvenes que protestaban estaban sujetos a reclutamiento y eran enviados a servir y a menudo a morir a Vietnam. Más de medio millón de soldados de Estados Unidos estaban desplegados allí y 1968 estaba siendo el año más cruento.
Un año violento
Fue un año especialmente trágico para la vida pública en Estados Unidos. Martin Luther King y Robert Kennedy, dos referentes progresistas, habían sido asesinados aquella primavera. La policía reprimía con dureza disturbios raciales y protestas estudiantiles, como las del campus de Columbia aquel abril. El precedente se recordaba también este año en la universidad por una de las acampadas más numerosas contra la guerra en Gaza y el desalojo policial pedido por la rectora.
En 1968, la carrera a la candidatura demócrata estaba abierta después de la retirada en marzo, en mitad de las primarias, entonces controladas por unos pocos, del impopular Johnson y el asesinato de Kennedy, el favorito para sucederle. Ahora, tras la renuncia de Joe Biden, el Partido Demócrata aparece unido alrededor de la candidatura de Kamala Harris y su elegido para vice, Tim Walz, y los delegados ya han votado. Pero la tensión en las calles podría repetirse.
“También podría haber 'trumpistas' de derecha que vayan a protestar contra los demócratas y tratar de generar caos en las calles. Es posible que haya contra-protestas a los pro-palestinos por parte de personas pro-israelíes”, dice Perry, la historiadora. “Lo habrían hecho en cualquier lugar, pero me cuesta entender el concepto de volver al sitio de la mayor agitación de una convención en la historia del Partido Demócrata”.
En este caso, el alcalde de Chicago es Brandon Johnson, afroamericano de 48 años del ala progresista del Partido Demócrata y que fue profesor antes de dedicarse a la política. Poco tiene que ver con el alcalde de Chicago en 1968, Richard Daley, irlandés-americano que gobernó la ciudad durante más de dos décadas (el récord fue batido por su hijo, que también fue alcalde). Daley dijo que había dado la orden de “disparar a matar” a pirómanos y saqueadores durante los disturbios tras el asesinato de King y prometía mano dura para convención. En todo caso, ahora la mayoría de las competencias de seguridad en las convenciones son del servicio secreto.
Meses antes de la convención del '68 grupos de activistas hablaban de manifestaciones de 100.000 personas, aunque en agosto a lo sumo reunieron unos pocos miles en varios parques de la ciudad, una mezcla de anarquistas, pacifistas y los llamados yippies, una abreviatura en inglés del Partido Joven Independiente, un grupo más pequeño y agresivo que la mayoría. El poeta Allen Ginsberg animaba a los manifestantes a meditar y recitar “Ommmm”. Pero parte de los que protestaban también se volvieron violentos, con mordiscos, golpes y piedras contra los agentes. Aun así, la reacción fue tan contundente que el informe oficial del fiscal general de Illinois, Daniel Walker, describió después lo sucedido como “disturbios policiales” por la “violencia descontrolada e indiscriminada” de los agentes.
“Fue la convención demócrata más salvaje en décadas, tal vez en más de cuarenta años, y la más amarga, la más violenta, la más desordenada, la más dolorosa y en cierto sentido la más descontrolada”, escribió Norman Mailer en Miami y el sitio de Chicago, su libro sobre las dos convenciones de 1968.
Gas pimienta y cristales rotos
El hotel Hilton donde se alojaban los delegados demócratas olía a los sprays utilizados contra los manifestantes y estaba lleno de cristales rotos por la carga policial. El vicepresidente Hubert Humphrey, que sería finalmente el candidato, contó que olía los gases desde su habitación en el piso 25 del hotel.
“La policía y los miembros de la guardia nacional utilizaron porras, culatas de rifle, gas lacrimógeno y gas pimienta en la práctica contra todo lo que se movía en la avenida Michigan y las calles de alrededor”, escribió el premiado reportero J. Anthony Lukas en el New York Times. “Incluso transeúntes mayores se encontraron en medio de los ataques violentos de la policía. A un cierto punto, la policía fue contra un grupo de personas que miraban tranquilamente a los manifestantes detrás de las barricadas del Hilton. Sin un motivo que pudiera quedar claro de manera inmediata, los agentes cargaron contra la barrera aplastando a los espectadores contra el Haymarket Inn, un restaurante en el hotel. Al final, la ventana cedió lanzando a mujeres de media edad y niños gritando entre esquirlas de cristal roto. La policía corrió al restaurante, golpeó a algunas de las víctimas que habían caído a través de las ventanas y las arrestó”.
Casi nadie se libraba de un golpe, un arresto o una amenaza de arresto, incluso delegados del Partido Demócrata y la esposa de uno de los aspirantes, el pacifista Eugene McCarthy. Parte de las delegaciones protestaban por lo que estaba pasando fuera y las protestas llegaban al centro de convenciones. Un senador de Connecticut dijo en la convención que la policía de Chicago estaba utilizando “tácticas de la Gestapo”. El alcalde de Chicago, que era parte de la delegación de Illinois, se puso a gritarle y le soltó un insulto antisemita (el senador era judío).
La delegación de Nueva York sacó pancartas de “stop the war” –algunas pasadas a escondidas dentro de periódicos– y cantó We Shall Overcome, himno de la lucha de los derechos civiles. Otras delegaciones de estados tan diferentes como New Hampshire, Mississippi, Oregon, Nebraska y Colorado siguieron a los neoyorquinos en sus protestas contra la guerra.
“Un aire de indignación, histeria, pánico, rumores salvajes, rebelión, furia, locura, humor negro y pesadumbre flotaban sobre la noche de la nominación en la convención”, escribió Mailer. Fotógrafos y reporteros recibían palos y órdenes de arresto, y en muchos casos se convirtieron en parte de la batalla mientras se les limitaba el acceso a la convención o a los teléfonos para transmitir desde allí. Un escolta tiró a Dan Rather al suelo en directo y mientras intentaba entrevistar a un delegado. “Perdón por estar sin aliento, pero alguien me ha dado un golpe en el estómago... Lo que pasó es que se estaban llevando a un delegado de Georgia, o al menos a uno que tenía una identificación de delegado de Georgia...”, dijo Rather después de levantarse.
Noman Mailer y otros autores testificaron en el juicio contra ocho acusados de instigar las protestas, entre ellos Rennie Davis, que fue condenado y después absuelto en apelación, como los demás, tras un juicio plagado de insultos y de incidentes que acabaron con la nulidad del proceso por la parcialidad del juez. El caso más flagrante fue contra Bobby Seale, el activista y cofundador de las Panteras Negras, que el magistrado ordenó amordazar durante el juicio y a quien no le permitió elegir su abogado.
La convención terminó con al menos 660 arrestos y cientos de manifestantes y policías heridos. Como resume el historiador Rick Perlstein en su libro Nixonland sobre la conclusión de la convención: “Hubert Humphrey gana la candidatura demócrata. Pero ¿lidera un partido o una guerra civil?”.
El alivio
Las convenciones son, sobre todo ahora que no se llega con la candidatura presidencial en el aire, un espectáculo medido que anima a los delegados, los activistas y los votantes. Cada partido suele recibir un empujón en las encuestas de intención de voto después de tanta atención. Ha habido protestas dentro y fuera de las convenciones, como pasó en la de Nueva York de 2004 en la que los republicanos reeligieron a George W. Bush, pero en general el efecto para el partido que la celebra suele ser positivo.
El final de la convención de 1968 fue, sobre todo, de alivio. “Estaba en un avión lleno de delegados rumbo a Washington. Había silencio. En cuanto despegó todos nos pusimos a aplaudir porque estábamos muy aliviados de que hubiera terminado”, contó en 1996 al Washington Post Frank Mankiewicz, que había sido portavoz de Robert Kennedy.
La derrota demócrata
Humphrey perdió por poco aquel noviembre contra Richard Nixon, en parte por lo que pasó en aquel agosto caótico. “Los ganadores en Chicago en 1968 fueron los enemigos del partido: la izquierda anti-belicista y Richard Nixon”, escribe George Packer en The Atlantic. Congresistas, senadores, gobernadores y otros líderes del partido parecen ahora unidos en su apoyo a Harris y Walz, el candidato a vice que ha conseguido apoyos de todo el espectro del partido, incluidos los que más han criticado a Biden por no ser más contundente con el Gobierno de Benjamin Netanyahu.
Pero Packer también recuerda la otra parte del efecto del caos en las calles de Chicago: la desmovilización de algunos demócratas coincidió con la marcha de independientes e indecisos hacia Nixon por la imagen de desorden asociada a la convención. “Este año los policías, liderados por un alcalde progresista, estarán menos inclinados a las tácticas violentas de la fuerza de Daley, pero no es difícil crear el caos en una multitud, y unas pocas imágenes inquietantes pueden convencer a suficientes votantes a medio camino de que Trump tiene razón y de que los demócratas traen el caos”, escribe el periodista.
Ese 1968 dejó marca y la derrota de Humphrey dio comienzo a la reacción conservadora de las siguientes décadas en una sociedad fracturada. “Después de 1968, la política de Estados Unidos estaría marcada una vez más por la división, el resentimiento y la malicia”, escribe la historiadora Jill Lepore en These Truths.
La sensación de que aquellos días pasarían a la historia ya se notaba en el momento de los hechos. Justo antes de marcharse de Chicago, Norman Mailer dio otra vuelta por Grant Park, donde apenas quedaban unas pocas chicas yippies y un cura de violeta, y se encontró en las escaleras del Hilton con la hija de Eugene McCarthy. Ella preguntó al escritor qué iba a hacer ante el horror de los días anteriores. “Voy a coger un avión y a ver a mi familia”, le contestó Mailer, que notó una mirada de desaprobación de la joven. Le podría haber dicho, según Mailer: “Señorita, vamos a estar discutiendo durante 40 años”.
Al final de su libro, hablando en tercera persona sobre sí mismo, el autor escribió: “Norman Mailer probablemente no votará, a no ser que sea por Eldridge Cleaver”. Cleaver, uno de los líderes de las Panteras Negras, sacó el 0,05% de los votos aquel noviembre.