Desde su regreso a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump amenazó en varias ocasiones a los habitantes de la Franja de Gaza con “desatar un infierno” en el caso de que Hamas no libere a los rehenes israelíes en su poder. No sólo eso, sino que además anunció su intención de convertir dicho territorio en la 'Riviera de Oriente Medio' una vez que su población sea desplazada de manera forzosa a los países del entorno.
Estas declaraciones allanaron el terreno para que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu rompa unilateralmente la tregua que mantenía con Hamas con el lanzamiento de intensos bombardeos que provocaron la muerte de centenares de personas en los últimos días (la inmensa mayoría, como suele ser habitual, civiles).
Estos bombardeos, realizados con nocturnidad y alevosía en el mes sagrado musulmán de Ramadán, tienen la evidente intención de impedir la aplicación de la segunda y tercera fases del acuerdo de alto el fuego, que preveían la consecución de una tregua duradera, la retirada completa del ejército israelí y, por último, la reconstrucción de la Franja de Gaza.
Precisamente, Egipto planteó en la reciente cumbre extraordinaria de la Liga Árabe un plan de reconstrucción de Gaza por valor de 53.000 millones de dólares, en el marco del cual la Autoridad Palestina recuperaría el control de dicho territorio. Esta propuesta pasó sin pena ni gloria, debido tanto a la oposición frontal de Estados Unidos e Israel, como al intento de los países del Golfo de ligarla al previo establecimiento de un Estado palestino, algo que no entra en los planes de Trump ni, mucho menos, de Netanyahu.
Desde que se alcanzó el alto el fuego el pasado 15 de enero, la situación sobre el terreno cambió de manera drástica. El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca evidenció que existe una completa sintonía entre el presidente norteamericano y el primer ministro israelí en torno a la voluntad de liquidar la cuestión palestina con el desplazamiento masivo de la población gazatí a los países árabes del entorno.
Ambos líderes coinciden, también, en la necesidad de intensificar la presión sobre el régimen iraní para que renuncie a sus ambiciones hegemónicas en Oriente Medio y paralice por completo su programa de enriquecimiento de uranio. Trump llegó a advertir a Irán de que, “de ahora en adelante, cada disparo de los hutíes [de Yemen] será considerado como un disparo de las armas y el liderazgo de Irán, e Irán será responsable y sufrirá las consecuencias, que serán terribles”.
Reflejando esta nueva repartición de fuerzas, Israel Katz, el ministro de Defensa israelí, señaló: “Hamas debe entender que las reglas del juego han cambiado: si no libera inmediatamente a todos los rehenes, se abrirán las puertas del infierno y se enfrentará a toda la fuerza de las Fuerzas de Defensa de Israel por aire, mar y tierra, hasta su completa destrucción”. Es decir: reconoce abiertamente que el acuerdo de alto el fuego sellado a mediados de enero es papel mojado y que Israel bombardeará la Franja de Gaza de manera inmisericorde a partir de ahora.
Lo que no resulta tan evidente es que Israel busque realmente la desaparición de Hamas, dado que debe preservar su existencia a toda costa para, así, tratar de justificar la destrucción de Gaza y la limpieza étnica de su población.
En las últimas semanas, Israel intentó renegociar el acuerdo para extender la primera fase mediante la liberación del resto de los rehenes en manos de Hamas sin tener que comprometerse a sellar una tregua definitiva o a retirarse de la Franja. Ante la oposición del movimiento islamista a renegociar lo pactado, el Gobierno israelí impuso un nuevo bloqueo impidiendo la entrada de cualquier tipo de ayuda humanitaria, medicinas, alimentos, agua, combustible o electricidad, todo ello con la luz verde por parte del presidente Trump que responsabilizó a Hamas del callejón sin salida al que llegaron las conversaciones.
Human Rights Watch recordó, una vez más, que “las autoridades israelíes cometieron crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, incluidos desplazamientos forzosos y exterminio, y actos de genocidio durante el asalto a Gaza”, aunque llueve sobre mojado.
Esta nueva escalada parece ser una huida hacia delante de Netanyahu, investigado por la justicia por diferentes casos de corrupción y acusado por buena parte de la sociedad israelí por su negligencia en los ataques de Hamas del 7 de octubre de 2023. La reanudación de los bombardeos permitió el retorno del partido xenófobo Poder Judío a la coalición de gobierno, de tal manera que Netanyahu gana un aliado más para su proyecto de guerra total contra los palestinos.
Todos estos movimientos coinciden con un nuevo escándalo que podría tener efectos devastadores para el futuro político del primer ministro, ya que algunos de sus exasesores están siendo investigados por el Shin Bet, el servicio de Inteligencia interior, por haber recibido supuestamente sobornos por parte de Qatar, lo que desencadenó el proceso de destitución de su director Ronen Bar. En un reciente artículo publicado por el periódico Yediot Ahronot, el analista Nahum Barnea advertía de que dicho enfrentamiento está empujando a Israel “hacia una forma de guerra civil, aún no con armas, pero ya en la fase de erosión de la confianza y desafío dentro de las agencias de seguridad”.
La reanudación de la ofensiva terrestre y la intensidad de los bombardeos nos hacen pensar que nos dirigimos a un escenario apocalíptico. El Gobierno israelí interpreta que llegó el momento de la verdad y considera que cuenta con el pleno respaldo por parte de la Administración norteamericana para adoptar su solución final.
Hoy por hoy, no existen líneas rojas y sus máximos responsables se siente reforzados para poner en práctica el desplazamiento masivo de la población de la Franja de Gaza, en especial tras las declaraciones de Trump en torno a la necesidad de convertir dicho enclave palestino en un resort de lujo una vez que se complete la limpieza étnica. Según informaba recientemente el periódico The Jerusalem Post, el Ministerio de Defensa ya estableció un organismo para convertir dicha propuesta en una realidad.
El principal problema no es de carácter moral, ya que está decisión cuenta con un amplio respaldo dentro del Gobierno y por parte de la Knéset (el Parlamento israelí), sino más bien de carácter logístico, habida cuenta que tanto Egipto como Jordania rechazaron acoger a más refugiados palestinos en su territorio y amenazaron con romper relaciones diplomáticas con Israel en el caso de que lleve a cabo dicha expulsión.
Entre los posibles destinos para los refugiados, Israel y Estados Unidos están barajando diferentes opciones como Sudán, Somalia o Somaliland que, a cambio, recibirían cuantiosas ayudas económicas. “Si expulsamos a 5.000 personas al día, tardaremos un año en expulsarlos a todos”, aseguró ante la Knéset Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, considerando que la financiación de dicha operación debería ser una prioridad nacional.
Hace tan sólo dos meses, el objetivo de los negociadores palestinos era alcanzar una tregua de largo alcance y reconstruir la Franja de Gaza tras la retirada de las tropas israelíes, pero ahora el futuro es mucho más desalentador, ya que tanto el Gobierno israelí como la Administración estadounidense dejaron claro que apuestan por el desplazamiento forzado de los poco más de 2 millones de palestinos que sobrevivieron a quince meses de bombardeos y devastación.
La única vía para frenar la aplicación de dicho plan es que la comunidad internacional abandone, de una vez por todas, su mutismo y advierta al Gobierno israelí, de manera tajante, de que la limpieza étnica de la Franja de Gaza no saldrá gratis y tendrá consecuencias en términos de sanciones económicas y represalias políticas. De lo contrario nada impedirá que el Gobierno supremacista israelí perpetre una nueva Nakba mucho más devastadora que la desarrollada en 1948.
Ignacio Álvarez-Ossorio es catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro 'Gaza: crónica de una Nakba anunciada' (Catarata, 2024)