Dom Phillips y Bruno Pereira han muerto en una guerra mundial no declarada contra la naturaleza y los activistas medioambientales. Su labor es importante porque también lo es nuestro planeta, las amenazas que pesan sobre él y las acciones de quienes lo amenazan.
La primera línea de fuego de esta guerra son las zonas biodiversas que quedan en la Tierra: los bosques, los humedales y los océanos que son esenciales para la estabilidad de nuestro clima y del sistema de apoyo a la vida del planeta.
La integridad de estos sistemas está siendo atacada por el crimen organizado y los gobiernos criminales que quieren explotar la madera, el agua y los minerales para obtener beneficios a corto plazo, a menudo ilegales. En muchas regiones, lo único que se interpone en su camino son las comunidades indígenas y otros habitantes tradicionales de los bosques, apoyados por organizaciones de la sociedad civil, grupos defensores del medioambiente y académicos.
Mi amigo Dom sabía que esta era una gran historia. Se tomó un año libre con el objetivo de investigar y escribir un libro, titulado How to Save the Amazon (Cómo salvar el Amazonas), y se arriesgó a viajar al territorio de los bandidos del valle del Yavarí con Bruno, uno de los defensores del Amazonas más activos, valientes y que recibía más amenazas de Brasil. Debía ser un libro para todos: accesible y útil, que contemplara tanto las soluciones como los problemas. Eso era típico de Dom, cuyo periodismo siempre estuvo orientado a hacer del mundo un lugar más justo, responsable y consciente.
En mi opinión, esto le convirtió en un corresponsal de guerra del siglo XXI, además de testigo de un crimen que probablemente le llevó a la muerte. Dom no era un activista. Era un periodista muy comprometido, que quería averiguar lo que estaba ocurriendo y compartirlo con todos los que pudieran verse afectados. En este caso, todos nosotros.
Si algo positivo puede surgir de noticias tan horribles como los asesinatos de Dom y Bruno, es que más periodistas cubran esta primera línea de fuego de defensa del medioambiente, especialmente en aquellas regiones controladas por líderes alineados con intereses criminales.
Dom conocía la amenaza que supone el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que ha fomentado la tala y la minería ilegales, ha ignorado los derechos históricos de los indígenas sobre las tierras donde viven, ha atacado a los grupos ecologistas y ha recortado los presupuestos y el personal de los organismos de protección de los bosques y velan por los derechos de los indígenas.
Poco después de que Bolsonaro ganara la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas de 2018, Dom compartió sus temores sobre el destino de la Amazonia en un mensaje de WhatsApp: “Este es un período muy oscuro y preocupante y sólo va a empeorar”, me escribió. “Mi sensación es que también va a ser más peligroso para los periodistas”. Pero su verdadero temor era por los activistas que viven en los límites de las zonas del Amazonas donde los delincuentes intentan invadir los territorios indígenas y las zonas protegidas. Dom estaba seguro de que una victoria en la segunda vuelta daría luz verde a los maleantes para intensificar su asalto. “Si gana, ¿cómo será la vida en este lugar? Una victoria de Bolsonato les daría carta blanca para atacar a cualquiera que esté en desacuerdo con su mafia”, advirtió. La elección de Bolsonaro llevó a Dom a centrar más su trabajo en la selva y los ecologistas que la defienden.
Separar lo personal y lo profesional es imposible. Dom como persona era tan importante como Dom el periodista. Era muy querido por su familia y amigos. Le conocí en 2012, poco después de llegar a Brasil, y enseguida congeniamos. Me ayudó a adaptarme a mi nuevo hogar y me contagió su pasión por la música, el arte, la política y la naturaleza brasileñas. Como él ya llevaba cinco años en el país, parecía estar al tanto de casi todo. Y lo que no sabía, le despertaba curiosidad. Su interés por el mundo era como un reflector mental que oteaba siempre el horizonte. Tanto en una rueda de prensa como en un bar, si creía que alguien tenía algo interesante que contar, lo miraba fijamente con sus penetrantes ojos azules y comenzaba un suave pero implacable interrogatorio.
Conectamos a través de Bowie y Björk, y un amor por la naturaleza y los deportes al aire libre. Al repasar antiguos mensajes de WhatsApp, muchas de las historias y fotos que Dom compartió son de paisajes espectaculares o de la vida silvestre que encontró: rayas, ballenas, tortugas y tiburones vistos durante excursiones en remo por la costa de Copacabana; monos capuchinos, titíes y tucanes encontrados en paseos por las laderas de Río de Janeiro. Con un grupo de amigos comunes, hicimos excursiones de fin de semana por las montañas entre Teresópolis y Petrópolis, subimos a la Pedra da Gávea para disfrutar de su impresionante vista de Río y subimos a las laderas de Itatiaia por sus impresionantes panorámicas. Más frecuentes fueron los paseos en bicicleta. A primera hora de la mañana de los días laborables, empezábamos el día subiendo al Corcovado en bicicleta, una actividad para romper los pulmones que se conoció como “Cristo en bicicleta”.
Tenía un ritmo de trabajo intenso pero encontraba tiempo para sus amigos. En un momento difícil para mí, la receta de Dom para la melancolía fue una lista de reproducción de Spotify con canciones de los Walker Brothers, una receta de espaguetis con pasta de anchoas y un aluvión de invitaciones sociales por parte de él y de su mujer, Alessandra, para sacarme de un pozo de miseria. También compartimos momentos felices. Los más memorables de los innumerables encuentros fueron su boda en Santa Teresa, en la que Dom y Alessandra irradiaron amor e inspiraron alegres bailes, y la celebración de mi propia boda en Londres el año pasado, en la que pedimos a todos los invitados que trajeran una palabra escrita en una piedra en lugar de un regalo. Para su regalo, Dom y Alessandra eligieron “Verdad”.
Ese era su lema. Dom era un excelente periodista, que investigaba y comprobaba meticulosamente cualquier tema en el que trabajara. Cubría temas que iban desde la economía hasta el arte, y era un escritor versátil, pero fue su cobertura de la catástrofe medioambiental de las Marianas lo que hizo que su atención se centrara en los problemas medioambientales, especialmente en los devastadores incendios provocados por agricultores y acaparadores de tierras en la selva amazónica en 2019.
Impertérrito y cada vez más alarmado por lo que estaba ocurriendo con la selva tropical y sus defensores, Dom cada vez escribió más reportajes sobre medio ambiente y los derechos de los indígenas. El año pasado, llevó este compromiso un paso más allá, al tomarse un año libre para escribir un libro. Como de costumbre, no dejó ningún cabo suelto, lo que significó que el dinero de la beca que le concedió la Fundación Alicia Patterson se terminó pronto en los viajes de reportaje, por lo que tuvo que pedir un préstamo a su familia en Inglaterra para completar el proyecto. El viaje de información al valle del Yavarí iba a ser uno de los últimos. Ya había estado en la remota reserva, del tamaño de Austria, una vez, en 2018, cuando conoció a Bruno. Bruno convenció a Dom de que había que centrar la atención en las comunidades forestales de primera línea de fuego. “No se trata de nosotros”, le dijo a Dom el hombre fornido y con gafas. “Los indígenas son los héroes”.
Dom y Bruno se reunieron a principios de este mes para el fatídico viaje a Javari. Al parecer, cayeron víctimas de una emboscada a su regreso y fueron asesinados, probablemente por una mafia de pesca ilegal y contrabando que ya había amenazado a Bruno porque había ayudado a los indígenas a denunciar sus delitos. Las autoridades brasileñas tardaron en actuar: la policía se negó a mandar un helicóptero después de que se denunciara la desaparición de los dos hombres, y el ejército, que afirmó que tenía la capacidad necesaria para buscarlos, perdió más de un día mientras esperaba órdenes.
La lenta respuesta del ejército pone de manifiesto la debilidad y mala gestión de los países. La defensa nacional está anclada en el pasado, demasiado centrada en las fronteras y poco en los ecosistemas. Mientras tanto, las bandas criminales invaden impunemente las zonas protegidas e indígenas. El hecho de que el Estado no proteja a los defensores de los bosques mientras da luz verde a la extracción ilegal de recursos sugiere que el gobierno de Brasil ha sido capturado por los intereses criminales.
En un año electoral en Brasil, todo es político. Bolsonaro ha dicho: “Los indicios apuntan a que se les hizo algo perverso”, pero también ha acusado a Dom y Bruno de emprender una “aventura” que fue “desacertada”. Esta es una táctica común en la guerra por la naturaleza. Quienes impulsan la agenda extractiva suelen trivializar, denigrar o criminalizar a los defensores de la tierra. Intentan afirmar que las protestas y las denuncias son aisladas y poco razonables, en lugar de un intento de comprender y afrontar los problemas estructurales a escala mundial. Cuando esto no funciona, a menudo se recurre a la intimidación y la violencia.
El asesinato de Dom y Bruno va a intimidar a los periodistas y editores que cubren la primera línea del medio ambiente, pero espero que sirvan de inspiración más que de disuasión. Lo sucedido a Dom y Bruno no es un hecho aislado: forma parte de una tendencia mundial. En las últimas dos décadas, miles de defensores del medio ambiente y de la tierra han sido asesinados en todo el mundo. Brasil ha sido el país con más asesinatos durante ese periodo. Algunas de las muertes provocan una tormenta mundial, como las de Chico Mendes, Dorothy Stang y ahora Bruno Pereira y Dom Phillips, pero la mayoría no se denuncian ni se investigan. Si algo útil puede surgir del último horror, que sea el reconocimiento de que no se trata de casos aislados. Dejemos que los periodistas examinen los patrones que vinculan estos crímenes, contemos historias fuera de lo común y tratemos de encontrar soluciones a los problemas del planeta, como intentaba hacer Dom.
Traducido por Emma Reverter