Su testimonio helaba el corazón. No era sólo uno más de los hechos horrendos ocurridos en las zonas de Siria controladas por el ISIS. Procedía de uno de los verdugos que asesinaron a personas a sangre fría por no someterse a una ideología criminal. Un cierto reconocimiento de la dificultad de sus acciones le añadía verosimilitud. Era un asesino despiadado que, al mismo tiempo, tuvo que afrontar al principio la crueldad de sus actos. “Fue difícil. Tuve que apuñalarle varias veces. Luego le pusimos en una cruz. Y tuve que dejar la daga en su corazón”. Shehroze Chaudhry era el personaje clave en el podcast “Caliphate”, publicado por The New York Times, un ejemplo de cómo el mejor periodismo podía adaptarse a nuevos formatos. Chaudhry era también un impostor.
El periódico norteamericano publicó los resultados de una larga investigación sobre los artículos de la coautora del podcast, Rukmini Callimachi, que era además su principal especialista en ISIS. La inició después de que la policía detuviera en Canadá a Chaudhry en septiembre por la sospecha de que había inventado su pasado en el grupo yihadista y de que la noticia apareciera en varios medios de EEUU.
El veredicto es inapelable. Citando a fuentes policiales y de inteligencia, afirma que Chaudhry “no era un terrorista, es casi seguro que nunca viajó a Siria, y se inventó historias horribles sobre su pasado como verdugo del Estado Islámico como parte de una huida, al estilo de Walter Mitty, de su aburrida vida en un suburbio de Toronto y en Lahore, Pakistán, donde pasó años viviendo con sus abuelos”.
Cómo es posible que un joven de trayectoria mediocre –acaba de cumplir 26 años– pudiera engañar a uno de los mejores medios de comunicación del planeta es un asunto que provoca perplejidad, aunque no es la primera vez que le ocurre al NYT y no será la última. Sucede con frecuencia cuando un medio da la máxima importancia a una cobertura periodística y pone toda su confianza en uno de sus mejores reporteros. Los controles internos de edición desaparecen ante las decisiones del director. Las críticas internas son desdeñadas. Informaciones de fuentes anónimas de los servicios de inteligencia son aceptadas, aunque no estén respaldadas por pruebas.
Es algo muy similar a lo que ocurrió en 2002 y 2003 cuando The New York Times apostó toda su credibilidad a las informaciones de su reportera estrella Judith Miller sobre el arsenal iraquí de armas de destrucción masiva con el que el Gobierno de George Bush justificó la invasión de Irak. Por entonces, el diario también llevó a cabo una completa investigación sobre esos errores, si bien es cierto que mucho tiempo después de se produjeran. No parece que las lecciones aprendidas gracias a ese fiasco sirvieran diecisiete años después.
El director del periódico aceptó la parte de responsabilidad que le toca. “Creo que yo o alguien más deberíamos haber aportado ese nivel de vigilancia (de los artículos de Callimachi), porque era un ejemplo notable y ambicioso de periodismo. Y no aporté ese nivel de vigilancia, ni lo hicieron mis ayudantes con una amplia experiencia en la edición del periodismo de investigación”, escribió Dean Baquet.
Callimachi pagó las consecuencias de su error. Continuará trabajando en el NYT, pero no volverá a escribir sobre terrorismo. Trabaja en el periódico desde 2014 cuando le contrataron precisamente por sus exclusivas sobre el terrorismo yihadista en África como reportera de la agencia AP.
Quienes menos se sorprendieron por el desenlace de la historia son algunas personas que la conocieron sobre el terreno. “He trabajado con muchos reporteros”, dijo un periodista sirio que colaboró como traductor con Callimachi en un artículo publicado en octubre por Ben Smith, un reportero del NYT que escribe sobre periodismo y medios. “Nosotros buscábamos hechos. Con Rukmini, sentía que la historia ya estaba escrita en su cabeza, y que buscaba a alguien que le dijera lo que ella creía, lo que ella pensaba que sería una gran historia”.
Otros periodistas con experiencia en Oriente Medio habían mostrado de forma anónima sus recelos sobre algunas de las revelaciones obtenidas por Callimachi. En el periódico, se sabía que había tenido conflictos con las responsables de las corresponsalías en Bagdad y Beirut.
Dean Baquet admitió que, más allá de los errores de una periodista concreta, se produjo un “fracaso institucional” del medio de comunicación, un error colectivo del que él es el máximo responsable. Los periodistas que traen exclusivas son los que cuenta con la reputación más distinguida en un medio (y los mejores sueldos). Un medio es una bestia que consume noticias cada día. Su apetito es ilimitado. Aquellos que son capaces de alimentarla reciben la recompensa adecuada. A veces, también el privilegio de que su trabajo no sea fiscalizado con el mismo rigor que se aplica a sus compañeros.
El problema surge cuando un medio necesita aumentar su reputación en un escenario de máxima competitividad, como siempre lo ha sido el periodismo. Eso se incrementa con los cambios tecnológicos que provocan que muchas empresas piensen que perderán posiciones si no se adaptan a un escenario nuevo en el que no valen sólo las noticias o las imágenes.
De ahí, la apuesta del NYT por el podcast para resaltar sus grandes historias. Ese paso no está exento de riesgos. Apoyado en el testimonio de uno o varios periodistas y otros recursos que se añaden en la web, un podcast pretende contar una historia imprimiendo tensión narrativa y suspense. El peligro reside en sacrificar algunos hechos o matices más difíciles de transmitir o elegir sólo aquellos que son útiles en la narración.
Callimachi era la reportera perfecta para experimentar con esos formatos. “Caliphate”, emitido en abril y mayo de 2018, era una exploración detallada del mundo del ISIS, diseñada y empaquetada con la calidad suficiente como para que recibiera varios prestigiosos premios en EEUU.
Como escribió Ben Smith, suponía su consagración como “el nuevo modelo de reportero del New York Times” que combina “la valentía del periodismo de la vieja escuela” con la capacidad para explicar su trabajo en las redes sociales y en formatos como el podcast.
Investigado en Canadá
En la investigación sobre la identidad de Chaudhry realizada por el NYT, hay pocos elementos que puedan sorprender a los que leyeron los primeros artículos sobre el caso. La policía canadiense realizó durante cuatro años una investigación de sus alegaciones de haber formado parte de las filas del ISIS desde que anunció en redes que había estado en Siria. Examinaron sus escritos en redes sociales, sus viajes y pasaporte y sus declaraciones a la policía y no encontraron ninguna prueba de que hubiera trabajado para ISIS o viajado a Siria. Un informe de los servicios de inteligencia canadiense no descartaba que llegara a pisar Siria, pero destacó que a buen seguro había pasado poco tiempo allí y que no hizo nada relevante. Chaudhry reconoció en una entrevista a la televisión canadiense en mayo de 2018 que no había matado a nadie, aunque sí había trabajado para la 'policía religiosa' del ISIS, lo que tampoco era cierto.
El podcast “Caliphate” planteaba algunas dudas sobre el testimonio de Chaudhry, pero aun así lo mantuvo como elemento central de la trama.
El artículo del NYT cuenta que algunas fotos difundidas por él fueron hechas por otros miembros del grupo yihadista y que se podían encontrar en internet. Es la pista con la que se suele atrapar a los fabuladores.
Los testimonios conseguidos en Canadá y Pakistán, los países donde vivió, revelan a un joven no muy brillante y de vida aburrida. Sí se mostraba a favor del ISIS y de las ideas yihadistas, pero todo en él sonaba a apariencia.
“Es un partidario del ISIS al cien por cien. Así que parece que creó una fantasía de sí mismo”, dijo al NYT una persona que le conoció y que participa en un programa para reinsertar a antiguos yihadistas. “Me imagino cómo sucedió. Consumes todo tipo de material del ISIS cada día. No tienes vida propia. No tienes amigos. No tienes nada real en tu vida”.
Esa persona no se ocupó de él durante mucho tiempo. Vio que era casi irrecuperable y que no estaba dispuesto a cambiar sus ideas radicales. Chaudhry había invertido tanto tiempo y esfuerzo en su fantasía que ya no podía renunciar a ella.