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Historia de un volantazo: Trump prometió no dar marcha atrás con los aranceles, pero terminó cediendo a la presión

Washington
Donald Trump, tras firmar la orden ejecutiva en la que aplicaba aranceles mínimos del 10% al resto de países del mundo.

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Primero prometió: “Mis políticas arancelarias no van a cambiar”. Insistió: “A veces hay que tomar medicinas para curarse”. Se jactó: “Sé lo que hago”. Y a las 9.33 horas del miércoles 9 de abril, imploró: “TRANQUILOS. Todo va a salir bien”.

Sin embargo, menos de cuatro horas después, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, retrocedió. Cuando la presión económica y política se hizo insoportable, el mandatario anunció en las redes sociales que suspendería durante 90 días los aranceles comerciales más altos para la mayoría de los países, salvo China. 

Fue un drástico paso atrás por parte de un líder que pasó años cultivando la imagen de hombre fuerte, capaz de permanecer impasible ante cualquier tormenta. Los asesores de la Casa Blanca se movilizaron de inmediato para tratar de presentar este retroceso como el golpe maestro de un negociador sin par y un genial jugador de ajedrez. 

Pero el daño ya estaba hecho. El giro perjudicó la reputación de EEUU como intermediario honesto y aliado fiable. Dañó al dólar y al sistema financiero como ancla de la estabilidad financiera mundial. Y dañó la reputación de Trump en su tema estrella, la economía, a los ojos de los líderes empresariales, los republicanos y los votantes.

Hay claros indicios de que la presidencia de Donald Trump peligra

Larry Jacobs Universidad de Minnesota

Larry Jacobs, director del Centro para el Estudio de la Política y la Gobernanza de la Universidad de Minnesota, afirma: “Obviamente es demasiado pronto para hablar de una presidencia fallida”, pero “hay claros indicios de que la presidencia de Donald Trump peligra”.

“Es una declaración extraordinaria teniendo en cuenta que es su tercer mes en el cargo, pero tomó medidas muy extremas y las respuestas son inusuales, sobre todo las de los republicanos. Son muy expresivas y centradas en el poder que tiene”, razona.

Las dos últimas semanas coincidieron con el periodo más volátil para los mercados financieros desde los confinamientos por la pandemia de Covid-19 de hace cinco años. Esta vez, sin embargo, la causa no es un virus altamente contagioso, sino las quejas y caprichos de un hombre.

Trump anunció la imposición de aranceles “recíprocos” a decenas de países el pasado 2 de abril en un acto celebrado en la Rosaleda de la Casa Blanca. Calificó la medida de “declaración de independencia económica” en una jornada que llamó “día de liberación” para restaurar “la edad de oro” de EEUU. Afirmó que Estados Unidos había sido estafado durante décadas y que ahora era su “turno de progresar”. 

Los aranceles se calcularon a partir del déficit comercial de cada país con EEUU dividido por el valor de los bienes importados de ese país. Algunos expertos no tardaron en señalar que el cálculo era erróneo y la estrategia, absurda. Se habían impuesto aranceles a las islas Heard y McDonald, habitadas en su totalidad por pingüinos. Sin embargo, según Trump, los aranceles, anunciados hacía ya largo tiempo, eran una medida necesaria para restablecer la industria manufacturera estadounidense y corregir los desequilibrios comerciales. Al acto de la Rosaleda asistieron trabajadores de la construcción con cascos y chalecos amarillos, un recordatorio de cómo Trump intentó arrebatar a los demócratas su imagen de partido de la clase trabajadora.

Algunos analistas de izquierda y de derecha coinciden en que el medio oeste industrial estadounidense se vio duramente afectado por la globalización, que provocó el cierre de fábricas, la pérdida de población y el traslado de puestos de trabajo al extranjero. Pero pocos creen que la estrategia de mano dura de Trump, que durante décadas creyó que EEUU estaba siendo estafado, sean la solución adecuada.

Bill Galston, investigador principal del centro de estudios Brookings Institution en Washington, sostiene que la idea de la grandeza de EEUU de Trump “se remonta a los años cincuenta y sesenta, cuando el 30% de la mano de obra trabajaba en el sector manufacturero y cuando EEUU dominaba el mundo como un coloso”.

“Su sueño es restaurar esa América en la mayor medida posible y cree sinceramente que unos aranceles elevados forzarán a la gente que fabrica en China y en todo el sudeste asiático y otros lugares a volver a apostar por EEUU”, señala. Sin embargo, el experto subraya que “como dirían la mayoría de los economistas, es una fantasía que tendría un impacto bajo. En este momento, el empleo manufacturero en EEUU como proporción del total es del 8%, por debajo de su pico en la década de 1970, cuando superaba el 30%, y eso no se va a revertir”.

Trump tomó la economía mundial como rehén. Las repercusiones fueron inmediatas y generalizadas, incluida la inestabilidad de los mercados, una fuerte condena internacional, medidas de represalia por parte de China y una profunda incertidumbre para las empresas y los consumidores.

Larry Summers, exsecretario del Tesoro, lo describió como “la mayor herida autoinfligida” a la economía de EEUU “en toda la historia”. Algunos empresarios que habían apoyado a Trump en las elecciones del año pasado expresaron remordimientos al ver cómo se hundía su fortuna. Gigantes tecnológicos como Apple vieron caer el precio de sus acciones; los analistas predijeron posibles subidas del precio de los iPhones de hasta un 43%. 

En la Casa Blanca, los asesores más cercanos de Trump se pusieron nerviosos. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, se enzarzó en una disputa muy pública e insultante con el asesor comercial de Trump, Peter Navarro, sobre el impacto de los aranceles en Tesla. Llamó a Navarro “imbécil” y “más burro que un arado” [en inglés dumber than a sack of bricks, más tonto que una bolsa de ladrillos].

Trump insistió en que tenía razón y en que las élites se equivocaban. Mientras jugaba despreocupadamente al golf durante el fin de semana, incluso cuando los mercados se desplomaban y perdían billones de dólares, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, voló a la propiedad de Trump en Mar-a-Lago, Florida, para abogar por una estrategia que podría incluir mejores acuerdos comerciales con países extranjeros. 

Primeros titubeos

Los republicanos se inquietaron al escuchar las quejas de los electores, preocupados por los ahorros para la jubilación. Algunos se pronunciaron o se plantearon legislar para frenar el poder arancelario de Trump. El senador Ted Cruz, firme partidario de Trump, advirtió: “Los aranceles son un impuesto a los consumidores, y no soy partidario de subir los impuestos a los consumidores estadounidenses”.

Fue una ruptura notable con un partido criticado durante mucho tiempo por adular devotamente y rendir culto a Trump en todas las demás cuestiones. James Bennet, columnista de la revista The Economist, declaró al podcast Politics Weekly America de The Guardian: “Donald Trump no puede llegar hasta donde quiera; hay límites, y es concebible que los republicanos se levanten en su contra”.

“No estuvieron dispuestos a hacerlo mientras Donald Trump se embarcó en una campaña de represalias, utilizando el Departamento de Justicia para castigar a sus enemigos. No estuvieron dispuestos a hacerlo al respecto [de la libertad de] expresión o por la deportación de personas completamente inocentes a una megacárcel en El Salvador”, recuerda Bennet.

“Sin embargo, para los republicanos los aranceles fueron un paso excesivo y eso es una señal de que existe la posibilidad de una resistencia republicana en algún momento a la Administración Trump, que es lo único que realmente podría frenarla”, concluye. 

La creciente presión de los republicanos, los líderes empresariales y los mercados financieros avivó el temor a una recesión que podría incluso derivar en una depresión económica. Finalmente, Trump cedió y el miércoles anunció una pausa de 90 días para la mayoría de los países, al tiempo que los invitaba a negociar acuerdos comerciales bilaterales. 

Donald Trump tiene un historial de cesiones porque, en el fondo, como líder es un tigre de papel. Quiere pegar fuerte, pero con un bate blando

Antjuan Seawright Estratega demócrata

Antjuan Seawright, estratega demócrata, indicó que Trump “vio la presión no solo del pueblo estadounidense, sino que vio a personas de su propio círculo gritar y protestar por la gravedad de la situación. Donald Trump tiene un historial de cesiones porque como líder es un líder tigre, pero de papel en muchos sentidos y esto fue solo una prueba más de ello. Quiere pegar fuerte, pero con un bate blando”. 

Los asesores de la Casa Blanca argumentaron lo contrario, siguiendo las consignas que Trump aprendió de su abogado Roy Cohn: declarar siempre haber ganado y nunca admitir la derrota. En un mensaje en X, Stephen Miller, jefe de gabinete adjunto de la Casa Blanca, afirmó: “Estuvieron viendo la mayor estrategia maestra económica de un presidente estadounidense en la historia”.

Trump admitió que había seguido de cerca el mercado de bonos y que la gente se estaba “poniendo un poco nerviosa” por la caída de los precios y el aumento de los tipos de interés. “La gente empezaba a estar un tanto inquieta”, reconoció. 

Incluso Trump, cuyo segundo mandato se caracterizó por la audacia, la impunidad y las mentiras descaradas, había alcanzado el umbral de su campo de distorsión de la realidad, amplificado por los medios de derecha. No se podían negar los datos objetivos del mercado.

Kurt Bardella, asesor de comunicación estratégica, afirma: “Estamos viendo ahora, por primera vez en este segundo mandato de Trump, los límites de la propaganda y las consecuencias de tomar tu propia medicina. Hay realidades económicas, realidades de mercado que son más grandes que la mentira que se cuentan a sí mismos y al pueblo estadounidense una y otra vez. Su intento de vender esa mentira al mundo claramente no está funcionando”.

Los límites de los altavoces mediáticos

“Puede quedarse sin voz de repetir ante los medios afines y sus marionetas convencidas que EEUU va a recuperar su grandeza que nos están estafando y que esto traerá el mayor auge económico que hayamos visto jamás, pero nadie más se lo cree. El sector privado, en el que se apoyó durante tanto tiempo, rechazó todo esto por completo”, dice Bardella.

Bardella, exasesor del Congreso, añade: “Para toda la gente que dice eso de 'gestionemos el gobierno como si fuera una empresa': si cualquier empresa se dirigiera a sí misma de esta manera habría un voto de censura y ese director general sería destituido ese mismo día por hundir deliberadamente las propias acciones de la empresa”. 

Tras una subida inicial, los mercados volvieron a caer. Aunque la pausa ofreció un respiro temporal, sigue en vigor un arancel general del 10% sobre casi todas las importaciones estadounidenses. Karoline Leavitt, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, afirmó el viernes que más de 75 países se pusieron en contacto con la Administración Trump con vistas a abordar cuestiones comerciales: “Los teléfonos no pararon de sonar para llegar a acuerdos”.

Pero sigue siendo incierto que EEUU pueda conseguir concesiones significativas de otros países en 90 días. La naturaleza volátil de la toma de decisiones de Trump sobre los gravámenes intermitentes sumaría más confusión y erosionaría la credibilidad de EEUU y la confianza en el dólar.

Y la guerra comercial con China sigue intensificándose, lo que supone una importante amenaza para la economía mundial. Trump elevó los aranceles a China hasta el 145%, lo que provocó represalias. Es probable que los consumidores estadounidenses sufran las consecuencias de las subidas de precios de la ropa y otros productos. China también amenazó con nuevas medidas no arancelarias, como la inclusión de empresas estadounidenses en una lista negra y la restricción de las exportaciones de minerales de tierras raras.

Larry Sabato, director del Centro de Política de la Universidad de Virginia, es poco optimista: “El problema no terminó. Probablemente, lo peor está por llegar debido a China. ¿Va a llegar a un acuerdo con todos estos otros países? Seamos realistas. Trump puso todo patas arriba y ya no se confía en EEUU en ningún ámbito: defensa, relaciones internacionales o economía. Es una lástima”.

Traducido por Emma Reverter

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