En el estacionamiento de tierra de un inmenso mercado de piezas de automóvil a las afueras de la ciudad de Zaporiyia, en Ucrania, los cadáveres reflejan historias espeluznantes del momento en el que un misil ruso golpeó un convoy de civiles este viernes. El bombardeo causó al menos 30 muertos y 80 heridos.
Un hombre de mediana edad está desplomado dentro de su coche, con una mano sujetando el volante. No muy lejos, parcialmente cubierta con una sábana, otra persona parece estar arrodillada, desplomada junto a la maleta con ruedas que había estado arrastrando.
Dos mujeres, con las extremidades rotas y retorcidas, yacen donde parece que estuvieron hablando junto a un coche en una cola de vehículos destrozados. Los coches atacados habían estado esperando para formar un convoy que –en una macabra ironía– les habría llevado al territorio ocupado por Rusia al sur de la región, después de que las tropas rusas hubiesen permitido su entrada.
Mientras que algunas de estas personas murieron al instante, otras consiguieron escapar de sus coches y tambalearse dando unos pocos pasos antes de morir. La policía y los soldados meten los cuerpos en bolsas negras. También inspeccionan sus carteras y bolsos para intentar identificarlos.
Los hechos
A las 7:15 horas de la mañana del viernes, decenas de coches se habían reunido para esperar a que un convoy rutinario partiera hacia el territorio ocupado por Rusia, localizado a cerca de 19 kilómetros de distancia. Cada día, los rusos autorizan a unos 150 vehículos a realizar el viaje hacia el sur en dirección a ciudades como Mariúpol y Melitópol.
Los coches y monovolúmenes estaban llenos de artículos para llevar a las familias que aún se encuentran en el sur: sábanas y juguetes para niños, ropa e incluso alimentos. Algunos viajeros pretendían recoger a familiares para llevarlos de vuelta al territorio controlado por Ucrania, en medio del temor de que la anexión por parte de Rusa de cuatro regiones ucranianas acabe dejando a muchos ciudadanos atrapados.
En ese momento, un misil ruso S-300 se estampó contra el suelo a 10 metros de los coches, mientras los civiles esperaban una escolta para realizar su viaje. La explosión despedazó los metales, destrozó los parabrisas e hizo volar, a gran distancia, las ventanas de los quioscos de comida y los escaparates de las tiendas.
El lugar
“[El mercado de recambios de coches] es un centro logístico que permite a la gente entrar en los territorios temporalmente ocupados por Rusia. Los rusos solo aceptan 150 coches al día, así que por eso creamos un programa en el que la gente podía ir allí a registrarse y conseguir su número en la fila”, explica a The Guardian Volodymyr Marchuk, portavoz de la oficina del gobernador de Zaporiyia.
“A las 7.15 horas de esta mañana había un gran número de coches esperando su turno para cruzar, sobre todo gente que quiere ir a dejar ayuda a sus familiares. O tal vez para recoger a personas que quieren regresar [a los territorios controlados por Ucrania].
“Esa era la fila que atacaron con un misil S-300. No hay duda de que es un crimen de guerra deliberado. Siempre dicen que apuntan a un objetivo militar y golpean a otra cosa. Pero no hay objetivos militares cerca de ese lugar. Por eso no hay duda de que es un acto terrorista”.
Con decenas de heridos trasladados a los hospitales locales, los trabajadores desplegados continúan con la difícil tarea de identificar y retirar los cadáveres.
Muy cerca de allí, Dalina Yakushava, de 48 años, está parada, de pie, en la carretera. Ha llegado después de la explosión para intentar confirmar su plaza en un convoy.
“Aquí es donde las autoridades le dicen a la gente que hay que registrarse para unirse a un convoy. Te inscribes por internet, pero yo he venido para asegurarme de que me han dado la autorización”, dice. “Vivo en Mariúpol. Acabamos de llevar a nuestra hija a Polonia, pero tenemos que volver porque mis padres están allí. Es terrible, pero es nuestro hogar. Había muchos coches esperando para salir esta mañana porque nadie ha podido entrar en las zonas ocupadas durante la última semana”.
La otra dirección
Este viernes hay tráfico en ambas direcciones. A poca distancia, por la misma carretera, cientos de coches hacen cola cerca de un puesto de control ucraniano mientras esperan una escolta. Sus ocupantes están aliviados de poder cruzar.
Al principio de la fila, Nadya Nekustorova juega con su hija de 11 meses, María, mientras su marido, Dymytro, la observa.
“Venimos de Melitópol”, dice Nadya. “No volveremos hasta que vuelva a estar bajo control ucraniano. Mis padres se quedan, lo cual es preocupante, pero queríamos irnos porque los rusos han dicho que cerrarán el paso a los hombres a partir del 1 de octubre. Nos dimos cuenta de que esta podía ser nuestra última oportunidad. Los rusos vinieron a preguntarnos si íbamos a votar en el [falso] referéndum. Dijimos que no, así que nos pareció que debíamos irnos”.
“Era una broma”, dice Dymytro. “Todos votaban por sí mismos. El papel de votación era un trozo de A4 fotocopiado. No había sellos ni números para identificar que el voto era auténtico. Todo era falso. Mi hermano ha alquilado un piso en Zaporiyia, así que nos quedaremos con él”.
Salir de la ocupación
Más adelante, en la misma fila de coches, están Alla Votovska, de 68 años, y su hijo, Viktor. Han esperado cuatro días para llegar al puesto de control desde un pueblo cercano a la central nuclear de Zaporiyia, según explican.
“Todo el mundo intenta salir”, dice Viktor. “Pero solo dejaban salir de nuestro pueblo cada día a unos pocos coches, así que teníamos que regresar. Otras personas intentan salir también, a través de Crimea, hacia Polonia y Europa. La mitad de nuestro pueblo se ha ido”.
De repente, los coches se ponen en marcha. Se dirigen a Zaporiyia por una carretera que les conducirá más allá del lugar donde han perdido la vida al menos 30 personas en un convoy que no ha tenido tanta suerte.
Traducción de Gabriela Sánchez