El español que pasó un año en prisión siendo inocente: “Me metía en la cama y pensaba que era una pesadilla”

Néstor Cenizo

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Trece años después, Isidro Lozano sigue sin recuperarse de las lesiones provocadas por una pelea en la que no participó. Pasó un año en prisión hasta que el Tribunal Supremo se dio cuenta de que él no podía ser el autor del delito de lesiones por el que le habían condenado. Fue puesto en libertad el 1 de junio de 2018, tal y como contó en su momento elDiario.es en Andalucía. “Me metía en la cama y pensaba que era una pesadilla, pero miraba y era real: me iban a llevar a la cárcel y era inocente. Eso es lo que más daño me hace. Eso es lo que no puedo controlar”, explica, en su primera entrevista tras recuperar la libertad.

Desde entonces, vive a caballo entre Marbella y Huelma, un pueblito entre Granada y Jaén donde encuentra algo de sosiego rodeado de animales. “Estar en Marbella le horroriza, pero tenemos a la familia. Aquí se distrae”, cuenta María del Mar Martí, su esposa.

Durante los meses de encierro, fue ella quien sostuvo a Isidro: un informe forense del Instituto de Medicina Legal recomendaba que no ingresara en prisión ante el riesgo vital que corría. Martí también perseveró en la vía judicial, a pesar de que había condena firme. Nadie daba un duro por el recurso de revisión que interpuso el abogado Jordi Ventura. Sin embargo, prosperó.

Tres años después de recuperar la libertad, Isidro sigue arrastrando secuelas. “Duerme mal, se levanta con pesadillas. Sigue con mucha ansiedad y nervios”, dice Martí. Así lo reflejan también los documentos médicos. Tiene diagnosticado un trastorno de estrés post-traumático cronificado con origen en 2012, cuatro años después de arrancar su historia. Muestra la receta electrónica con el listado de medicamentos: ansiolíticos, antidepresivos, relajantes… Un forense del Instituto de Medicina Legal le evaluó en noviembre de 2019. Encontró a un hombre con la “mirada algo perdida, respuestas lentas y prolongadas en el tiempo”. Su estado de ánimo, describe el médico, es depresivo, cronificado, “de origen reactivo a la situación vivida en el procedimiento judicial, considerando injusta su condena y presentando ideas de carácter casi obsesivo en lo referente a su inocencia”. La conclusión del profesional es que Isidro tiene secuelas psíquicas moderadas por la cronificación del trastorno de estrés postraumático.

Lo que sigue es el relato en primera persona de una pesadilla de la que aún no se ha despertado del todo. Lozano cuenta su calvario de seguido, interrumpiéndose solo por la emoción de recordarlo.

Seis años desde la pelea hasta el juicio

La pelea entre Isidro, Eduardo y Juan Carlos Lozano y dos hombres, uno de ellos primo de la mujer de Isidro, ocurrió el 21 de junio de 2008. Aquel día comenzó un calvario judicial que solo acabó el 13 de junio de 2017, cuando se transformó en un calvario penitenciario. “Yo desde el principio veía que esto no iba bien. No lo entendía”, recuerda Lozano. “No fue buena idea coger una abogada de una inmobiliaria. Yo no había hecho nada y no quería gastarme el dinero y fui como un corderito a un redil de zorros”.

Durante más de seis años, Isidro convivió con la posibilidad de ser condenado por un delito que no cometió. Fue, además, sospechoso a tiempo completo. “Estuve seis años firmando los días 1 y 15 de cada mes. Siempre fui residente en Marbella y yo no me iba a fugar por nada del mundo”.

Compartía abogada con sus dos hermanos, que sí participaron en la pelea. En aquellos días los tres mantenían que eran inocentes. Probablemente, no fue buena idea mezclar a dos culpables, cuyas coartadas acabaron demostrándose falsas, con un inocente. La confesión de sus hermanos acabó manchando también a Isidro, a quienes los jueces ya no creyeron.

El juicio: “Perdí el trabajo, tuve que vender mi casa”

Lozano y Martí siempre tuvieron la esperanza de que el juicio pusiera fin a la tortura. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. “Por fin todo se iba a aclarar. Mi sorpresa fue que me llevaron a la cárcel cuatro años y medio. Perdí el trabajo, tuve que vender mi casa porque me quedé sin un duro”, recuerda hoy. “He gastado una cantidad ingente de dinero. Para sentirme mejor, pero también para ayudar a otras personas. Para que los jueces miren los juicios y estudien las pruebas, y no se haga por prepotencia, por prejuicios o porque salí en la prensa. Me han apoyado otros jueces y otros fiscales. No todos son iguales”.

En el procedimiento siempre constaron los partes médicos que hacían imposible el relato cronológico de la sentencia de condena. “Yo llevé al juicio al doctor con el que estuve en el hospital, él me reconoció y el juez le preguntó si era su firma. Pero los jueces cometieron un error con los horarios. Después el Tribunal Supremo dijo que habría que saber si los hospitales tenían correctamente su sistema informático. Enviamos dos o tres burofaxes a los hospitales, suplicando que dijeran el sistema operativo que tenían, pero decían que eso a mí no me lo podían dar. Jordi [Ventura, su abogado] tuvo que ir al juzgado de Estepona a hablar con el juez decano, para que lo pidiera él”.

El relato de la sentencia de condena solo se sustentaba en la declaración de los querellantes, que la Audiencia Provincial creyó porque la estimó consistente y sin fisuras, a pesar de que mantenían un largo enfrentamiento con la familia de Lozano. La única testigo de la pelea, una enfermera del hospital, no reconoció a Isidro y no pudo precisar cuántos eran los agresores. “Dijeron que había testigos, luego se demostró que era falso. Cambiaron el horario para que todo cuadrara: sabiéndolo o no, se equivocaron en las horas. La sentencia que me condenó está firmada 24 días antes del juicio. Dejé de ir a las reuniones con los abogados porque me daba taquicardia, hasta que un día me desplomé y me tuvieron que intervenir. Se me encharcaron los pulmones”.

A pesar de la condena, Lozano mantuvo hasta el último día la esperanza de no ingresar en prisión. El tribunal pidió al Instituto de Medicina Legal que valorara su estado. “La forense dijo que no debía entrar en prisión. El fiscal la apoyó y la parte contraria se abstuvo. ¿Quién quería mi ingreso?”, se pregunta. “Solo el juez” [ponente de la sentencia, firmada por tres magistrados].

“Estaba en una tienda en Leroy Merlin en Marbella y me llamó la policía, pidiéndome que fuera a Málaga. Pensaba que era para notificarme algo. Cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que me llevaban a la cárcel. Me preguntó si estaba preparado psicológicamente. ¿Cómo voy a estar, si soy inocente? Mi lucha ha sido como hablar con una pared, con una montaña que no te responde”.

En la cárcel: “Sólo me preguntaba 'qué hago aquí'”

Lozano pasó once meses y 17 días en la cárcel de Alhaurín de la Torre, en Málaga. Allí encontró la empatía de los funcionarios pero se topó con el muro de la ley. “La jurista Marta me dijo al mes de entrar: 'Yo a usted no lo quiero aquí'. Le voy a solicitar el tercer grado. Vio la documentación y pensó que me podía pasar cualquier cosa. Yo estaba en shock. Sólo me preguntaba '¿qué hago aquí?”. La gente me miraba mal. Ahí empecé a caer en barrena. Sólo quería dormir, cada vez con más medicación. Marta y la Junta de Tratamiento solicitaron el tercer grado, pero Madrid lo denegó, porque tenía condena de cuatro años y medio, y no entendían cómo me podían solicitar el tercer grado en un mes“.

“Pensaba en esto día, tarde y noche”, recuerda Lozano: “Yo iba siempre con mi documentación en una riñonera y se la enseñaba a todo el mundo: 'Mire usted'. Estás en shock y la gente no te escucha. Si has hecho algo tienes que pagar. Pero llevar una persona a la cárcel es una aberración, te cargas la vida de una persona. Se acabó. Cuando estaba allí era como si flotara. No tenía la cabeza bien. Lo único que me tranquilizaba era la medicación, y decir en vacío que ha habido un error”.

Sobre la mesa estuvo también la opción de solicitar el indulto. “Me decían que si pedía el indulto a lo mejor me lo concedían. La Junta de Tratamiento me pedía por favor que lo pidiera y así podría irme. Me negué. Yo no puedo pedir un indulto porque yo no he hecho nada. Dije que no, que no y que no. Me lo enseñaron varias veces y me negué. Me dijo un señor de la Junta de Tratamiento que el centro penitenciario lo iba a pedir por mí, pero no lo firmé. Finalmente me aplicaron el artículo 104.4 [del Reglamento Penitenciario] para que saliera”.

Ese artículo dispone la posibilidad de conceder el tercer grado por razones humanitarias y de dignidad personal, atendiendo a la dificultad para delinquir y a la escasa peligrosidad de los penados. Sin embargo, no llegó a aplicarse. Apostó por la vía excepcional, casi imposible, propuesta por su abogado: había que conseguir que el Tribunal Supremo, que meses antes había confirmado su condena en casación, reconociera que era injusta en un recurso extraordinario de revisión. “Quería el Tribunal Supremo reconociera el error, que me habían llevado a la cárcel siendo inocente. Me decían que era difícil, me hablaban de corporativismo”.

El Tribunal Supremo rechazó el primer recurso de revisión, como hace con casi todos. Lo lograron al segundo intento, algo previsto en la ley de lo que no existían precedentes. Aportaron los nuevos documentos, y los magistrados acabaron por admitir que algo fallaba. El 31 de mayo de 2018, los tres magistrados de la Sala de lo Penal dejaron sin efecto la condena a Isidro, que esa misma noche fue liberado.

“Lo único que quiero es que reconozcan que se han equivocado”

Lozano y Martí han esperado que alguien ponga árnica en la herida. En vano. “Estuve esperando al menos una disculpa del juez. Llevo cuatro años y ni una sola carta o disculpa. No hubiera sido suficiente, pero me ayudaría. Yo quiero que no le pase más a nadie: que miren las pruebas. Una persona en la cárcel es un muerto viviente. Te juegas la vida de él y la de su familia”, advierte el hombre.

“A mí ahora no me gusta la gente, prefiero estar en el campo, solo. Estoy intentando comprender lo que me ha pasado. Voy a luchar el resto de mi vida. Por mí y por los demás. Voy a ir donde haga falta. Moveré cielo y tierra. Lo único que quiero es que reconozcan que se han equivocado conmigo, que pidan perdón y que no vuelva a suceder”.

A veces, Isidro Lozano siente que todavía está en la cárcel: “Tengo pesadillas terroríficas, sueño que sigo en la cárcel. Hay noches que siento que no puedo respirar. Voy a la ventana e intento tomar aire. Antes pensaba que estaba en un pozo. Intento salir de la celda. Doy golpes y María me tiene que despertar para cortar el sueño. Si no, sigo chillando que soy inocente, y siento que me falta la respiración. Hay una pastilla que me tranquiliza, pero la mente sigue dando vueltas. Todo el día. Y por qué y por qué y por qué. Yo quiero volver a la vida que tenía antes: normal, alegre, en la que confiaba en la gente. Espero volver”.

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