Los empleados de una biblioteca pública de Londres estaban nerviosos ante la llegada de este 19 de julio, “día de la libertad”. Con los casos de COVID-19 en aumento diario, temen por su seguridad en un día anunciado en Inglaterra como la gran liberación por el levantamiento de las normas de distanciamiento social y de la obligatoriedad de las mascarillas.
“Yo seguiré poniéndome mascarilla y también muchos de mis compañeros; seguiremos lavando y desinfectándonos las manos y tratando de mantener las distancias, pero es difícil porque mucha gente se acerca a ti directamente”, dice Alan Wylie, bibliotecario de 55 años.
Muchos empresarios se alegran de tener menos restricciones en el número de personas, pero a estos bibliotecarios y a miles de trabajadores de primera línea les preocupa el mar de fondo del aumento en los contagios: el Reino Unido superó el viernes el umbral de 50.000 casos diarios.
Sentimientos encontrados
Según Andrew Goodacre, director ejecutivo de la Asociación Británica de Minoristas Independientes (BIRA, por sus siglas en inglés), hay preocupación y sentimientos encontrados. “Existe el temor de que algunos empleados digan que el COVID-19 es un riesgo y que su empleador no está haciendo lo suficiente para protegerlos”.
Goodacre opina que este levantamiento de restricciones será distinto a los anteriores porque ahora los casos están en aumento. Dice que la asociación BIRA está aconsejando a las tiendas que modifiquen su comunicación para “solicitar amablemente a los clientes que se cubran la cara”, pero dice que “no pueden insistir” sobre ello por el riesgo de discriminar a personas con discapacidad.
Según Goodacre, a las tiendas más pequeñas les vendrían bien unas directrices más específicas. En su opinión, las pautas actuales no están teniendo en cuenta el aumento de los casos.
Gregor Woods, socio del despacho internacional de abogados CMS, dice que las responsabilidades legales de los empresarios no han cambiado: siguen obligados a proteger a su personal y a llevar a cabo evaluaciones de riesgo. Es un “desafío”, dice, pero tienen la “obligación de cuidado”.
Necesidad de directrices más claras
El bibliotecario Alan Wylie está considerada persona de riesgo debido a su historial médico. Aunque ya le han puesto las dos dosis de la vacuna, dice que sigue preocupado y que muchos empleados están en una situación similar.
En su opinión, la protección del personal depende del Ayuntamiento para el que se trabaje, de la seriedad con la que se tome los temas de salud y seguridad y de la fuerza de la rama sindical. “Todos pueden entrar en una biblioteca pública y eso es parte de lo que las hace especiales, pero también significa que pueden convertirse en centros de transmisión comunitaria”, dice.
En Petersfield (Hampshire), Shirley Leader regenta una pequeña boutique de ropa llamada Velvet and Rose. Dice que entre sus empleados también hay personas vulnerables: “A algunos les preocupa su seguridad personal; otros son jóvenes y no se han vacunado; y otros han tenido sustos de salud por lo que se pondrán la mascarilla”.
Para Leader, otra gran preocupación es la posibilidad de que alguno de los miembros de su personal forme parte del grupo de contacto de una persona contagiada, lo que obligaría a la tienda a cerrar sus puertas. “Sería bueno que hubiera consejos más concretos para las tiendas pequeñas por parte del Gobierno”, dice. “Se ha hablado de los restaurantes y de ciertos locales en los que puede haber mala ventilación, ¿pero hay que ponerse la mascarilla en las tiendas pequeñas? Si hay mucha gente dentro, ¿hay que tener cuidado? Tienen que ser claros en las directrices, en lugar de mantenerlas de forma general”.
Traducido por Francisco de Zárate