Alfonso cuenta que solía llorar en su cama por la impotencia de sentirse incapaz de protestar contra el Gobierno y las dificultades para marcharse de Cuba. Las restricciones de visados impuestas por la Unión Europea retrasaban sus planes de migrar a España junto a su pareja, hasta que la crisis ligada a la pandemia le empujó a no esperar más.
Una publicación en Facebook le dio una pista sobre una ruta irregular transitada por cientos de compatriotas para alcanzar suelo europeo a través de los Balcanes. A los cuatro días, el joven de 30 años estaba montado en un avión por primera vez en su vida. En su móvil guardaba una decena de mapas con las indicaciones a seguir. Su primer destino sería Rusia.
Moscú se ha convertido en los últimos años en una puerta de entrada irregular a Europa para cientos de cubanos, que aprovechan las facilidades para viajar al país euroasiático, aliado histórico de Cuba, con el objetivo de dar el salto a la UE. Desde que Alfonso lo supo, tras varias llamadas y comprobaciones en Internet, el joven planeó de manera milimétrica un viaje clandestino a España, que pasaba por Rusia, Macedonia y le empujaba a caminar durante horas en solitario por zonas montañosas para atravesar la frontera con Grecia, desde donde pretendía tomar un vuelo a alguna ciudad española. Para lograrlo, asegura que pagó 400 euros a un “guía” que se limitó a proporcionarle información del camino.
Hace unos 15 días, una semana antes de las protestas que aún le mantienen en vilo, Alfonso aterrizó en Madrid.
En un luminoso piso del sur de la región, sobre un gran sofá gris, extiende los muchos papeles que conserva de su periplo, financiado gracias al apoyo de su tío, quien vive en Miami desde hace décadas. En un lado, acumula un billete de 10 rublos, el pasaje de un vuelo a Barcelona y varias fotocopias de las reservas de hoteles exigidas para entrar en ciertos países como turista. En otra carpeta guarda los documentos del viaje que nunca realizó, aquel que intentó recorrer por la vía regular, a través de la petición de un visado a la Embajada de España cuya resolución se retrasaba “demasiado” debido a las trabas burocráticas ligadas a la pandemia: “No aguantaba más en Cuba, me sentía bloqueado por la represión y cada vez tenía menos trabajo. Cuando me enteré de que había otra vía de escapatoria, no lo pensé y al poco tiempo tenía el billete”.
El viaje que iba a hacer desde Cuba junto a su pareja –que cuenta con residencia española, pues vivió en Madrid la mayor parte de su vida– nunca llegó a producirse como ellos planeaban. Mientras ella necesitó un solo vuelo para llegar a la capital española desde La Habana, él comenzaba un viaje que le empujaría a esconderse entre la maleza, recorrer arriesgados caminos por las vías de un tren de carga, hacerse pasar por un reportero español o pagar a policías corruptos para alcanzar su destino. También tuvo tiempo de visitar algunas de las capitales de los países marcados en el mapa de su ruta clandestina, haciéndose pasar por turista. Era la primera vez que salía de su país en sus 30 años de vida.
La etapa más dura
La etapa más complicada se localizó en Macedonia, un país con mayores controles migratorios, debido al habitual tránsito de migrantes por este punto. Este viaje, cuenta, suele recorrerse en pequeños grupos, pero él decidió hacerlo en solitario para evitar despertar sospechas. En su móvil guardaba una dirección ubicada en un pueblo ubicado junto a la frontera griega –que prefiere no detallar–, que le llevaría a una casa que alojaba de forma clandestina a migrantes de distintas nacionalidades. Allí coincidió, relata, con otra familia de migrantes cubanos, además de varios turcos y marroquíes. Sobre las tres de la madrugada, emprendió una larga caminata nocturna.
“Era todo monte. Había que caminar alrededor de 10 horas más o menos. A veces me desubicaba y era desesperante. Hubo un momento en que apenas me quedaba agua, un traguito de nada, y, como veía que tardaba más de lo que pensaba, no sabía si estaba perdido o no. Llevaba caminando siete horas y no veía nada, estaba solo, y no podía ya volver atrás...”, cuenta Alfonso, mientras muestra la galería de su teléfono, cargado de imágenes de la peor jornada del viaje, como aquellas que muestran sus pasos sobre las vías de un tren de carga situadas en lo alto de un puente: “Era muy peligroso. Si te despistabas y pasaba el tren, no había mucha escapatoria”.
Mientras, su pareja estaba sentada en el sofá gris donde ya descansan juntos, pendiente junto a su madre del teléfono. A través de una aplicación, seguían en directo los pasos de Alfonso en el mapa europeo gracias a la geolocalización. “Estuve toda la noche en vilo. Hubo un momento que no se le localizaba y no respondía nuestros mensajes, pensábamos que le había capturado la policía o una red de tráfico. Hasta que finalmente respondió, solo estaba sin cobertura”, cuenta la mujer.
Extasiado, el cubano fue frenado por policías griegos, que identificaron que se trataba de un migrante, pero le dejaron continuar su trayecto cuando les explicó, a duras penas, que su intención era pedir asilo.
Tras unos días de descanso, logró tomar los vuelos necesarios hasta aterrizar en España. “Soy consciente de que he tenido mucha suerte... Conozco a muchos cubanos que son devueltos y tardan muchísimo tiempo en llegar a España o no lo consiguen nunca”, dice el cubano. En 2017, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) empezó a advertir del aumento de ciudadanos cubanos en la ruta migratoria de los Balcanes, aunque recorrida a la inversa del trayecto con mayor flujo. Entonces, al menos 168 ciudadanos de Cuba permanecían varados en centros de retención de Serbia, ante las dificultades para cruzar con éxito su frontera para continuar su camino hacia un país comunitario.
En España, los cubanos no gozan de un régimen especial de protección, como ocurre en Estados Unidos. En caso de no solicitar protección, Alfonso se quedará en situación irregular en el país hasta que logre regularizar su situación. La deportación no suele ser muy habitual, pero no es imposible. En 2020, fueron retornados a Cuba tan solo tres de sus nacionales. Las últimas cifras desglosadas por nacionalidad apuntan a que en 2019, 1.373 cubanos pidieron asilo en España.
Pendiente de las protestas en Cuba
A pesar del miedo sufrido durante sus largas caminatas en solitario en plena noche y los muchos riesgos que suelen afrontar los migrantes que recorren la ruta de los Balcanes, Alfonso logró llegar a España en el tiempo planeado, hace poco más de diez días. Una semana después de su llegada, estaba observando los perfiles de Facebook de sus conocidos cuando fue consciente de que algo histórico estaba ocurriendo en su país: “Empecé a llorar. Llamé a mi familia y la gente se está tirando por las calles. Con dolor por dentro, por no estar allí en este momento, después de tanto desear que el pueblo despertase unido y muy preocupado, sin saber qué hacer”.
La crisis económica ligada a la pandemia, la movilización social de artistas e intelectuales y el impacto de las protestas en redes sociales son algunos de los factores que han marcado las manifestaciones surgidas en la isla el pasado domingo.
Después de conseguir su objetivo de llegar a España, durante los primeros días posteriores a las protestas Alfonso no podía evitar maldecirse por estar aquí y no allí. “Cuando pensé que iba a estar contento, me viene la noticia. Estoy feliz porque el pueblo despertó, pero me siento mal porque yo no logré hacerlo y estoy preocupado por que no le pase nada a mi familia”, explica Alfonso, quien asegura que quería abandonar el país por la “falta de libertad” y la falta de posibilidades para salir adelante.
El joven empezó a estudiar Medicina en La Habana, pero tuvo que abandonar la universidad para buscar un trabajo extraoficial con el objetivo de ayudar a su familia. “Dejé la carrera porque no tenía ni un par de zapatos para ponerme, mi mamá no tenía suficiente para mantenernos. Iba a clase sin desayunar, sin nada en el estómago. Cuando ves que no hay suficiente comida, que tu familia pasa hambre, tú no piensas y trabajas en lo que sea. La necesidad te obliga. No dejas que tu mamá pase hambre… ”.
Empezó entonces a dedicarse a la reparación de electrodomésticos y, para muchos de sus trabajos, dependía de piezas compradas a cubanos que viajaban al extranjero de forma habitual. Aunque ya había decidido migrar hacía años, la pandemia supuso el golpe final por el que decidió emprender su viaje cuanto antes.
“Las personas no viajaban, por lo que ya no podía comprar muchas piezas. Apenas podía trabajar, fui tirando con lo que había guardado. Seguí teniendo encargos, pero solo de mantenimiento. De tener dos o tres al día, pasé a un trabajo a la semana”, detalla el cubano. Entre los motivos para migrar, Alfonso describe una sensación de “impotencia” constante ante el gobierno cubano, una rabia bloqueada por “no poder protestar”. “Tengo mucho odio y rencor contra los gobernantes. A veces me apetecía gritar, hacer vídeos criticando la situación del país, la crisis que vivimos todos los cubanos, pero eso, siendo uno solo, significaba dejar de poder dedicarte a lo que te dedicas, que te persigan... Y yo tenía que sacar adelante a mi madre y a mi hija, no podía hacer nada más”.
Mientras habla de las últimas protestas en Cuba, Alfonso rompe en lágrimas. Se sorprende con la suerte que ha tenido durante su viaje migratorio y rememora aquel impulso que tuvo de abandonar su país cuanto antes y no esperar la resolución de la Embajada de España de la petición de su visado. “Tenía tanta rabia dentro contra el gobierno, sentía tantas ganas de gritar antes de irme, que si hubiese estado allí quizá sería una de las personas detenidas... Pienso que todo pasó porque tuvo que pasar. Pero, aunque estoy lejos, sigo sintiendo esa impotencia que me hacía llorar por las noches. Me duele ver lo que pasa en mi país”.