OPINIÓN

En África se libra una guerra brutal, pero hemos decidido no mirar

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Se está librando una guerra que se calcula que ha costado 600.000 vidas. Sus víctimas han sido testigos de espantosas violaciones a los derechos humanos y, trágicamente, la población civil ha sido blanco de ataques deliberados. Decenas de miles de mujeres han sido violadas. Ha durado dos años y sigue ocurriendo hoy, aunque lo más probable es que usted ni siquiera sepa dónde está esa guerra. A pesar de que ha causado muchas más muertes que la guerra de Ucrania, ha sido en gran medida obviada por los medios de comunicación occidentales.

El 4 de noviembre de 2020, cuando el primer ministro de Etiopía y premio Nobel de la Paz, Abiy Ahmed, anunció una ofensiva militar en el disputado territorio de Tigray, era difícil imaginar lo catastrófica que llegaría a ser. Una población de más de seis millones de personas, sometida a un bloqueo gubernamental, se ha visto empujada a una hambruna masiva, en la que niños pequeños mueren de desnutrición aguda. Tigray se ha transformado en un centro de violaciones convertidas en armas y apagones de Internet que agravan la tortura psicológica a la que se enfrentan las víctimas y familias como la mía, desesperadas por saber de sus seres queridos.

Antes de la guerra, Tigray contaba con 47 hospitales, 224 centros de salud y 269 ambulancias en funcionamiento. Hoy, más del 80% de los hospitales han sido dañados o destruidos a manos de los soldados etíopes y eritreos, y los servicios de ambulancias han desaparecido. Las estadísticas y la magnitud del sufrimiento humano significan que los ojos del mundo deberían estar puestos en Tigray, pero dos años después parece como si nadie estuviera mirando. Lo que resulta especialmente trágico es que la falta de atención no se debe a que la comunidad internacional y los medios de comunicación carezcan de recursos. En 2022 hemos visto lo que es posible cuando el mundo decide que merece la pena preocuparse por un conflicto y por las vidas destruidas por él.

Incomunicados

Mi familia es de Tigray y, desde que empezó la guerra, la comunicación con nuestros parientes ha sido escasa. La última vez que supe de mi tía fue gracias a una breve nota de voz en marzo en la que decía que se habían quedado sin dinero y sin medicamentos, y que la situación era desesperada. No hemos vuelto a saber de ella.

Como la comunicación es limitada en algunas regiones, algunos tigrinos que viven en el extranjero no se enteraron de la muerte de sus seres queridos hasta pasado más de un año. Muchos trigrinos en la diáspora se han resignado a que, cuando se restablezcan por completo las comunicaciones, es probable que se enteren de más pérdidas y sufrimientos.

El 2 de noviembre de 2022, las partes en conflicto firmaron un acuerdo de paz que fue celebrado en silencio. Algunos esperaban que fuera el primer paso hacia la justicia y una paz duradera. Sin embargo, semanas después llegaron noticias de que las tropas eritreas habían saqueado ciudades y desplazado, detenido y asesinado a civiles en Tigray. Sigue sin saberse con certeza cómo se investigará y se llevará ante la justicia a los autores de los abusos contra la población civil, sobre todo teniendo en cuenta que los abusos continúan.

Decidimos no mirar

Para Occidente, esta guerra, que en su mayor parte ha tenido lugar en la oscuridad, plantea importantes interrogantes sobre la forma en que los medios de comunicación informan sobre los conflictos y las crisis humanitarias. Nos recuerda la oscura realidad de que no todos los conflictos ni todas las crisis humanitarias son iguales, sin importar cuán terrible sea el coste humano.

Es una tragedia que Tigray se haya convertido en una catástrofe olvidada. Mientras escribo esto, gran parte de Tigray sigue siendo inaccesible o ilocalizable, la crisis sanitaria es inmensa, y los civiles no tienen acceso a su dinero, pasan hambre y siguen aterrorizados por las milicias y los soldados.

Las preguntas siguen siendo cómo ha podido la comunidad internacional ignorar la muerte de cientos de miles de personas, y qué significa que se permita que ocurran tales injusticias. Al fin y al cabo, nuestra conciencia global debe admitir que, mientras se producía este baño de sangre, decidimos no mirar.

* Magdalene Abraha es escritora y editora en Jacaranda Books.

Traducción de Julián Cnochaert