Mañana del día 659 de invasión
Desde primera hora, se arman piquetes cerca del edificio de la Administración Estatal de la ciudad de Kiev. Mis amigos y conocidos participan en la protesta exigiendo que el presupuesto de la capital no se destine a la repavimentación de carreteras, sino a la compra de drones para el campo de batalla. La gente cercana me dice: “No quiero nuevas carreteras, quiero que mis amigos regresen con vida”.
Un diputado del Ayuntamiento de Kiev tiene la osadía de sugerir que las ciudades ya tienen bastante con lo suyo: arguye que hay que dejar que el Estado se ocupe del presupuesto de guerra. Las ciudades necesitan presupuesto para el mantenimiento. Y esto resume perfectamente la creciente brecha entre civiles y militares. Todos los días tenemos las mismas discusiones: ¿Quién debe movilizarse? ¿Quién está dispuesto a alistarse? ¿Podemos vivir nuestras vidas para otra cosa que no sea la guerra?
Ni siquiera estamos hablando de sustituir a los cientos de miles de militares que prestan servicio en el Ejército desde hace casi dos años. Por no hablar de los que ya defendían el país antes de la invasión. La última movilización responde a la pregunta de cómo recomponer a un Ejército que sufre bajas día tras día.
Anteanoche, Kiev se despertó con el sonido de nuestras sirenas de defensa aérea. Pero empezaron a sonar después de las primeras explosiones, por lo que nadie tuvo tiempo de correr a los refugios. Rusia había disparado 10 misiles y 10 vehículos aéreos no tripulados (drones) de ataque. Nuestras fuerzas de defensa antiaérea los derribaron todos, pero los restos cayeron en cuatro distritos de Kiev. 53 personas resultaron heridas. Nueve de ellas son niños.
Los rusos atacan las infraestructuras para privar a la población civil de calefacción y electricidad. Cuanto más duro el invierno, más misiles podemos esperar. La amenaza psicológica dura ya tres meses.
Mediodía del día 659 de invasión
Un ciberataque ruso golpea a una de las principales redes telefónicas. Unos 20 millones de ucranianos se quedan sin conexión y sin Internet móvil durante tres días. En las redes sociales, los ucranianos publican mensajes de apoyo y agradecimiento al operador de la red por sus esfuerzos.
Durante tres días estuve captando señal en puntos wifi. Pienso en esas zonas donde el teléfono celular es la única forma de acceder a Internet. Por fin, en la tarde del tercer día, la conexión telefónica reaparece. Llamo a mi madre. Le pregunto si todo va bien, si estuvo preocupada. Me dice que todo va bien, que sólo son tiempos de guerra.
Todos los días hay noticias de la muerte de artistas en el frente. Amigos de amigos. En una semana, varios miembros de la comunidad cinematográfica murieron. Un camarógrafo, un actor. No es la primera vez, creo: Rusia nos está noqueando uno por uno, decena por decena. Civiles, militares. El cine, la literatura, las artes visuales, la agricultura, la arquitectura, la educación, la economía, los deportes… cualquiera sea el campo que elijas, hay pérdidas irreparables en todas partes.
La invasión a gran escala convierte las redes sociales en interminables obituarios con fotos en blanco y negro. Y en cualquier momento, cuando parece que el corazón ya no puede contener las pérdidas, otra noticia irrumpe y otra muerte aparece.
Tarde del día 659 de invasión
En el Kremlin están emitiendo una transmisión con Vladimir Putin, un espectáculo mediático en el que el dictador supuestamente se dirige al pueblo ruso en vivo y en directo. Y mientras el zar habla con sus lacayos, también envía un mensaje a Ucrania: un MiG-31K está despegando desde un aeródromo ruso y misiles Kinzhal vuelan en nuestra dirección. Esos misiles alcanzarán Kiev en tres minutos y Járkov en dos.
Desesperación y rabia.
Aparece un video en el que militares rusos utilizan a soldados ucranianos capturados como escudos humanos. Escondidos detrás de los ucranianos, los rusos atacan posiciones ucranianas.
Desesperación y rabia.
Comentamos el relato de Oleksii Anulia sobre su tiempo en cautiverio ruso. El catálogo de torturas que le infligieron es inabarcable. En la vida civil, era campeón de kickboxing y deportista de élite. Pesaba 102 kilos pero perdió 40 durante su cautiverio. Oleksii también perdió 6 cm de altura. Casi no queda ni un órgano intacto en su cuerpo: los rusos se aseguraron de ello.
Entre otros castigos inhumanos, los prisioneros tenían que permanecer inmóviles durante 18 horas al día. Con las manos a la espalda y la cabeza gacha, tenían que separar los dedos y no se les permitía moverse. A Oleksii le cortaron los tendones del pulgar con un cuchillo oxidado mientras decían: “Con este dedo disparabas a nuestros militares, matabas a nuestros soldados”.
Una vez Oleksii trajo una lombriz de afuera. La metió en la cisterna del retrete y al cabo de una semana tenía una cría entera. Así consiguió su primera ración de proteínas en mucho tiempo. En otra ocasión, estaba cazando un ratoncito y tuvo que meterse la alimaña aún no muerta en la boca y comérsela viva para que los guardias no le quitaran su nutritiva presa.
Desesperación y odio.
Anochecer del día 659 de invasión
En una de las muchas nuevas librerías que, a pesar de todo, abrieron este año en Kiev, tiene lugar la ceremonia del “Libro del año”, distinción concedida anualmente por la redacción de BBC News Ucrania.
Suena la quinta alarma antiaérea del día. Los organizadores sugieren que, de acuerdo con sus protocolos de seguridad, nos dirijamos al refugio antiaéreo. Uno de los miembros del jurado, un respetado profesor, responde: “Que se asuste la BBC, nosotros no”.
La ceremonia continúa sin interrupciones, pero la mayoría de nosotros tenemos el teléfono en mano. El internet móvil se restableció y seguimos los canales de Telegram que rastrean los lanzamientos de misiles y drones rusos.
Otro día más de la invasión a gran escala repleto de dolor.
Miro a mi alrededor durante el acto: estos son mis amigos y colegas, representantes de varias generaciones literarias. Y como viene siendo habitual en los últimos meses, no puedo evitar imaginarnos a todos muertos. Todos. Todos a la vez.
En el resto del mundo, los corazones se están endureciendo. La atención se divide entre conflictos. La atención de los activistas es absorbida por el ascenso al poder de populistas y conservadores de derechas.
Dos cosas importantes permanecen constantes en el latido de estos endurecidos corazones nuestros. La primera: Rusia siempre busca el caos y que los políticos de derechas estén en el poder. La segunda: lo que los ucranianos tuvieron que aceptar es que no habrá otra vida. Así son las cosas. Y cuando oigas a un político que, en lugar de luchar por la democracia y el futuro, te promete la vuelta a la estabilidad, asegurate de comprobar quién lo financia. Quizás se trate de otra marioneta rusa.
Noche del día 659 de invasión
Llegan noticias sobre los debates alrededor de la adhesión de Ucrania a la UE. Lo que comenzó nueve años atrás en el Maidán ahora se está decidiendo en el campo de batalla. El futuro de Europa, en el que se determinará la siguiente cuestión: ¿dónde se detendrá Rusia?
Cantina de soldados. Como con una colega. Es el vigésimo segundo mes de mi servicio en el Ejército. Cada vez que tomo la sopa, siento que estoy sorbiendo mi propia tristeza. Le hablo de mi ansiedad ante los ataques con misiles, de mi enojo con los que esquivan servir en las Fuerzas Armadas y con los que se desesperan por fingir que la guerra no es asunto suyo.
Ella me escucha, aparta su plato, me mira a los ojos y me dice: ¿te imaginas Ucrania sin Járkov? ¿Sin Kiev? Sasha, podríamos perder el país. Y yo estaré en las Fuerzas Armadas hasta que esta amenaza desaparezca.
Son palabras sencillas y claras. Pero alguien tiene que decirlas en voz alta. Y cuando pienso en lo que 2024 nos deparará, me doy cuenta una vez más de que la cuestión no es mi propia falta de esperanza, mi agotamiento o mi inexistencia.
La cuestión es si mi país seguirá ahí.
Y cuándo los F-16 surcarán por fin nuestros cielos.
Mañana del día 660 de invasión
Nueve de la mañana. Como cada mañana, el país se detiene para guardar un minuto de silencio en memoria de los muertos.
Se me ocurre que al final de mi vida, estos minutos de silencio sumarán un total de 24 horas de silencio por los que ya no están con nosotros.
Por aquellos gracias a los cuales seguimos existiendo.
Oleksandr Mykhed es escritor y miembro de PEN Ucrania. Su libro Language of War ganó el premio George Shevelev el 17 de diciembre de 2023 y será publicado por la editorial británica Allen Lane en junio de 2024.
Traducción de Julián Cnochaert.