Después de las elecciones legislativas palestinas de 2006 ganadas por el partido Cambio y Reforma, respaldado por Hamas, el gobierno de la Autoridad Palestina (AP) llegó a un caótico final. Los resultados electorales activaron una serie de enfrentamientos entre familias armadas a las que o bien separaba la afiliación política a las organizaciones Hamas o Fatah o bien estaban atravesadas por rivalidades enconadas desde hacía tiempo.
Acusada de corrupción y débil, la Autoridad Palestina de Gaza había permitido, y hasta fomentado, que los clanes rivales se abastecieran de armamento. En ciudades como Jan Yunis llegaron a levantar barricadas que bloquearon los barrios y los transformaron en bastiones improvisados hasta que, tras un período de violencia dentro del territorio, Hamas expulsó a la AP en cuestión de meses.
Según informaron diversos los medios, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, ha sugerido al presidente palestino, Mahmud Abbas, que la Autoridad Palestina podría regresar a Gaza si Hamas es expulsada del poder para desempeñar un papel clave en cualquier escenario del “día después” del conflicto.
Sin embargo, en los años que pasaron desde que Hamas se hizo con el poder en la Franja, lo que provocó sus propios problemas, la AP no hizo mucho en Cisjordania para inspirar confianza en su capacidad actual de aportar soluciones relevantes en Gaza.
Debilitada y sin mandato democrático, especialmente en Gaza, muchos palestinos consideran que lo único que la organización administrativa consiguió en Cisjordania durante estos años fue una mínima estabilidad a instancias de Israel y de sus socios internacionales a través de sus fuerzas de seguridad.
Los comentarios de Blinken reflejan sobre todo una grave miopía sobre la responsabilidad de Estados Unidos y Europa en el quiebre de la política palestina tras las elecciones de 2006, en particular por su decisión de dejar en suspenso la ayuda humanitaria y de canalizarla directamente vía Fatah posteriormente.
“Hamas no es especialmente popular. Tiene algún apoyo entusiasta, sin duda, pero es una minoría. Sin embargo, preguntar a los gazatíes sobre a quién secundan no tiene sentido: desde 2006 ningún palestino tuvo una voz real en la elección de sus líderes. Se formó una insólita coincidencia de intereses entre diversos actores internacionales y nacionales para impedir la posibilidad de unas elecciones de verdad”, escribió Nathan Brown en un análisis que le encargó el Fondo Carnegie para la Paz sobre los futuros posibles para Gaza.
Seǵun Brown, en cualquier caso, la AP necesitaría en primer lugar algo que él considera improbable: que Israel dé marcha atrás en su “vieja política de desconectar a Gaza de Cisjordania, y de tratar a Gaza como una nulidad en términos políticos y de gobierno”.
Aunque eso fuera posible, la Autoridad Palestina seguiría teniendo que lidiar con el problema de su escasa popularidad. “A la AP le ha costado proteger a los civiles de los ataques de los colonos israelíes en Cisjordania y sus presupuestos se han estirado hasta el límite, con Israel reteniendo millones de dólares de los ingresos fiscales recaudados por los palestinos”, escribió Amy Mackinnon en un ensayo publicado por Foreign Policy la semana pasada,
Aunque quisiera hacerlo, no parece probable que la AP pueda gobernar Gaza. A lo largo de los años ha habido varios intentos fallidos de acercamiento entre Hamas y la entidad, una aproximación que sería irrelevante si el liderazgo de Hamas termina, pero esos desencuentros son un reflejo de unas divisiones y tensiones generalizadas dentro de la sociedad palestina que son muy difíciles, si no imposibles, de conciliar. Más aun si la AP regresase al poder en Gaza montada sobre un tanque de Israel.
Por último, está la cuestión de la legitimidad. Para que tuviera algún sentido, el regreso de la Autoridad Palestina requeriría unas elecciones que, una vez más, podría no ganar, incluso si esos comicios excluyen a quienes apoyan la violencia. En su momento, su gobierno en Gaza terminó en humillación pública con los miembros de Fatah huyendo de la franja costera hacia Cisjordania, algunos de ellos en ropa interior. Una metáfora del derrumbe de la Autoridad Palestina en Gaza que aún sigue vigente.