Este domingo se celebran las que se han descrito como las elecciones más importantes de Honduras desde el retorno a la democracia en 1982. En su último discurso antes de la votación, la principal candidata de la oposición habló ante una audiencia llena de seguidores apasionados. “¡Hoy estamos unidos como oposición para decir basta! Basta de tanto robo, corrupción y tráfico de drogas”, dijo Xiomara Castro, de 62 años, a la multitud en Tegucigalpa. “Basta de sufrimiento para el pueblo hondureño”.
Ha habido mucho sufrimiento. En los últimos cuatro años desde las últimas elecciones de 2017, manchadas por acusaciones de fraude, Honduras ha sido golpeado por dos grandes huracanes y devastado por la pandemia. Los grupos de defensa de los derechos humanos han denunciado una letanía de abusos, incluyendo la represión de las protestas y ataques a periodistas, activistas y defensores del medioambiente.
Mientras tanto, el Partido Nacional del presidente Juan Orlando Hernández ha tenido un papel central en una serie de acusaciones de tráfico de drogas y corrupción. Uno de los hermanos de Hernández fue condenado en un juzgado federal de Nueva York por trafico de drogas. Los fiscales han acusado también al Presidente de supervisar el tráfico de drogas financiado por el Estado.
Hernández ha negado con vehemencia las acusaciones. Es muy probable que en enero sea procesado por la Fiscalía estadounidense, cuando termine su mandato. Combinado con la migración sin precedentes de hondureños hacia el norte durante los últimos cuatro años, este solo hecho bastaría para subrayar la importancia de la elección para Estados Unidos y para toda la región.
Los hondureños que apoyan a Castro creen que es la apuesta indicada para que su país cambie de curso. “Es la única opción que tenemos para deshacernos de este narcogobierno”, dice Edwin Cruz, de 29 años, en el parque central de Tegucigalpa.
Castro sería la primera presidenta del país, pero tendrá que superar la propia carga de su pasado para ganarse a los votantes indecisos.
Inicios en la política
Xiomara Castro se hizo conocida en 2005 cuando su marido, Manuel 'Mel' Zelaya, consiguió la presidencia con el Partido Liberal, de centroderecha. Después de asumir el cargo, Zelaya viró a la izquierda y se alió con gobiernos que habían llegado al poder como parte de la “marea rosa” en América Latina –incluyendo al difunto líder venezolano Hugo Chávez–. Esas alianzas llevaron a la élite conservadora a derrocar a Zelaya en 2009 con un golpe apoyado por las fuerzas armadas.
En la crisis política que siguió, Castro lideró el mayor movimiento de protesta en la historia reciente de su país. “Lo hizo con valentía, con talento, nunca dejó que sus discursos fueran guiados por los sentimientos o las emociones, siempre fue muy racional”, dice Edmundo Orellana, que estuvo en el gabinete de Zelaya.
“Desde entonces, Honduras la ha identificado como una figura política con personalidad propia. Muy distinta de la personalidad política de Mel,” agrega. Castro compitió por la presidencia por primera vez en 2013, como candidata del Partido Libre de centroizquierda, que emergió de aquel movimiento de protesta.
Campaña de miedo
Esta vez, Castro se apoya en una coalición de partidos de todo el espectro político. Sin embargo, el Partido Nacional ha lanzado una campaña feroz que recuerda a sus estrategias contra Zelaya antes del golpe de Estado.
Han aparecido carteles rojos en todo el país que representan a Castro y a sus aliados como comunistas. Los anuncios televisivos y radiofónicos mencionan a Chávez con tal frecuencia que parece ser un candidato más (murió en 2013).
Pero la precaria situación económica del país implica que una campaña inspirada en la Guerra Fría podría fracasar. “Dicen que nos quedaremos sin trabajo y sin casa, pero estamos peor que bajo el comunismo. No hay trabajo”, dice Cruz, que está desempleado como tantos otros de su generación.
Que Castro anunciara su intención de establecer vínculos diplomáticos con China también ha levantado sospechas. Honduras es uno de los pocos países que todavía reconoce a Taiwán, pero es probable que la propuesta esté más motivada por la esperanza de una generosidad económica por parte de China que por algo ideológico.
La campaña del miedo también ha intentado capitalizar la promesa de Castro de flexibilizar las draconianas leyes del país contra el aborto. Honduras es uno de los cuatro países de América Latina que prohíbe bajo cualquier circunstancia la interrupción voluntaria del embarazo. Castro ha propuesto despenalizar el aborto en casos de violación, cuando el embarazo ponga en riesgo la vida de la madre y cuando el feto no sea viable.
Pero a comienzos de este año el Gobierno aprobó una reforma constitucional que hace virtualmente imposible atenuar o morigerar la prohibición total del aborto en el país. Castro no encontraría mucho apoyo para modificar la ley, ni siquiera en su propio partido.
El principal contrincante de Castro, el candidato del Partido Nacional Nasry Asfura, ha intentado mantenerse fuera de la refriega. En sus dos mandatos sucesivos como alcalde de Tegucigalpa, conocido como “Papi a la orden”, Asfura, de 63 años, se ha enfocado en crear puestos de trabajo y destacar las mejoras en la infraestructura de la ciudad.
“Si se presentara nuevamente a la elección de alcalde, sé que mucha gente votaría por él”, dice Melissa Elvir, directora de la Fundación Democracia Sin Fronteras. “Pero gobernar desde el despacho del alcalde no es lo mismo que hacerlo desde el Poder Ejecutivo.”
Como candidato de un partido manchado por incontables acusaciones de comportamiento criminal, Asfura ha hecho campaña con el lema “Papi es diferente”. Una frase que parece ser a la vez un reconocimiento de las expectativas de cambio entre los votantes y un intento de distanciarse de Hernández.
Sin embargo, el mismo Asfura fue acusado en un caso de corrupción sobre malversación de cerca de un millón de dólares en fondos públicos, aunque evitó de forma sospechosa la imputación. También en su lista electoral hay otros miembros de su partido con escándalos propios. Asfura ha negado todas las acusaciones.
Fraude y represión
La carrera entre Castro y Asfura podría terminar siendo muy ajustada. En Honduras no hay segunda vuelta, todo se resuelve en la primera. Si el oficialista quedara primero por un margen estrecho, podría repetirse lo que sucedió en 2017, cuando gran parte de la población cuestionó los resultados y las protestas terminaron en una brutal represión, con al menos 23 muertos.
Muchos entre el casi medio millón de migrantes que abandonaron Honduras en los últimos cuatro años mencionan la falta de oportunidades, la corrupción y el fraude electoral como las razones para haber perdido la fe en que algo cambiara. Si este año se diera un escenario similar al de 2017, esto podría contribuir a un éxodo todavía mayor durante el próximo periodo.
“Espero a las elecciones para ver si el Partido Nacional cometerá fraude”, dice Cruz. “Entonces, tendré que emigrar porque de algún modo tengo que sobrevivir”.
Traducción de Ignacio Rial-Schies
AGB