Mientras escribo estas líneas en Kiev, los cristales de mi ventana tiemblan por el estruendo de las armas de defensa antiaérea que interceptan aviones rusos que sobrevuelan la ciudad. El lunes por la noche, el ejército ucraniano dijo que habían derribado dos de ellos.
Lo que sucede en la ciudad parece sacado de una película vieja. Hace dos semanas nuestras calles vibraban de alegría, los cafés y las tiendas estaban repletos, los cantantes callejeros cantaban y los jóvenes bailaban fuera de la estación de metro de Jreshchátyk. Ahora es una ciudad fantasma, una mezcla de Londres durante el bombardeo alemán y algo sacado de una película de ciencia ficción postapocalíptica.
La mayor parte de la población huyó tras los primeros días de la invasión. Los que decidieron quedarse se despiertan por las noches con el sonido de las sirenas antiaéreas. Los refugios contra bombardeos y los sótanos, legados de la guerra fría, fueron reabiertos en muchos bloques de viviendas. Muchas personas pasan las noches en estaciones de metro bajo tierra, durmiendo en carpas improvisadas o en bolsas de dormir en el suelo. Y en la estación central de tren, multitud de personas luchan por la posibilidad de tomar un tren para refugiarse en Ucrania occidental.
El tránsito desapareció casi por completo. Llenar el depósito con combustible es un gran problema. Las calles de la ciudad están llenas de barricadas, puestos de control y erizos antitanque. La gente pasa horas, a veces días, haciendo cola para recibir comida y medicamentos en los pocos supermercados y farmacias que todavía funcionan.
Lo peor es el silencio
Los ataques rusos con misiles en Kiev y otros lugares son noticias frecuentes. Las ráfagas de artillería que rompen el silencio por las noches ya no son una sorpresa. Lo aceptamos como la nueva normalidad. Nos está sucediendo a nosotros, y a ciudades como Járkov y otras.
Los combates de tanques y los duelos de artillería se desarrollan al noroeste de Kiev. Hace dos semanas, los barrios de alrededor de Irpin, Bucha y Hostomel estaban entre las zonas más agradables y de rápido desarrollo en el área metropolitana de Kiev, una especie de Beverly Hills local. Hoy, con el ejército ruso intentando establecer una posición allí, esas ciudades se parecen al paisaje infernal de Stalingrado. El ejército ucraniano lucha hasta el más amargo final para prevenir que los rusos avancen y rodeen la capital, con todos los puentes de los barrios de la ciudad destruidos.
Puede ser deprimente. Lo peor es el silencio mortuorio e incómodo que llega con el toque de queda a las 20:00 horas. No hay luces en las ventanas. No dan ganas de poner música o mirar una película o abrir un libro, es como si el silencio nos estrangulara.
Mi compañero de departamento, un amigo cercano desde la época de la universidad, no hace más que sentarse en la oscuridad y mirar fijamente su teléfono celular. Espera recibir la más mínima noticia sobre su familia que se encuentra en la ciudad de Mariúpol, que está siendo asediada y bombardeada incansablemente por el ejército ruso.
Solidaridad
A veces parece que incluso la naturaleza se une al ambiente de luto. En contraste con los hermosos y cálidos días de preguerra, no vi brillar el sol en Kiev desde que Putin desató esta locura.
Pero si miras de cerca, todavía hay muchas cosas buenas. En tiempos de dolor y dificultad, las personas muestran una solidaridad increíble. Durante las largas noches en las estaciones de metro, organizan picnics subterráneos. Muchos compran productos de primera necesidad en los supermercados con su propio dinero y, poniéndose en riesgo, conducen hasta los peores focos la guerra, solo para llevar comida, agua y medicamentos a los que sufren, e intentar ayudar a evacuar a quienes quieran irse.
En el ejército, hay bodas en la zona de guerra y soldados que le proponen matrimonio a sus novias en las barricadas. Muchas personas ofrecieron refugio seguro a quienes huyen de las hostilidades, con frecuencia alojando a dos o tres familias en una casa unifamiliar.
Unidad nacional
Increíblemente, 100.000 hombres y mujeres se unieron a las Fuerzas de Defensa Territorial, una organización nacional de protección que realiza misiones para las fuerzas armadas detrás de las líneas. En Kiev, la fuerza tiene tantos candidatos disponibles que muchas ramas locales los rechazan por falta de armas de fuego.
En internet, la guerra dio a luz a una gran cantidad de leyendas urbanas disparatadas – desde el Fantasma de Kiev, un supuesto as de la aviación, que derriba aviones rusos hasta nómadas que derriban tanques rusos, o la historia de una mujer mayor no identificada que abatió a un dron ruso con un frasco de pepinos.
La unidad nacional es casi total. Una encuesta reciente afirmó que el 93% de los ucranianos apoya plenamente el liderazgo del presidente Volodimir Zelenski y su esfuerzo durante la guerra. Ahora es alabado por muchos que hasta hace apenas dos semanas lo despreciaban abiertamente. En muchos sitios, multitudes de civiles desarmados se interpusieron en el camino de las convoyes blindados rusos.
La misma encuesta sugiere que por lo menos el 88% de los ucranianos cree que el país tendrá éxito contra la invasión rusa. Como tantas veces antes en la historia de la humanidad, siempre hay esperanza en la oscuridad.
Traducción de Ignacio Rial-Schies.
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