El día después de las elecciones de mitad de mandato se sacaron los cuchillos contra Donald Trump. En las redes sociales de derecha, los usuarios debatían emocionados la supuesta toxicidad del expresidente y de sus candidatos elegidos a dedo, mientras que Fox News destacaba la victoria del secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, subrayando que es “vilipendiado por Trump”, al tiempo que anunciaba la “contundente victoria” del gobernador de Florida, Ron DeSantis. Un colaborador de Fox News afirmó que DeSantis es “el nuevo líder del partido republicano”. De hecho, en los medios de comunicación parece prevalecer el consenso en torno a la idea de que DeSantis es el gran ganador republicano de estas elecciones y Trump, el gran perdedor.
Aunque, por supuesto, hay al menos una persona que opina lo contrario: Trump. Al ver que las tornas cambiaban con rapidez, acudió a Fox News para advertir a DeSantis de que se mantuviera al margen de las elecciones presidenciales de 2024. Con el tono mafioso que lo caracteriza, Trump afirmó: “Ignoro si (DeSantis) está sopesando presentarse. Creo que si se presenta, se hará mucho daño a sí mismo. Realmente, creo que podría hacerse mucho daño”.
No cabe duda de que DeSantis tuvo una gran noche electoral. Ganó por un amplio margen, al tiempo que contribuyó a dar tres nuevos escaños de la Cámara de Representantes al Partido Republicano, cortesía del rediseño partidista de distritos (gerrymandering, en inglés), ya que como gobernador redibujó los distritos del Congreso de Florida. Al mismo tiempo, DeSantis solo ganó a Marco Rubio, senador republicano por el estado de Florida, en la carrera al Senado por dos puntos porcentuales, lo que pone en duda su atractivo como candidato. Además, como señalaron unos pocos medios, los republicanos de Florida se beneficiaron sin duda de la campaña de intimidación de votantes que DeSantis llevó a cabo durante años, y que supuso el despliegue de un “escuadrón de fraude de votos” recién creado contra votantes en su mayoría inocentes. A diferencia de la tendencia mayoritaria en el país, la participación demócrata ha sido significativamente baja en Florida.
Otro estilo de extrema derecha
Es importante señalar que el giro de Trump a DeSantis no indica una vuelta a la “normalidad”, en el sentido del conservadurismo de la vieja escuela. DeSantis y Trump son claramente de extrema derecha y comparten un espacio ideológico. Las diferencias son más bien de estrategia y de estilo. Si los votantes republicanos tuvieron algún problema con Trump durante su presidencia, siempre fue más por su forma de actuar que por sus políticas. No se trata solo de su estilo, sino también de su estrategia: Trump opera en gran medida al margen del establishment tradicional del partido y del sistema político.
Trump no es un político y no desea convertirse en uno. Por el contrario, DeSantis sí lo es y ya tiene una sólida experiencia política como gobernador de uno de los mayores estados del país, tanto en términos de poder económico como de población. Mientras que Trump grita principalmente desde la barrera, sin respetar las instituciones de la democracia ni las prácticas políticas de Washington, DeSantis practica lo que el profesor de Princeton Kim Lane Scheppele llama “erosión democrática por ley”: el debilitamiento de la democracia desde el sistema legal y político.
De este modo, el giro de DeSantis a Trump es un espejo de lo que está pasando también en Europa, donde burdos políticos de extrema derecha como Matteo Salvini están siendo “reemplazados” por compañeros más sutiles como Giorgia Meloni. Es, si se quiere, la “Orbanización” de la extrema derecha. El líder húngaro es el principal ejemplo de erosión democrática por ley, ya que destruyó eficazmente la democracia en Hungría con medios completamente legales. No es casualidad que Orbán sea un héroe de la llamada ala “nacional conservadora” del partido republicano, en su mayoría políticos con licenciaturas en Derecho, como DeSantis y Josh Hawley.
Sin embargo, lo que le falta a Trump en experiencia legal y política lo compensa con carisma, algo de lo que DeSantis carece. El gobernador de Florida se ganó el apoyo republicano a nivel nacional por lo que hace, no por lo que es. DeSantis es un orador poco inspirador que no atrae a grandes multitudes ni cautiva a las más pequeñas. Son sus enfrentamientos con el “capitalismo progre”, encarnado por Disney, o el “academicismo progre”, encarnado por la Universidad de Florida, lo que atrae a sus seguidores. Como presumió en su discurso de victoria el martes por la noche, “El movimiento progre va a morir en Florida”.
Además, DeSantis carece de esa cualidad única de Trump, la autenticidad, algo que el expresidente identificó al otorgarle el nuevo apodo de “Ron DeSanctimonious” (juego de palabras entre el apellido del político y “sanctimonious”, mojigato en inglés). Y aunque Trump, algo poco habitual en él, parece haber optado, al menos por ahora, por descartar el uso de este apodo -tras un aluvión de críticas por parte de los medios de comunicación de derecha-, es más que probable que vuelva a utilizarlo, o apelativos aún peores, si se enfrenta a DeSantis en unas primarias republicanas.
¿El final de Trump?
Una encuesta tras otra puede mostrar la naturaleza divisiva de Trump, así como la caída de su popularidad tanto entre los independientes como entre los republicanos, pero lo cierto es que antes de las elecciones de mitad de mandato todavía era el doble de popular entre los republicanos. Aunque esto puede cambiar rápidamente, sobre todo si Fox News apoyara a DeSantis en lugar de a Trump, el expresidente seguirá controlando un núcleo duro modesto pero muy movilizado, que podría determinar el éxito o el fracaso de los candidatos republicanos en muchas contiendas, incluida la presidencial.
Aunque la estrella de DeSantis esté en alza, el Partido Republicano sigue a merced de Trump. El expresidente inició una revolución dentro del partido republicano que ha abierto la puerta a gente como DeSantis. Ahora el gobernador de Florida y sus partidarios tienen menos de dos años para averiguar cómo continuar esa revolución sin su fundador.
Cas Mudde es columnista de The Guardian US y profesor de Stanley Wade Shelton UGAF en la escuela de asuntos públicos e internacionales de la Universidad de Georgia
Traducción de Emma Reverter